miércoles, 16 de diciembre de 2009

Don Juan del Águila (III)

Don Juan del Águila fundó una capilla y obra pía en la parroquial de Nuestra Señora de la Asunción de El Barraco.

Ordenó que el patrón de la capilla pudiera nombrar capellán, persona “benemérita y virtuosa que sepa, por lo menos, casos de conciencia”.

El capellán debía confesar “en el dicho lugar de El Barraco a los que le llamaren”, por lo que quedaba obligado a morar en el pueblo. En caso de ausentarse, “para algunos negocios”, debía hacerlo con licencia del patrón, por un periodo máximo de mes y medio al año y nunca en tiempo de Cuaresma. Además, no debía gozar otro beneficio ni renta eclesiástica que requiriera asistencia personal. Una vez proveído el beneficio, no se le podía enajenar el mismo, ni nombrar otro capellán en su lugar, si no fuere por sentencia de justicia. Nombró como primer capellán a Bartolomé Díez de Luján (En caso “que sea muerto lo sea Bernardo Prado, y en caso de que también muera, lo sea Juan Berrocal. Y si cuando faltare capellán, después de los nombrados, hubiere algún deudo mío, de parte de mi padre primero y postrero de mi madre, es mi voluntad se le de la dicha capellanía”).

Al capellán se le debían librar trescientos ducados anuales, obligándose a celebrar una misa diaria por el alma de don Juan (Acabado el sacrificio eucarístico se debía celebrar un responso sobre la sepultura de nuestro militar). Los jueves debía oficiar la eucaristía en el altar mayor del Santísimo Sacramento, mientras que los sábados era obligada su celebración en la ermita de Nuestra Señora de la Piedad (También señala: “”En caso que por su devoción quiera decir algunas, podrá hasta treinta, dando la limosna a quien diga por mi las dichas treinta”).

Además, los días festivos debía revestirse con sobrepelliz, para asistir a la misa mayor, a parte de asistir a vísperas y ayudar a cantar al párroco de la iglesia. Los días del Corpus y su octava, y el Jueves Santo, estaba obligado a acudir a las procesiones respectivas (Antes de salir la procesión de Jueves Santo, el capellán “encomendará en voz alta por mi a todos un Ave María”. En el resto de celebraciones deberá “encomendarme a Dios particularmente y también rogar al santo cuya fuere la fiesta, interceda por mi con Dios nuestro Señor”), mientras que en Semana Santa debía acudir a los oficios.

También ordenó al patrón de la capilla, que nombrara un monaguillo “que sea natural de El Barraco”. Al monaguillo le correspondían diez ducados al año, una loba azul decorada con sus armas (De veinte reales la vara) y dos pares de zapatos al año (De doble suela). El monaguillo sería de los más pobres, procurando, además, que “tenga muy buena voz y que sepa cantar” (El capellán debía enseñarle a cantar y escribir). Por último, señala que el monaguillo tenga obligación de “barrer y tener cuidado que esté muy limpio el altar”.

Asimismo, don Juan dejó fundada una obra pía. La obra se fundó para casar doncellas huérfanas y pobres. En caso que “alguna vez faltaren las dichas huérfanas”, las elegidas debían ser hijas de viudas “pobres y que no tengan nada, excepto alguna cosa”.

Las dotes se debían repartir:

El primer año “se empiece en El Barraco” dando ochenta ducados “a la que menos se le diere”, y cien ducados “a la que más”. Advirtió que en caso de haber “muchas por casar, a ochenta, y si pocas, todas a ciento”.

El segundo año la dote se debía conceder en El Barraco y en Ávila, siendo todas las dotes de cien ducados.

Si hubiera alguna deuda del propio don Juan “dentro de cuarto grado” se le debía dar todo el montante de la dotación, advirtiendo que “no se de la tal dote hasta que la tal esté desposada” y que no se entregue “a sus padres ni parientes, sino a ella y a su marido” (De la misma forma se debía hacer en caso de que deseara ingresar en religión).


Para la designación de aspirantes, los patrones (Gil Antonio del Águila y Calatayud, sobrino de don Juan, el obispo de Ávila, el guardián del monasterio de San Francisco de Ávila, el prior del monasterio de Santo Tomás en Ávila y un regidor de la ciudad) se debían reunir, en la morada del obispo, un día de la Pascua del Espíritu Santo. La información sobre las pretendientes de El Barraco debían facilitarla los alcaldes, regidores, cura, capellán y cuatro personas de las más viejas del lugar; mientras que no era necesaria información extra de las aspirantes abulenses “pues los señores patrones las conocen”. Las dotes debían ser entregadas el día de Nuestra Señora del mes de septiembre, al ser “el mejor tiempo para bodas”.

Por último, dejó fijado que “como reconocimiento del bien que me hacen los señores patrones” se les dieran cincuenta reales a cada uno, disculpándose por la escasez de la dádiva “por no quitarlo a los pobres”.

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