miércoles, 23 de junio de 2010

Hiperión

Hölderlin fue un espíritu ensalzado en el Romanticismo alemán. Poeta arrebatador y sublime, en su obra prosística destaca por la profusión y la excelencia del lenguaje, la fuerza de las descripciones y la hondura de su reflexión.

En Hiperión se encuentra desarrollada una de las más notables y particulares características de la obra de Hölderlin: la dualidad, la dicotomía. El autor transita por el agitado piélago del versus. Se desarrollan y suceden tiempos de sosiego y desasosiego, de ataraxia e intranquilidad, de escisiones y reconciliaciones (“La amada tierra de mi patria vuelve a producir en mí gozo y dolor” / El orgullo guerrero vs vergüenza de la propia historia guerrera / “Pienso en lo que ha sido mi vida, en su ascenso y su caída, en su bienaventuranza y su luto y mi pasado resuena en mí como un tañer en el que el músico recorre toda la escala y mezcla con orden oculto la disonancia y la armonía). Esta discordia se descubre en Empédocles: "Todas las cosas están constituidas por cuatro elementos: Tierra, Aire, Fuego y Agua, atraídos uno hacia otro o apartado cada uno de los demás por la fuerza del Amor y del Odio".

En Hiperión, nuestro autor desdeña y rechaza la hostilidad que se despliega y extiende a su alrededor y se ampara en el mundo ideal, representado por la civilización y la ilustración clásicas. Hölderlin busca la mediación del universo clásico para superar las escisiones y las discordias del mundo. Es en el mundo heleno donde ha podido cumplirse un estado de perfección, que la humanidad contemporánea buscaría recrear. Además, es en Grecia donde encuentra la magnificencia y el nexo con la naturaleza que él desea y busca ("Subíamos al Atos, para desde allí remontar hasta el Helesponto…y penetrar en el adusto corazón del viejo Peloponeso, por las solitarias riberas del Eurotas! ¡Qué solitarios aquellos mortecinos valles de Élide, de Nemea y de Olimpia… el sol de juventud eterna nos recordaba que también el hombre estuvo allí alguna vez, pero que ya no está, que de la magnífica naturaleza humana apenas quedan restos tales como el fragmento de un templo o un recuerdo en la memoria, en fin, sólo queda el retrato de un cadáver”).

La recuperación del mundo clásico le enfrenta, siguiendo la dicotomía dominante, con la opresión oriental presente. Frente a la moderación, sobriedad, mesura, templanza y autodominio de los clásicos, se opone el poder ilimitado que no se somete a rienda alguna, el hombre que hace lo que quiere, y cuando lo quiere su capricho, el Jerjes del mundo oriental (Como un flamante déspota, la zona oriental con su poder y su brillo obliga a los que habitan bajo ella a arrojarse al suelo e incluso antes de que el hombre aprenda a andar tiene que saber arrodillarse…”).

Hölderlin, habita en un mundo que considera agotado; persigue, con desesperación y desasosiego, pero también con esperanza, la regeneración colectiva, la restauración de la “Edad de oro” pasada. Alcanzar la evolución cultural, la humanidad en progreso, con la ayuda de la Techne: la aplicación ordenada del conocimiento para alcanzar un resultado concreto. La esperanza, en la obra de Hölderlin, se alcanza a través del amor y de la amistad (“El amor es lo más cercano a lo divino que hay en la naturaleza" / "El amor engendró milenios repletos de hombres llenos de vida, la amistad volverá a engendrarlos"). El tiempo no computa si existe amor. No importa el fracaso colectivo si el amor individual lo exonera. Para Hölderlin el amor es ineluctable a nuestra esencia porque en él y por él nos enlazamos a aquello que nos es indefectible. El amor nos señala lo que nos es próximo. El individuo que se abandona en lo amado se descubre y perfecciona a sí mismo. La dualidad se impone: el encadenamiento, en este caso al amor, libera el alma del individuo. Pero la salvación puede llegar tarde ("Lo imposible que era ya curar a aquel siglo enfermo se había hecho evidente para mí").

Hölderlin considera que la sociedad está esclerotizada, que está transitando por una época orgánica, una época en que la sociedad está basada sobre un sistema de doctrinas invariables y rígidas, desarrollándose de acuerdo con él y procurando la preservación del orden heredado. Hölderlin, por el contrario, preconiza la purificación colectiva, el florecimiento de una época crítica, época en la que pierde validez la organización conceptual vigente hasta entonces. Hölderlin aspira a la supresión del orden establecido y a la edificación de un nuevo orden alzado sobre un nuevo y superior sistema de pensamiento.

Pero, ¿quién acomete tamaña empresa? ¿En qué contexto debe desarrollarse?
Sin duda, el hombre sabio y bello es el gran protagonista de tan grave y trascendente misión. Se trata del canto al héroe, al hombre eximio que acaudilla las facultades escondidas de los hombres dignos y eclipsa los espíritus mediocres. El héroe que es necesario cuando existen amargura y dolor en una sociedad esclavizada. Una comunidad que ha sido subyugada a causa de la lasitud del pueblo ("¿O es que acaso el dios debe depender del gusano? El dios que está en nosotros, al que se le abre la infinitud, ¿debe permanecer quieto y esperar a que el gusano lo aparte del camino? No, no, no se pregunta si queréis… Tan sólo se trata de evitar que impidáis la marcha triunfal de la humanidad”). El argumento del héroe será un tema recurrente en la obra de Hölderlin:

"Las fuerzas nobles, como hermanos heroicos,
comparecerán ante vuestros ojos, y el pecho
os palpitará como a los armígeros, deseosos de hazañas
y de un mundo hermoso y vuestro" (Empédocles)

Se trata del héroe de Carlyle: "Decir de un hombre que es el más hábil, equivale a extenderle patente de recto corazón, de bondad, de justicia, de nobleza por excelencia; lo que ordene hacer será precisamente lo más sabio, lo más propio y conveniente que podríamos aprender". Pero en la praxis no se incorporan con exactitud los ideales, por lo que debemos saludar una aproximación no muy lejana.
Pero el héroe, atendiendo a la divergencia de la obra, también tiene su existencia oscura, su vacío y su caos ("En él hay maldad- me dije-, sí hay maldad. Se arroga una confianza ilimitada y se trata con tipos tales" / "No envidies a esos ídolos de madera a los que no falta nada). El héroe es capaz de utilizar la violencia más salvaje como medio para conseguir el fin deseado. Pero para Hölderlin, la violencia aniquila los espíritus libres, afecta negativamente a la libertad con la que el ser humano agredido debería diseñar su plan de vida y constituye un ataque frontal a su dignidad ("Lo salvaje de la lucha te destrozará"). Hölderlin podría recurrir a la afirmación de François de la Noue: "¿Quién creerá en la justicia de vuestra guerra, si la libran sin mesura?"


Para Hölderlin, el héroe, por tanto, debe observar un respeto fundamental por el ser humano. Los hombres cuyos apetitos y aspiraciones no dominaban, propiciaban el caos y el infortunio para sí mismos y para cuantos les rodearan. La Hybris exhibida por el héroe, se transforma en Ate, y finalmente en Némesis. Años más tarde, Nietzsche retomará el argumento del héroe. Para el filósofo, el héroe abandona la trascendencia de lo mítico y se precipita en la rudeza de la realidad.

El protagonista es el hombre individual que vive inserto en una colectividad. Los clásicos argumentaban que los ciudadanos particulares debían identificar su vida y sus intereses con los del grupo. Esta idea, por la cual cada individuo firma un pacto con la sociedad, creando una voluntad general, estaría tomada de Rousseau: “Una forma de asociación… mediante la cual uno, al unirse a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes”. Por tanto, no sería un contrato entre individuos- teoría de Hobbes- ni un arreglo entre los individuos y los gobernantes- proposición de Locke.
Hölderlin preconiza la libertad individual, frente al poder omnímodo del Estado. Para Hölderlin, el Estado es un enemigo natural de las ideas, en cuanto llevan consigo una amenaza contra el orden establecido. Incluso, el héroe puede ser asfixiado por el grupo-sociedad-Estado, por lo que los espíritus nobles tienden a esconderse, disfrazarse entre la informe multitud, debido a la pérdida de la fe. Sin duda, una reacción a la frustración que supuso el gobierno jacobino durante la Convención francesa y, especialmente, la posterior involución thermidoriana.

¿Y cómo se construye un sabio, un individuo bello? Para Hölderlin el hombre en la infancia es un ser libre, sereno, inocente, bello, pacífico… Recuerda lo señalado en el libro I del Emilio: "Todo es perfecto cuando sale de las manos de Dios". Pero, de nuevo, la dualidad se presenta: ¡la felicidad infantil es efímera! El niño echa a volar y su inexperiencia le hace errar. El niño debe ser educado. Jenófanes ilumina la cuestión: "Los dioses no han revelado todo al hombre desde su origen, sino que el hombre, con su paciente investigación, ha conseguido ir descubriéndolo todo". El hombre debe ser educado, debe aprender, en la observancia de la ley natural.

Hölderlin cree en lo sagrado, en la existencia de “Dios”, una esencia divina que permanece lejana en la sociedad contemporánea, pero comprensible en el mundo clásico, aquél que desea restablecer. Lo sagrado es un éter abierto para la divinidad y sus enviados. Hölderlin se distancia del axioma hegeliano del “dolor infinito” sobre el que “descansa la religión de los nuevos tiempos, el sentimiento mismo que Dios ha muerto”. Para Hölderlin amanece:
“¡Pero ahora amanece! Aguardé y lo vi venir
y lo que vi, lo sagrado, sea mi palabra”
Para Hölderlin lo divino, siguiendo el axioma clásico, se armoniza con lo bello. Así, el hombre que es bello es divino, la naturaleza que es bella es divina. De hecho, cada vez que percibimos algo bello, descubrimos algo divino. Y el paradigma de lo bello es la medida, que, a su vez, es atributo de los dioses.
Sin duda, vive un tiempo definido por el vacío y la nostalgia de los dioses y, al mismo tiempo, por el anunciarse de los mismos.

El contexto en el que debe desarrollarse la empresa de que la armonía de los espíritus dará lugar a una nueva historia de la humanidad, debía ser la Naturaleza: el medio y la razón natural. Hölderlin sostiene que la naturaleza sale al encuentro del gran trabajo de la formación, la naturaleza ofrece auxilio a la razón. El hombre reintegrado en la naturaleza, pero no sólo a nivel físico, sino en sus atributos intelectual y moral. El desarrollo integral del individuo en el universo natural. La naturaleza, por tanto, se convierte en el centro y el punto de referencia de la vida del hombre. Un hombre que examina la realidad conforme al orden inmutable que propone la naturaleza. Hölderlin se acerca al concepto básico del pensamiento de Epicuro: “un verdadero conocimiento de la naturaleza de las cosas es el mejor remedio para los males de la humanidad”.

El hombre, en conclusión, debe buscar y reconciliarse con la naturaleza, regresar al seno acogedor de la condición natural. La vuelta a un mundo en el que la cultura no ha desplazado a la naturaleza, que es la única que se mantiene fiel a su propia esencia (“No está en contradicción consigo misma”).

Por último, Hölderlin presenta la última y definitiva dicotomía: la muerte como liberación de las ataduras, como regeneración: morimos para vivir.

sábado, 5 de junio de 2010

Las proclamaciones reales (La proclamación de Felipe V)

La primera proclamación de un monarca de la dinastía Borbón fue la que se realizó por el rey Felipe V. El día 1 de noviembre de 1700 moría en Madrid Carlos II, último monarca de la dinastía Habsburgo en España.
A partir de ese momento se inició una dura disputa por la Corona española. El archiduque Carlos, candidato austriaco, y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y, por tanto, candidato de Francia, iniciaban un inexorable y largo litigio de trece años. En este conflicto, conocido como "guerra de Sucesión española", la Corona de Castilla favoreció la pretensión del candidato francés. De esta forma, y ante la necesidad de legitimar el derecho al trono, la proclamación real de Felipe V se celebró de forma inmediata. En una carta del Consejo de Castilla al cabildo catedralicio se dice: "la celeridad con que se ejecutó para manifestar en la prontitud el amor y respeto de sus vasallos". Ahora más que nunca, la proclamación real pasó a convertirse en un instrumento político utilizado por la monarquía, en este caso por la dinastía Borbón.
El día 27 de noviembre se reunió el Concejo abulense y se leyó una carta del presidente de Castilla, fechada el día 24 del mismo mes, acompañada de una Provisión Real, también del día 24, en la que comunicaba a la Ciudad que en la Corte se había levantado el estandarte real. La Provisión Real ordenaba que Felipe V fuera "aclamado, levantando en su real nre pendones en ttodas las ciudades de estos Reynos, según el estilo y costumbre que en ttales casos se a hecho en los demás sres reyes sus antecesores"
[1]. La carta del presidente de Castilla ratifica la orden de proclamar a Felipe V, añadiendo que se celebre sin la menor dilación, incluso aunque no se hubieran realizado las exequias fúnebres por Carlos II.
Leída la comunicación oficial, el Concejo acordó que tan grave acto se festejara "con la solemnidad y grandeza q corresponde a prínzipe tan grande", añadiendo que tal grandeza era deseo de todos los caballeros y vecinos de la ciudad de Ávila, como "lo an echo en otras ocasiones"
[2].
La urgencia legitimista señalada en la carta oficial no pudo ser complacida por el Concejo abulense, pues faltaban en la ciudad los materiales necesarios para poder llevar a cabo el ceremonia con la majestuosidad requerida y deseada. Fue menester concurrir a la Corte y otras ciudades vecinas a comprar lo necesario.
Ante esta doble condición, el Concejo resolvió despachar una carta al presidente de Castilla informándole del problema, señalando que se comenzarían las prevenciones necesarias "para q con la menor dilazón se execute todo"
[3]. Además, se determinó informar al cabildo catedralicio del recibo de la misiva oficial[4]. En la misma sesión se resolvió enviar una carta al marqués de las Navas, encargado de izar el pendón real como alférez mayor de la ciudad de Ávila, y otra al marqués de Malpica, alcaide del alcázar, invitándoles a la celebración[5].
Días después, el 18 de diciembre, se aprobó fijar el día 27 de diciembre para la celebración de proclamación. Se pregonó a los vecinos, instándoles a mantener limpias las calles por las que había de desarrollarse el acto, así como tener iluminadas todas las casas de la ciudad la noche de la proclamación
[6].
La proclamación se realizó de la misma forma que se había celebrado la de Carlos II en el año 1666. Se salió de la plaza del Mercado Chico por la calle Andrín hasta la catedral, donde fue tremolado por primera vez el pendón. Desde la catedral se volvió a la plaza del Mercado Chico en la que se enarboló por segunda vez el pendón. Por último, se salió del Mercado Chico por la calle de la Rúa, y siguiendo hasta la puerta del Adaja, calle de Santo Domingo, plazuela de la Santa, corral de las Campanas, puerta de Gil González, calle Caballeros, Mercado Chico, calle Andrín y calle de Don Jerónimo, hasta llegar a la puerta del Alcázar, lugar en el que se levantó por tercera vez el pendón real.
[1] A.H.P.Av. Actas ayunt. Libro núm. 91, fol. 137.
[2] Ib., fol. 137v.
[3] Ib., fol. 138.
[4] La comisión del Concejo estuvo formada por Don Diego Dávila Carrillo, marqués de Albaserrada, y por Don José de Pedrosa Dávila y Bracamonte, marqués de la Vega. La comisión se evacuó el día 1 de diciembre, pidiendo a el cabildo se "sirviese de favorecerla en el recibimiento, bendición y asistencia para la mayor solemnidad y autoridad de la función, en la conformidad que en ocassnes semejantes lo avía practicado y estava concordado", en A.C.A. Actas cap. Año 1700, fol. 92v.
[5] El marqués de las Navas envió una carta al Concejo, fechada el día 1 de diciembre, en la que comunicó su no asistencia a la proclamación, debido a "sus ocupaciones". Nombró al marqués de Albaserrada como sustituto. A.H.P.Av. Ib., fols. 142v-143.
[6] Ib., 155-155v.