jueves, 22 de diciembre de 2011

Preparación entierro de María del Rincón

El mismo día del óbito de doña María, el alcalde mayor ordenó la apertura de su testamento. El marido de doña María, Antonio Fernández Núñez, pidió que el funeral de la difunta se pagara “de los bienes de la susodicha, sin detención alguna”, pues doña María había dejado en el testamento muchas mandas y legados que requerían su cumplimiento inmediato. Antonio no podía pagar el funeral por “estar pobre, como es notorio”. Vista la situación, don Juan de Vera ordenó que se dieran a don Francisco Gutiérrez, testamentario de doña María, quinientos reales “porque es necesario alguna cantidad para que mañana sábado se gaste y distribuya en el entierro”. Estos reales se sacaron de una deuda, que alcanzaba los 4000 reales, que tenía con ella don Antonio Palomares, vecino de la ciudad de Ávila.

Debido a la mala situación económica del marido, “alcanzado de muchas deudas y por ello haber venido en suma pobreza”, y a que constaba como heredero en el testamento de doña María, el alcalde mayor ordenó que Antonio Fernández fuera al entierro “como conviene, con la decencia que se requiere conforme al estado y calidad de su persona y de la dicha su mujer”. Por ello, ordenó que se le diera un luto y lo demás necesario para el adorno de su persona. El encargo fue para Francisco García, mercader de lonja. La composición y gastos del luto y adorno fueron los siguientes:


Tejido Cantidad Precio (En reales) Total (En reales)

Bayeta negra 10,5 varas 22 la vara 231
Mitán negro ancho 3 varas 8 la vara 24
Seda negra 1,5 onzas 8 la onza 12
Botones lisos 1 gruesa 12
Hechuras del capuz, luto y vestido, con diez

docenas de ojales 50
Otras mercaderías “que no hubo en mi tienda”

y entregó María Gutiérrez, tendera 221

TOTAL 550

Del mismo modo se obró en lo referente a la cera, sufragios y demás cosas necesarias en el entierro, honras, cabo de año, novenario, sufragios, domingos, fiestas y bodigos de la dicha María: “todo lo cual ha de salir de los bienes y hacienda que la susodicha ha dejado”.

Por último, el médico y el barbero que atendieron a doña María pidieron que se les pagara el salario por haber ido a confirmar la muerte de la susodicha, y por haberla curado durante su vida en diferentes ocasiones, especialmente en su última enfermedad. Los especialistas adujeron que no habían cobrado debido a que pensaban que doña María era “mujer pobre”, por lo que “no la habían llevado y dádoles nada”. El médico pidió cien reales, mientras que el barbero reclamaba cincuenta. Don Juan de Vera analizó la situación y determinó que el médico recibiera setenta reales por su trabajo, mientras que el barbero debió conformarse con veinticuatro reales.

jueves, 15 de diciembre de 2011

14 de diciembre, festividad de San Juan de la Cruz

"Muchas cosas notables y maravillosas dicen sus declaraciones que sucedieron en su muerte los que se hallaron presentes a ella... La primera es: una notable fragancia y olor suave que se sintió en aquella dichosa celdilla en expirando el Venerable Padre y se comunicaba a otras partes del convento. Lo cual aunque parecía cosa de afuera, se conocía que también participaba de ella el mismo cuerpo del difunto... Salía de él olor suave y lo sentían los que llegaban a besarle los pies y manos.
A esto se añadió, que en muriendo el Venerable Padre sintieron los religiosos y las demás personas que allí se hallaron una alegría y consuelo extraordinarios, que parecían comunicados de causa sobrenatural, así por sus efectos como por que era en tiempo que según causas naturales había de haber tristeza y soledad de la falta y ausencia del que tenían todos como por Padre...
Otra maravilla que se vio allí en este mismo tiempo fue una claridad muy alegre y tan superior, que con haber en aquella celda muchas velas encendidas, oscureció de manera su luz, como si entrara en ella a puerta abierta el sol de medio día..."

José de Jesús María (Quiroga). Historia de la vida y virtudes del Venerable Padre fray Juan de la Cruz. Libro III, Capítulo 24 "De muchas cosas maravillosas que sucedieron en la muerte del Venerable Padre". Salamanca, 1992. Edición de Fortunato Antolín.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Muñeca típica de Eslovenia



Esta muñeca fue adquirida en un mercado de la ciudad de Liubliana.

Según la leyenda, el príncipe griego Jasón, junto a los Argonautas, huyó del rey Eetes por robarle el vellocino de oro. Navegaron desde el Mar Negro al Danubio, de aquí hacia el río Sava y, por fin, hasta el río Ljubljanica. En el nacimiento del río Ljubljanica encontraron un gran lago y un pantano. En este paraje, Jasón se enfrentó a un terrible monstruo, contra el que luchó y al que más tarde mató. Este monstruo era el Dragón de Liubliana que, hoy en día, habita en la cima de la torre del castillo que aparece en el escudo de la ciudad.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Informe médico muerte repentina (Siglo XVII)

Don Juan de Vera Lorenzana, abogado y alcalde mayor de la ciudad de Ávila, recibió la noticia de que doña María del Rincón, vecina de la ciudad, había fallecido repentinamente al amanecer del día 24 de enero de 1676. Don Juan ordenó que "se vea y reconozca si es así lo susodicho". Para cerciorarse del hecho ordenó a don Manuel Gómez Ávila, médico de la ciudad, y a Tomás Álvarez de Veguilla, cirujano y barbero, que la "vean, visiten y reconozcan el estado que la susodicha tiene".


El doctor Gómez Ávila señaló en su informe que "ha visto a la dicha doña María del Rincón en la cama, a las nueve y a las once de la mañana", y que según su estado y aspecto "halló y le parece que la susodicha está muerta naturalmente". Para el doctor Gómez Ávila tenía todas las "señales mortales" para afirmar el óbito de doña María. Según el galeno, doña María tenía "deficiencia de los pulsos, todas las extremidades frías, los labios cárdenos y las uñas de pies y manos cárdenas y lívidas", que todas eran señales de muerte. Además, había echado "por las narices excrementos mucosos", por lo que, con todo lo referido, se podía afirmar "ser mortal y estarlo la susodicha". Por último, y si quedaba alguna duda, se le dieron "garrotes y no volvió, y se la pusieron espejos delante y no dieron señal ninguna de vida".



Poco después, a la una del mediodía, realizó el informe el barbero, diciendo que visitó a doña María a las "siete, hallándola en su cama, y la vio y miró, y estaba trastornada del lado izquierdo". Según la vio pudo reconocer "por las señales que tenía, que estaba muerta". Pero, si esto no era bastante para los allí reunidos, decidió poner "el espejo y le tomó el pulso, y luego la dio de garrotes, para ver si volvía". Después de efectuados los exámenes pertinentes, el barbero volvió a poner el espejo e hizo "otras diligencias necesarias para ver y reconocer si había alguna señal, por donde se conociese no ser muerta, y no hubo, ni hizo ninguna señal de ello", por lo que confirmó que doña María estaba muerta.



Una vez referidos los informes, don Manuel Gómez Dávila señaló que no se podía , ni debía enterrar a doña María del Rincón "hasta mañana, sábado, en todo el día". En conclusión, pasadas veinticuatro horas que "conforme al arte y facultad medicinal y de cirugía se le deben guardar a cualquier persona que muere súbita y repentinamente".

En caso de morir acompañado por familiares y amigos, existían señales premonitorias que indicaban que la llegada de la Parca estaba cercana. Según los autores de "Artes Moriendi", las señales que había que tener en cuenta eran:
"Falta de pulso, vacilante o intermitente.
Respiración pausada.
Ojos muy abiertos.
Ojos demasiad lúcidos o vidriados.
Relajación del párpado superior.
Ojos excavados, muy cóncavos.
Nariz afilada y muy abierta.
Extremidades blanquecinas.
Respiración como de fuelle.
Rostro pálido y desencajado.
Manos trémulas.
Jugueteo con la ropa.
Aliento fétido y frío.
Inmovilidad del cuerpo.
Rostro con sudor frío.
Gran calor en el pecho.
Manos y pies fríos."

martes, 29 de noviembre de 2011



Se asemeja el que va tras la fortuna,
Cuanto más requerida más ingrata
Al cisne que hunde el cuello en la laguna
Para alcanzar el disco de la luna
Que en el movible espejo se retrata.

Obras Poéticas de don José Velarde. París, 1889






lunes, 7 de noviembre de 2011

La muralla

La muralla ascendía vigorosa por el risco, como una espina de piedra horadada por sentimientos y deseos de libertad. Los torreones se alzaban como enormes testigos de la historia del pueblo. No había pasado la villa por tiempos mansos, y la vida, en aquellos años, se presentaba dura y turbia. Las aguas del río bajaban llenas de lodo y muerte. Las gentes, consumidas y agotadas, deambulaban por senderos y caminos. Los hombres eran sombras, cansadas y rendidas, sacadas de una fantasmagórica historia de crueldad y rabia. Los campos, yermos y secos, habían perdido el color de la mies en verano. Las matronas, robustas y henchidas en otros tiempos, aparecían con sus pechos vacíos y menguados, como odres secos y ajados por el olvido del tiempo y la fortuna. Las doncellas paseaban su perdida hermosura por callejones desiertos, esperando el susurro caliente y vibrante de una voz grave y fuerte. Los ojos de los amantes, corrompidos y apagados por años de olvido, no inflamaban las calles sucias y hediondas.

Sólo la arribada del héroe anhelado sostenía el aliento, apenas ya perceptible, y la fe de aquellas gentes. Los guardias en las atalayas y baluartes aguardaban, con profusa ansiedad y una pizca de desazón, entrever en el horizonte un tropel de guerreros capitaneados por aquel enérgico y esforzado paladín.

Aquella mañana despuntó fría y brumosa. A mediodía, cuando el sol intentaba clarear en el horizonte, surgió, entre dos luces, el ansiado caballero. A caballo, flanqueado de hombres de armas, refugiado en un magnífico y centelleante escudo y espoleando su brioso corcel, apareció el aguardado adalid. Los cuernos tronaron con estruendo y vigor, los portones y postigos se franquearon, los hombres desembarazaron las calles, las mujeres vociferaron la fama del libertador y las calles y plazas se saciaron de regocijo y alborozo.




jueves, 3 de noviembre de 2011

¿Cómo es posible?

Construcción: Ermita de Nuestra Señora del Rosario
Población: Terriente (Teruel)

No sé si la edificación es de propiedad pública o privada, pero lo que no es admisible es que un inmueble del patrimonio histórico-artístico español se encuentre en este estado de abandono y ruina.

La administración o las administraciones públicas, extraordinario dislate del sistema administrativo español, en vez de despilfarrar el presupuesto en subvenciones ridículas y necias, deberían patrocinar la conservación y rehabilitación de los bienes del patrimonio histórico-artístico nacional, ya sean públicos o privados.

En la bitácora patrimonioabandonado.blogspot.com puedes participar enviando información sobre el acervo patrimonial abandonado o en malas condiciones de conservación. Si te interesa colaborar y participar de forma directa en el blog, envía un comentario y te remitiré la cuenta de gmail y la contraseña para que puedas publicar las imágenes y la información general del caso que quieras mostrar y denunciar.







viernes, 28 de octubre de 2011

Venta de esclavo

Francisco, portugués y vecino de Viana, vendió a Bernabé Román, mercader y vecino de Toledo, un esclavo negro- Antonio, natural de Angola y de 12/13 años de edad- que, a su vez, compró a Juan Domínguez de la Vega, clérigo, maestro de niños y vecino de Viana.
Antonio era negro atezado, un “poquito romo y bien hecho. Con una señal de marca en el pecho, a la izquierda”. Le vendió “por sano de pies, manos y ojos, sin enfermedad pública ni secreta. Fue “habido de buena guerra, sin ser hurtado ni empeñado”.
El precio de venta se fijó en 30.000 maravedises, pagados en escudos de oro (de a cuatro, de a dos y sencillos) y reales de plata (de a ocho, de a dos y sencillos).


Fecha: 20 de junio de 1587

martes, 18 de octubre de 2011

Festividad de Santa Teresa de Jesús (15 de octubre)

La devoción por Santa Teresa, reformadora implacable y fundadora impenitente, que experimentó el pueblo abulense y castellano en general fue tan grande, que las Cortes de Castilla en el año 1594, resolvieron escribir al Papa para suplicarle que ordenara a "algún prelado" suyo que hiciera "información de la vida y milagros" de Teresa de Jesús (1) .

Años más tarde, en septiembre de 1611, el padre fray Ángel de Jesús María, procurador general de los Carmelitas Descalzos, informó que las comisiones y diligencias realizadas para la canonización de Santa Teresa "habían llegado por la misericordia de Dios a tan buenos términos, que su Santidad había concedido los últimos memoriales para hacer las informaciones plenarias, las cuales se habían hecho y remitido a Roma" (2) .
Pero las gestiones que debían obrarse ofrecían grandes gastos, por lo que la Congregación, que era "tan pobre que no los podía suplir", pidió a la Orden de Santiago la concesión de una licencia para "pedir Limosna para los gastos de la dicha canonización". La licencia pedida facultaba para cobrar de los Concejos hasta treinta ducados, ya fuera en propios, rentas o pósitos. El Consejo de la Orden accedió a la petición de los Carmelitas y decidió dar "licencia y facultad a las personas que la dicha orden nombrare... para que por tiempo de dos años, que corran y se cuenten desde el día de la data de esta nuestra carta en adelante, puedan pedir y pidan limosna para el dicho efecto... en todas las villas y lugares de la dicha Orden de Santiago". Así, la Orden de Santiago ordenó a los priores, vicarios generales, curas y beneficiados "de sus iglesias que las dejen y permitan pedir y demandar las dichas limosnas en las dichas iglesias y fuera de ellas" (3) .

Poco después, en abril de 1614, una explosión de alegría sacudió la ciudad de Ávila. El día veinticuatro de abril de 1614 la religiosa abulense fue beatificada por el Papa Paulo V. A partir de entonces, la felicidad y el gozo se extendieron por la ciudad. El día veintisiete de mayo el arcediano de Arévalo, el canónigo don Francisco de Ribera, el prior del Carmen Calzado y el Procurador General en nombre de los vecinos de Ávila, dieron la enhorabuena a la ciudad, representada por el Consistorio, por la "gracia en beatificar la Santa Madre Teresa de Jesús". Recibida la felicitación por el Concejo, éste les agradeció a todos "el contento y alegría que todos en general y en particular es razón tengan" y acordaron dar las gracias, de manera especial, al Cabildo. De la misma forma, el prior de las Descalzas agradeció a la ciudad la alegría que demostró el pueblo abulense y propuso "se vote, por la ciudad, se guarde la fiesta de la Santa Madre por octubre" (4) .
Posteriormente, y para celebrar la beatificación, el consistorio decidió- sesión del día 12 de julio- escribir al General de la Orden Carmelita para que ofreciera a la Ciudad alguna reliquia de la Santa, y en la sesión del 14 de agosto se acordó celebrar procesión general para el día veinte de dicho mes- facilitando cera blanca a todos los regidores, oficiales y mujeres de Ávila-, y que se celebraran danzas, autos, comedias, invenciones de fuego y un toro "encoltado" (5) .

Pero no sólo se realizaron en Ávila demostraciones de alegría por la beatificación de Teresa de Jesús. Un ejemplo de dichos regocijos nos lo ofrece la ciudad de Valladolid, donde se celebró función solemne en el convento de las Carmelitas. Los gastos por estos festejos, "de suntuoso aparato", corrieron por cuenta de los Condes de Benavente, que "manifestaron al mundo el amor encendido que ardía en sus pechos para con la Santa". El festejo consistió en la construcción, en el patio del convento, de un suntuoso templo. Dicho templo tenía erigido "un cielo. A la entrada tenía un arco tan hermoso que poseía su grandeza a cuantos miraban su adorno. De todas las paredes pendían ricas colgaduras de damasco, terciopelos y brocados. Todo el círculo interior de la iglesia se llenó de balcones dorados, los cuales ocuparon los señores y señoras de primera magnitud. Tres altares tenía esta formada iglesia, que el menor de ellos era embeleso de la vista. No me paro en explicar su arquitectura por no ser necesaria, sólo deseo decir que por el coste se puede colegir, pues llegó a cerca de ocho mil ducados lo que en esta función gastaron los Señores Condes, propio de su grandeza y obligación para la orden de encomendar a Dios a esta esclarecida familia. Concurrieron a esta función por sus antigüedades todas las religiones, señalándose cada uno más y más en servir y honrar a la Santa" (6) .

Ese mismo año, el 4 de agosto de 1614 (7), el rey Felipe III remitió a la ciudad de Ávila una carta, leída el día 21 del mismo mes, en la que se anunciaba que "se va extendiendo (la) devoción" por Teresa de Jesús, y que "siendo justo que la suya se aventaje con particulares demostraciones", ha acordado nombrarla patrona y abogada de España para "invocarla y valerse de su intercesión en todas (las) necesidades”. Además, reafirma su interés personal por esta devoción "por ser muy particular la que yo tengo" y recuerda que se puede "rezar y decir misa de esta bendita santa" (8) . Teniendo todo esto en cuenta, el Rey mandó a la ciudad de Ávila y a su Concejo, en particular, que se hicieran "demostraciones de gozo y regocijo". Una vez leída y entendida la carta, el Consistorio unánimemente acordó hacer las mayores "demostraciones": ordenó sacar siete copias de la carta real, enviando una a cada uno de los sesmos de la ciudad, y escribir a las villas pertenecientes a la Tierra de Ávila para que hicieran similares "demostraciones" a las que se iban a hacer en la capital. Las "demostraciones" festivas consistieron en iluminar las fachadas de las casas de toda la ciudad (9) y un toro "encoltado" el día cuatro de octubre; procesión general, autos y entoldar las calles el día cinco; máscaras el día seis; encierro de dos toros el día siete; toros y juego de cañas el día ocho; y toros (10), cañas de capa y jotas el día diez.

Además, el Concejo abulense acordó escribir las cartas necesarias para que el Santo Padre "sea servido de canonizar a la bendita Madre Teresa de Jesús", canonización que se produjo el día doce de marzo de 1622 (11) . Unos días más tarde, el Papa Gregorio XV expidió un Breve, 23 de junio de 1622, en el que concedía indulgencias a todos los fieles que visitaran, el día de la festividad de la Santa, las iglesias pertenecientes a las Carmelitas Descalzas (12) .
Al año siguiente, el Concejo trató sobre la fecha de la fiesta de Santa Teresa y así, el día dieciocho de julio, se decidió, después de consultar al Obispo, que fuese el día cinco de octubre, festejándose con vísperas y misa y con "toda solemnidad" (13) .

No fue hasta el año 1655 cuando se fijó de manera definitiva el día quince de octubre como festividad dedicada a la Santa. Así, el día diecinueve de junio de 1655, el obispo Bernardo de Ataide señalo sobre este asunto: "por ser natural de ella- de la ciudad de Ávila- hija de padres naturales y originales de esta ciudad, haberse criado y educado en ella... y en los conventos de Santa María de Gracia y de la Encarnación, a donde con su ejemplo y doctrina dejó continuas memorias y encendidos deseos de su amor, cual se deja considerar del amoroso afecto de patria reconocida y obligada a la gloria ilustre que con toda la cristiandad la añadió esta gloriosa Santa con sus heroicas virtudes y fama de su santidad;(y) por haber dado en ella y su obispado principio a la obra insigne de la fundación de su reforma... de que tanto provecho y gloria se ha seguido a toda la Iglesia; y escrito en ella los libros de su celestial doctrina, estimadas y veneradas en toda la cristiandad con crecidos y copiosos frutos de las almas"; y teniendo en cuenta que el día "quince de octubre a cada un año en veneración y reverente culto de su memoria, comúnmente en esta ciudad se abstienen del trabajo y ocupación de los días feriales, teniendo este día en su devoción y estimación por festivo y solemne"; y estimando "que en consideración de tan particulares y relevantes títulos y razones nos pedían y suplicaban con repetidas instancias... diésemos y estatuyésemos el día referido de la festividad de dicha Santa Madre por día de fiesta de precepto, que sería de singular consuelo y alegría espiritual y temporal para todo el pueblo"; y habiendo "tenido acuerdo con personas de virtud y letras... deseando el consuelo espiritual de nuestro súbditos"; se resolvió y acordó "se de a la dicha Santa en las demostraciones exteriores el culto y veneración que tiene arraigado en los corazones de los naturales de esta ciudad... que de aquí adelante el día en que la Iglesia celebrara la festividad de dicha Santa... sea día festivo y de guarda en esta ciudad" (14) .

Por último, ya en el siglo XX (27 de septiembre de 1970), el Papa Pablo VI proclamó a la Santa, Doctora de la Iglesia Universal.


(1) Actas de las Cortes de Castilla. T. XIV, pág. 470, Madrid, 1888.
(2) Archivo de los Padres Carmelitas, Caja 17. N°. 29. Madrid, veintidós de septiembre de 1611.
(3) Ibidem. En caso de impedir el cobro de la limosna, la pena en que caían los infractores era de 50.000 maravedises. Otro ejemplo de petición de limosna nos lo ofrece el padre fray Juan de San Alberto, prior del convento de Peñaranda, que pidió limosna en la villa de Gumiel de Izan, dándole la villa una cédula firmada por el duque de Osuna, y conde de Ureña “de cuantía de tres mil reales... con que esta villa le había servido de cierto carbón”, en Ib., Caja 30, n°. 3, fols. 1-1v, veintiuno de septiembre de 1611.
(4) Archivo Histórico Provincial de Ávila, Actas Consistoriales, Libro 31, folio 98.
(5) Para el día 21 se acordó se corriesen toros y se celebrasen juegos de cañas. El gasto de todas estas celebraciones ascendió a 13.170 reales.
(6) A.P.C. Caja 26, n°. 75, fol. 1v.
(7) A.H.P.Av. Act.Cons. L. 33, fols. 84.
(8) Según un breve expedido por el Papa Paulo V.
(9) So pena de 1.000 maravedises al que no las pusiera.
(10) Se compraron doce toros al precio de 32 ducados por cabeza, aunque sólo se encerraron y corrieron ocho, en los días de fiestas.
(11) Ese mismo día fueron canonizados los santos españoles San Francisco Javier, San Isidro y San Ignacio de Loyola.
(12) A.P.C. Caja 30, n°. 5.
(13) A.H.P.Av. Act.Cons. L. 31, fol. 311v. La ciudad otorgó un poder, el día once de agosto, para que la fiesta se celebrara “como las demás que la santa Iglesia romana manda guardar”.
(14) A.P.C., Legajo 0-72, fols. 1-1v.

martes, 11 de octubre de 2011

Muñeca portuguesa

Vestido de fiesta utilizado por las labradoras de la región de Viana do Castelo en las fiestas y romerías de la tierra.

Falda azul con adornos en negro y blanco. Faltriquera bordada. Chaleco azul con dobladillo de color negro. Camisa blanca bordada en azul. En la cabeza, pañuelo decorado.


Delantal azul con motivos florales.

Calza zapatillas bordadas y medias blancas de puntilla, trabajadas con cuatro agujas.

viernes, 7 de octubre de 2011

La ciudad sentida (Día de regocijo)

Aquella mañana, Juan de Lozoya se vistió deprisa- camisa de estameña, jubón, calzas negras, unidas al jubón por unas bonitas agujetas, y ropilla con mangas, cortadas por airosos greguescos - y bajó a desayunar más temprano de lo que solía hacerlo. Los huevos con tocino y el vino de Cebreros reconfortaron su cuerpo y su espíritu, y le animaron a salir a la calle en aquella fría mañana de invierno. El día se presentó soleado, con ese sol radiante y brillante de las mañanas de enero; y frío, un frío seco que aturdía los sentidos y los espíritus más ardorosos. Con paso lento y medido se dirigió al corazón de la ciudad, situado en la zona más alta de la misma y distante unas pocas manzanas. Había acordado verse con sus amigos Luis Lobera y Antonio de Andía para asistir al levantamiento de pendones que esa mañana se iba a celebrar en honor de la proclamación del nuevo rey. Cuando llegó a las inmediaciones del Mercado Grande pudo ver a sus amigos en distendida conversación. Se acercó con su habitual discreción y dio los buenos días a sus animados compadres."La multitud comienza a llenar la plaza", dijo Lobera, "deberíamos escoger un lugar en el que podamos presenciar con cierta comodidad el espectáculo que, por otra parte, se anuncia fastuoso". "Mira Luis, Juan nos hace señales desde el balcón de la casa de los Müller", dijo el maestro de capilla apuntando con su huesuda mano hacia el balcón de la casa de la familia Müller, donde se encontraba situado Juan de Otálora, que les llamaba con ademanes nerviosos y excitados. Atravesaron con lentitud y parsimonia la plaza, separando con el brazo a las numerosas personas que ya abarrotaban la explanada. Atravesaron la puerta y subieron la escalera que conducía al segundo piso, donde les recibió la esclava del maestro Müller. “El señor les espera en el balcón”, les dijo la esclava, mientras con un ademán elegante les señalaba el camino. Atravesaron el salón, saludando a varios conocidos, y llegaron al balcón señalado, donde con gran alegría fueron recibidos por el propietario de la casa. “Buenos días, caballeros. Se presenta una hermosa y excitante mañana. Lo mejor de nuestra nobleza participa en el cortejo". La conversación, frívola y distendida, se alargó durante unos minutos, hasta que una voz conocida llamó mi atención dentro de la casa. En un corrillo, discutiendo animadamente, se encontraba don Jerónimo Sedeño, uno de los caballeros más linajudos de la ciudad. Don Jerónimo era un hombre alto, fuerte, de hermoso y noble semblante, y de exquisitas y elegantes formas. Junto a él se encontraba la señora de la casa y un pequeño grupo de frívolos e insustanciales jóvenes, herederos de algunas de las casas más destacadas de la ciudad, que escuchaban entre embelesados y envidiosos, el encopetado y afectado discurso del presumido caballero. Junto a ellos, me atrajo la figura de Antonio Bernáldez, el joven oficial de los Müller, más interesado en los airosos y galanos arrebatos que, de vez en cuando, dibujaba la tudesca, que de la ostentosa perorata del noble.

jueves, 6 de octubre de 2011

Carta de poder

Don Martín de la Venera, arcediano de Oropesa en la Santa Iglesia Catedral de Ávila, otorga un poder a don Hernando Daza del Peso, vecino de la ciudad de Ávila, para que "podáis vender y vendáis... un esclavo que yo tengo que se llama Luis, de edad de treinta años". Don Hernando Daza puede "vender y vendáis al contado o al fiado, como vos pareciere".

En Ávila, 16 de marzo de 1575.

martes, 20 de septiembre de 2011

La Plaza Mayor II

La plaza es espacio indispensable en la función de darse a sí misma la población sus peculiares señas de identidad. En su recinto la ciudad se ve, se mira y se reconoce; recupera lo pasado y lo incorpora a la memoria, que no otra cosa vienen a ser la materia de lo histórico. Todo, como en un crisol, lo funde la plaza: recibimientos de personajes ilustres, tráfago de mercadeo y ferias, publicación de bandos reales o locales, ajusticiamientos, inauguraciones, canonizaciones o festividades del calendario litúrgico. Valga aquí sólo apuntar la importancia que tuvieron algunas fechas señaladísimas, como fue, por ejemplo, el Corpus Christi, cuando la ciudad se transformaba vistosamente, ataviada de todas sus galas. Las fachadas de las casas se revestían con vistosas colgaduras, tapices e incluso con pinturas, por las calles desfilaban espectaculares cortejos animados con profusión de figuras alegóricas, se sucedían carrozas y mojigangas, músicos y danzantes, se encendían luminarias y fuegos de artificio, se organizaban juegos de cañas y corridas de toros, y, según los casos, se construían arcos de triunfo o aparatosas arquitecturas efímeras y tramoyas compuestas por estructuras de madera ricamente adornadas con esculturas y lienzos de complicada iconografía, cargados de mensajes simbólicos procedentes de la literatura emblemática. Sin tratarse de una de estas emblemáticas festividades del año, las mismas galas festivas podían usarse en hechos eventuales de importancia nacional, como podían ser el nacimiento de un príncipe o una princesa, las bodas de categoría, victorias militares o el feliz final de alguna peste o amenaza pública.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Empire State Building



"Durante un periodo de diecisiete años el Woolworth Building ha estado mirando por encima del hombro a todos los otros rascacielos neoyorquinos. Era el coloso, el gigante, el matón. Cuando uno entraba por primera vez en el puerto de Nueva Cork los compañeros de viaje se lo enseñaban a uno, muy orgullosos de mostrar su familiaridad con él. Luego se hacía uno transportar a su observatorio, y desde allí, por la módica suma de cincuenta centavos, podía hacerse la ilusión de que dominaba por completo a la gran ciudad.


Woolworth Building


Nadie se atrevía con el Woolworth Building cuya dictadura duró, como digo, diecisiete años, y el formidable armatoste empezaba ya a adquirir en el tiempo una importancia que sólo le correspondía en el espacio, y a presumir, como si dijéramos, de pirámide de Egipto, esto es, de cosa definitiva y eterna; pero lo que no ocurrió ni una vez en diecisiete años ha ocurrido tres veces en poco más de uno. Primero fue el Manhattan Company Building, quien, con sus 71 pisos, se elevó 11 sobre el Woolworth Building.



Manhattan Company Building


Luego el Chrysler llegó a 77,



Chrysler Building


y ahora acaba de inaugurarse el Empire, con 85, sin contar los dos subterráneos ni los dieciséis de la torre. Y he aquí como, de la noche a la mañana, ha sido puesto en ridículo el matón. No ya cincuenta centavos. Ni diez, que es el precio máximo a que vende sus mercancías la Compañía Woolworth – los Woolworth Stores equivalen aquí a nuestras tiendas de todo a sesenta y cinco-, daría hoy nadie por visitarlo. En cambio, el Empire ha hecho cien mil dólares el domingo siguiente a su inauguración vendiendo a un dólar los billetes para subir a su observatorio.

El Empire State Building se inauguró oficialmente el día 1º de mayo. Desde su residencia de Washington, Mr. Hoover apretó un botoncito y toda la planta baja del rascacielos quedó profusamente iluminada. Una cinta de seda contenía en la calle a los invitados. Con unas tijeras de acero cromoníquel, que es el metal de que está revestido el edificio, una niña de doce años, muy regordeta por cierto, cortó la cinta, y allá fue JJimmy Walter, el alcalde de Nueva Cork, tan chulo como siempre, y Al Smith, el contrincante de Hoover en las últimas elecciones presidenciales, que es el jefe de la Compañía- en realidad, el Empire se ha construido para darle un sueldo y hacerle un anuncio a Al Smith-, y todos los notables de la ciudad. Naturalmente se habló de los grandes destinos a que está llamado Nueva Cork y de la torre Eiffel, ya sobrepasada, y por nada menos que 75 metros. La torre Eiffel era una espina que Nueva Cork tenía atravesada en la garganta, y si tarda un año más en arrancársela no sé lo que hubiera ocurrido.


Yo subí, claro está, al Empire State Building, y desde él pude ver un espectáculo que nno había podido ver desde el Chrysler: pude ver el Chrysler de arriba abajo, en su debida relación con los otros edificios de la ciudad. Lo que no se ve desde el Empire, naturalmente, es el propio Empire. No se ve desde el Empire ni desde ninguna otra parte. El Empire carece de perspectiva, y cuando se construya el próximo rascacielos de 100 pisos, allí me tendrán ustedes, no para ver ese rascacielos precisamente, sino para ver el rascacielos anterior".


Julio Camba. La ciudad automática. Buenos Aires, 1950, págs. 63-65.

Explica José Dalmáu Carles sobre la arquitectura metálica: "Todo parece indicar la próxima aparición de un nuevo arte. Las necesidades de la vida moderna conducen a sustituir los antiguos materiales de edificación por el empleo del hierro, obteniendo así edificios sólidos y de proporciones colosales que, si no se distinguen por la belleza artística, ofrecen innegable comodidad y responden a las exigencias de las grandes urbes.
En los Estados Unidos de la América del Norte, sobre todo, a nadie sorprenden ya las casas metálicas de veinte, treinta o más pisos, en las que viven centenares de familias."
Posteriormente se pregunta: "¿Dará el genio del hombre formas verdaderamente artísticas a estas fábricas colosales? ¿Alborea un arte más asombroso todavía que el que inmortalizó a la patria de Pericles?"


José Dalmáu Carles. El segundo manuscrito. Gerona, 1934, págs. 37-38.

martes, 16 de agosto de 2011

Conjunto histórico de les Bons en Encamp (Andorra)

El conjunto histórico de les Bons está formado por la iglesia de san Román (siglo XII) y un depósito de agua con circuito de irrigación excavado en la roca; los vestigios de una casa fortificada testimonio de la arquitectura civil (siglo XVII) y dos palomares de época moderna.


La iglesia, dedicada a San Román, es de origen románico, de nave rectangular única con ábside semicircular dde estilo lombardo. Fue consagrad en el año 1164. A lo largo del tiempo se han realizado varias modificaciones, como la construcción del soportal (siglo XVI).




En el interior se conserva la mesa de altar de piedra, reproducciones de la pinturas románicas del Maestro de Santa Coloma (siglo XII) que representan la visión apocalíptica de san Juan y pinturas de tradición gótica con diversas iconografías (siglo XVI). Además, un retablo dedicado a san Román de Antioquía y, en el altar, un Cristo barroco.





La torre de defensa, construida entre la baja Edad media y la alta Edad Moderna, pudo haber formado parte de un complejo defensivo mayor.





Palomares de época Moderna

miércoles, 22 de junio de 2011

La Plaza Mayor: púlpito del poder y escenario de la sociedad civil

La plaza de las ciudades no siempre ha tenido en su recinto el “rollo” o la “picota”, lugares públicos donde el ejercicio del poder se expone con el fin de publicar o de aleccionar a los gobernados, antes de que los habitantes de las ciudades se conviertan en ciudadanos de pleno derecho. El rollo o la picota pueden estar extramuros de la ciudad. Pero la plaza sigue siendo un espacio donde el poder proclama y alecciona, y también donde el poder eventual de los habitantes puede dejar oír su voz, como en las plazas de la antigüedad clásica: el “ágora”, los espacios romanos del foro. “Púlpito” es un término que pertenece más propiamente a las iglesias, el lugar donde predica el orador sagrado; aquí se trae este término metafóricamente, para aclarar que la plaza también es un lugar de proclamación y de legitimación del ejercicio del poder, en un ámbito que claramente se refiere a la sociedad civil, no a la religiosa.

Pero existen, a la vez, otros usos de la plaza que sobrepasan esta función de proclamar la dignidad, las novedades y las decisiones ejecutivas del poder. Son funciones muy variadas, que se articulan en un abanico amplio: la plaza es mercado, es espacio para la rendición de pleitesía u homenaje, para la proclamación de cambios políticos y sociales, lugar por donde pasan las procesiones, donde se encienden hogueras tradicionales, se disparan cohetes de fiesta, se presentan inventos de la tecnología o se ajustician rebeldes.


Y en este sentido llamamos a la plaza escenario, lugar donde tienen ocasión de presentarse todas estas variadas escenas de la vida urbana, como si se tratara de un teatro entre cuya tramoya los ciudadanos actúan y ven actuar, pero no en la ficción sino en el desenvolvimiento real de la vida pública.

viernes, 17 de junio de 2011

Historia de las mentalidades

Los trabajos históricos de mentalidades colectivas han aumentado de forma considerable desde el último tercio del siglo XX. La Historia de las mentalidades nos ayuda a percibir, conocer, interpretar y comprender de forma más próxima e intensa nuestra historia, a profundizar en ella con mayor capacidad de análisis y crítica, con más confianza y menos vergüenza. Máximo García Fernández asegura que se distingue una forma de historiar confrontada y enfrentada al dogmatismo exigido y empleado por la historia económica, obligada a basarse en fríos números. El referido autor señala sobre la historia de las mentalidades: “recuenta y bucea en las realidades cotidianas y trata de describir los fenómenos vivenciales desde presupuestos, aunque no únicos ni de historiar excluyentes, básicamente ideológicos y de conformación mental” (GARCÍA FERNÁNDEZ, M. “Actitudes ante la muerte, religiosidad y mentalidad en la España moderna. Revisión historiográfica”, Hispania, 176 (1990), p.1073).


Sin duda alguna, este método de investigación se justifica y se fundamenta en conductas y actuaciones básicamente prácticas, en respuestas que se producen día a día, genuinas del sujeto y de sus entidades sociales, y que nos muestran, tal como eran, su esencia y su existencia. Además, a través de este planteamiento científico, indagamos, profundizamos y ahondamos, en el sentir colectivo de una época y un lugar. Se trata de ver al ser humano en sociedad, sus respuestas generales, aunque sin olvidarnos de las particularidades. Es la historia del hacer, del construir en colectividad, del “zomm politikon” de Aristóteles (“El Estado es algo producido por la naturaleza, y el hombre es por naturaleza un animal político. En Política, 1 I, c.2.).

El progreso o la decadencia de una sociedad, su estimulante o moribunda realidad social e intelectual, se origina no a través de individuos aislados, sino gracias al esfuerzo o desidia de hombres y mujeres entretejidos en la colectividad. La comunidad avanza o retrocede cuando maniobra bien o mal en su propia estructura. Por tanto, la historia de las mentalidades destierra la “historia reducida a la gesta de unos cuantos héroes” (LUC, J.N. La enseñanza de la Historia a través del medio. Madrid, 1986). La historia de las mentalidades agota el vehemente y sólido discurso de Thomas Carlyle: “la Historia universal, lo realizado por el hombre aquí abajo, es en el fondo, la historia de los grandes hombres que entre nosotros laboraron… Su historia, para decirlo claro, es el alma de la historia del mundo entero… Considérese como quiera, consuela pensar que la compañía de los grandes hombres siempre es provechosa… el grande hombre es foco de vívida luz, manantial en cuya margen nos extasiamos, claridad que disipó las sombras del mundo, no a modo de lámpara, refulgente, sino como luminaria natural, resplandeciendo como don celeste; es una cascada fúlgida abundante en íntima y nativa originalidad, nobleza, virilidad, egoísmo, a cuyo contacto no hay alma que deje de sentirse en su elemento” (CARLYLE, T. los héroes. Madrid, 1985).


Es concluyente y positivamente pedagógico el razonamiento de Michelle Vovelle, en el que argumenta que el historiador no puede, ni debe, conformarse con el discurso construido por unos pocos, pues en ese caso el propio historiador ofrecería unas conclusiones parciales, incompletas, arbitrarias e, incluso, injustas (VOVELLE, M. “Les attitudes devant la mort: problémes de methode, aproches et lectures diferentes”, Annales, 1, p.121.).
Por otro lado, la historia de las mentalidades ha sido criticada por su indefinición, por ser demasiado abierto y extenso su ámbito de acción. Pero lo cierto es que el ensanchar, el penetrar en los diversos entornos y contextos vitales de una sociedad permite al interesado en esa misma comunidad, enriquecer sus conocimientos, advertir las diferentes causas por las que se producen los acontecimientos, reparar en las múltiples consecuencias de éstos y poseer un conocimiento más general para poder interpretar, valorar y criticar ese modelo social.

jueves, 16 de junio de 2011

Venta de esclavo

Gonzalo García, cura de Naharros del Puerto, vendió a don Diego Fernández de Carnacedo, arcediano de Oropesa, un esclavo- Juan de veinticuatro años- de color membrillo cocho y dos señales en las dos mejillas del rostro: “el cual yo le hube de quien le tuvo de buena guerra y por tal le vendo”, y por “hombre sano, sin mal contagioso, no fugitivo, ni ladrón”.
La venta se concertó en mil reales.




lunes, 13 de junio de 2011

La ciudad sentida (La familia Müller)



La familia Müller arribó a la ciudad cuando la decadencia de los talleres textiles era indudable. Su llegada se produjo cuando comenzaban a germinar las primeras flores, con el inicial brillo de la mañana. Los Müller procedían de la Selva Negra, de un pequeño pueblo llamado Gengenbach, donde se habían dedicado al comercio y las manufacturas desde que el primer miembro de la familia se instaló en la ciudad, allá por el siglo XV.

Elger Müller, un hombre gigantesco y fornido, instaló el taller de tejidos cuando el abuelo de Juan de Lozoya principiaba la vida adulta. El taller se convirtió, en pocos años, en el más prominente negocio textil de la ciudad.

Ahora, muchos años después, el negocio estaba dirigido por Waldo Müller, el nieto mayor del fallecido Elger. Waldo era un hombre sencillo, de escaso talento, pero trabajador y honrado. Nadie discutía su honestidad y su exquisita cortesía con aquellos con los que tenía que rematar un negocio. Había dedicado su vida al negocio familiar y a amar a su bella esposa: Frieda Müller.

Frieda era una mujer de hermoso rostro- sus facciones eran armoniosas y delicadas- y bonitas hechuras. Era una hermosa mujer, pero afectada y extremadamente artificial en su carácter. Simulaba un temple del que carecía y estallaba en violentos lances cuando el secreto y el sigilo del hogar la rodeaban. Era sumamente suspicaz y desconfiada, especialmente con los oficiales y aprendices que trabajaban en el taller familiar. A veces- más de las que su indeciso e irresoluto marido deseaba- se acercaba hasta el taller, situado en la calle de Telares, para husmear en el trabajo de urdidores y operarios, que, a su vez, la juzgaban como una mujer arisca y antipática. Sólo Antonio Bernáldez, un joven y afectado oficial, apreciaba y estimaba a la fastidiosa tudesca.

La crisis textil llevaba golpeando con dureza a los tejedores de la ciudad durante los últimos años, pero el taller de Müller soportaba las dificultades sin excesivos aprietos. Además, hacía cuatro años que se había asociado con Antonio y Cristóbal de las Navas, hermanos de origen morisco, que gracias a su astucia y espíritu emprendedor lograban quebrantar las severas e inflexibles ordenanzas gremiales de estos tiempos. Recuerdo el día en el que Waldo me emplazó a reunirme con él, en el pequeño gabinete que tenía en la planta alta del taller, para discutir sobre el negocio que los hermanos le planteaban.

- Pasa Juan, el negocio es sencillo. Los moriscos- así conocía la gente de la calle a los hermanos de las Navas- me han propuesto asociarme con ellos. Ya sabes, comprar la lana en Poveda, contratar los servicios del taller de Andrés Beltrán, el vecino de Aldeavieja, y vender las telas en su tienda del Mercado Chico.
- Parece un buen negocio, ya conocéis cómo lo hace Pedro “el Chico”, el tejedor de Segovia, pero el gremio intentará impedir que el negocio prospere. Los moriscos son buenos amigos de algunos regidores de la ciudad, especialmente de don Juan de Henao, por lo que podríais departir con ellos para allanar la operación.
- Sí, tienes razón. Mañana me acompañarás para ajustar la cuestión con don Juan.

En efecto, a los pocos días de la entrevista con el regidor, el negocio se ponía en marcha y el horizonte social y económico de los Müller se abría a nuevas perspectivas. La casa de los Müller se convirtió en un pequeño centro de poder, donde la oligarquía de la ciudad intrigaba y enredaba, y donde Frieda exhibía su condición más frívola y mundana.



Gengenbach











miércoles, 8 de junio de 2011

Demografía y urbanismo en la ciudad de Ávila durante el siglo XVII

La crisis demográfica que sufrió la Península en el siglo XVII tuvo en la ciudad de Ávila uno de sus mayores y más dramáticos ejemplos.

La ciudad de Ávila en la primera mitad del siglo XVI tuvo un ascenso poblacional escalonado, para llegar a la plenitud demográfica en la segunda mitad del siglo, y a su mayor auge demográfico en el bienio 1572-1573. La llegada de los moriscos granadinos parece ser la causa más segura, aunque Serafín de Tapia dice: "hay que pensar que Ávila tuvo que recibir esos años no sólo el refuerzo de los moriscos sino de otros inmigrantes"[1]. A partir de estos años, la población abulense comenzó a descender, aunque lo hizo a ritmo lento, siendo su límite más bajo- anterior a la peste que comenzó en el año 1597- el año 1591, debido a las malas cosechas sufridas durante los años anteriores[2]. ­

Pero el arranque del gran descenso demográfico abulense se inició en el año 1597, con la epidemia de peste que arribó del norte de Europa y que penetró en el Península Ibérica por Cantabria. Esta epidemia, que se prolongó hasta el año 1602, afectó de manera muy importante a la ciudad de Ávila, al igual que le ocurrió al resto de ciudades castellanas, como por ejemplo Segovia que se vio "azotada por la peste y comienza a notar los primeros signos de una decadencia iniciada años antes”
[3].

Junto a esta epidemia, en estos primeros años del siglo XVII se multiplicaron las malas cosechas, causadas por sequías o excesos de precipitaciones que afectaron a los campos circundantes- los ejidos del Valle Amblés- destacando las sequías de los años 1607-1609 y 1614-1617[4].

Otra causa del descenso demográfico que afectó a la ciudad abulense, fue la expulsión de la minoría morisca , y que llevó al Consistorio abulense a tratar el asunto de forma urgente, pues era "muy necesario al bien de esta República tratar, que por causa de haber salido de ella tantas casas de moriscos y convertidos en virtud de los bandos reales que tratan sobre su expulsión, queda muy cargada de servicios y alcabalas y muy falta de vecinos que los puedan pagar, y será bien acudir al remedio antes que los pocos vecinos que han quedado, no pudiendo pagar los dichos servicios y alcabalas, se vayan a otras partes”[5]. Incluso se trató la conveniencia de pedir al Rey que aliviara a la ciudad "de los servicios y alcabalas en razón de la expulsión que se ha hecho en esta ciudad de los moriscos, en razón de ser los que más contribuían en estos servicios”[6]. El cronista abulense Gil González Dávila nos advierte: " los moriscos son traidores, enemigos de la Fe, de la salud y bien público, en el exterior cristianos, por el miedo de la pena, y en lo secreto del alma discípulos de Mahoma"[7]. Para advertir sobra la hipocresía y deslealtad de esta minoría nos dice: "es su inclinación torcida, y ser en las cosas de la iglesia, y en las costumbres cristianas rudísimos, nos dándose por vencidos con los favores de sus Príncipes, ni obligados con la doctrina de sus Prelados y Obispos, manifestando algunas veces con las armas su inobediencia secreta"[8]. Por tanto, la respuesta real, ante tamaña felonía y perfidia, no podía ser otra que: "la hora de su castigo final..., sacando de sus reinos gran multitud de esta gente"[9].

Junto a esto, hay que añadir que en el primer cuarto del siglo XVII se sucedieron coyunturas y circunstancias diversas que fueron motivo de un descenso demográfico acelerado, destacando, entre otros, la progresiva desaparición del tejido industrial y el aumento de la presión fiscal.

Hasta el último cuarto del siglo, la población de la ciudad abulense sufrió un considerable estancamiento, aunque salpicada de descensos poblacionales: la epidemia de los años 1659-1662, las levas que se realizaron para la guerra de Cataluña en la década de los cuarenta, la creciente emigración a las Indias, la constante y continua crisis de la producción textil y los frecuentes desastres meteorológi­cos.

Por último, se produjo un nuevo y fuerte desastre demográfico con la epidemia de los años 1676-1685, que llegó a la ciudad de Ávila cortando y anulando toda esperanza de recuperación demográfica.

Pero Ávila no sólo sintió a nivel demográfico la crisis del siglo XVII, también la sufrió en el aspecto económico: especialmente a nivel industrial y agrícola. La industria textil, que en la segunda mitad del siglo XVI ocupó al 63.2 por ciento de los vecinos con profesión[10], sufrió en este siglo XVII un declive notable, debido a la escasa calidad del tejido elaborado, la subsiguiente pérdida de mercado y, por ende, el quebranto financiero. A parte de esto, el sistema gremial, tan rígido e intervencionista, no permitió, ni favoreció la competencia, ni el desarrollo tecnológico. Además, el descenso demográfico favoreció la extensión y agravamiento de la crisis.
Junto a la industria, el campo sufrió la crisis de forma análoga, crisis que fue causada por el descenso demográfico que conllevó la reducción de producción, el fuerte aumento de los precios de arrendamiento de la tierra, las continuas malas cosechas y la subida de impuestos. Además la marcha a la Corte de numerosos nobles abulenses tuvo como consecuencia la marcha de los beneficios de la urbe abulense y el desinterés por la producción.

Ante esta situación, fuerte caída demográfica y crisis económica, la ciudad de Ávila se perdió en una dolorosa y profunda decadencia. Este ocaso tuvo su mejor ejemplo en el fisonomía urbana de la villa. Ávila se dividía en seis cuadrillas: tres que se encontraban situadas en el centro de la ciudad, San Juan, San Esteban y San Pedro; y otras tres que se localizaban en los arrabales, San Andrés, La Trinidad y San Nicolás. Durante el siglo XVII la despoblación fue dejando una gran cantidad de inmuebles vacíos, sobre todo en los barrios de los arrabales, mientras que "los permisos para construir decaen de forma alarmante e incluso se sustituyen por solicitudes de derribo"[11]. El Consistorio abulense, consciente del problema, prohibió que se derribaran casas, bajo la pena de 20.000 maravedi­ses de sanción al que lo hiciera[12]. Meses más tarde, se ratificó este medida, e incluso se acordó "se suplique a los señores corregidor y alcalde mayor manden se haga diligencia en saber que casas se deshacen en esta ciudad y sus arrabales, y se castigue a los que las deshicieran, y de aquí adelante no se admitan ni traigan peticiones a la ciudad en razón de pedirse licencia para deshacer casas"[13].

Pero estas disposiciones no dieron el resultado deseado, y la constante sangría demográfica que la ciudad sufrió en posteriores años, trajo como consecuencia que las solicitudes de derribo de inmuebles vuelvan a tratarse en Ayuntamiento, fundamentalmente en la década de los treinta.

Estas solicitudes de derribo fueron aceptadas y aprobadas, aunque en su gran mayoría con la condición de que el despojo de las viviendas derruidas fuera utilizado por los propietarios para reparar otras viviendas. De hecho, la documentación municipal especifica que los propietarios de estas casas ruinosas y que se iban a derruir, debían dar "fianza de que su despojo servirá para el reparo de sus principales"[14]. Incluso algunas solicitudes especificaban en sus demandas, que los despojos servirían para el reparo de otros inmuebles, caso de Domingo Rodríguez, al que se dio licencia para que "libremente deshaga la casa sobre que han declarado los alarifes, al barrio de San Nicolás, dando... fianza de que el despojo de ella servirá para el reparo de las cinco casas que dice su petición"[15]. Fue de tal calibre el problema, que el despojo era robado, y para evitar el perjuicio que se ocasionaba a los propietarios, el Concejo facilitó los derribos, caso de las casas de Francisco de Quiñones, al que se dio permiso para que pudiera "quitar sus despojos y ponerlos en cobro, y valerse de ellos, y escusas no se les hurten"[16].

Pero no sólo se aprecia la decadencia de la ciudad por la existencia de estos permisos de derribo, también se puede advertir en el deplorable estado en el que se hallaban diferentes edificios públicos de la ciudad. Entre éstos, destacan las condiciones en las que se encontraba la Cárcel Real. En sesión consistorial- 16 de abril de 1630- el corregidor, don Juan Hurtado Salcedo, propuso "se aderece y repare la Cárcel Real", pues según el propio magistrado estaba "muy flaca y que se quiere caer", con el consiguiente peligro "de que los presos hagan fuga, habiendo como hay muchos ladrones y personas condenadas a muerte". De hecho, el alcaide de la cárcel pidió en varias ocasiones, "con ciertas protestas", la reparación urgente de la misma. El problema que condujo a los reiterados reproches del alcaide surgió porque la Tierra de Ávila, por un lado, y la Ciudad de Ávila, por otro, no estaban por la labor de ejecutar dicha reparación, al existir un pleito abierto para determinar a quién correspondía costear las obras de restauración. Ante esta delicada situación, el corregidor abulense ordenó a los litigantes que llegaran a un acuerdo antes del día veinte de abril, a lo que respondió la Ciudad: "nunca le ha tocado el reparo de la dicha cárcel". El Procurador de la Tierra expuso que el pleito estaba en la Real Chancillería, y “hasta que los señores de ella lo determinen no le pase perjuicio"[17]. La cosa quedó ahí, sin alcanzarse acuerdo ni compromiso alguno. Más de un año después, el Corregidor volvió a tratar en reunión consistorial "la gran necesidad que tiene la Cárcel Real de reparo", pues se encontraba en tan desastroso y ruinoso estado que "se han ido algunos presos de ella". La situación había empeorado ostensiblemente, por lo que la Tierra de Ávila decidió aportar mil reales para la reparación de la prisión, dinero que en la propia documentación consistorial se considera “poca cantidad para el dicho reparo", por lo que se necesitó la ayuda de la Ciudad, que acordó entregar "para el dicho reparo mil pinos"[18]. Por fin, la reparación tuvo lugar, aunque los problemas de financiación de la obra no se solucionaron hasta el año 1634[19].

Otro de los edificios públicos que hubo de repararse fue el propio Ayuntamiento. El día dieciocho de septiembre de 1632 se aprobó inspeccionar "el daño que tienen las maderas de este ayuntamiento y el reparo que se puede hacer"[20]. Más de dos años después se aprobó un requerimiento en el que se solicitaba "se repare la casa de el ayuntamiento, lo que tiene necesidad"[21]; y en el año 1634, al haberse deteriorado el edificio, se resolvió "reparar las casas del consistorio por el mucho peligro que tiene"[22].

Otros inmuebles públicos que tuvieron que aderezarse fueron: la casa del peso de la harina, haciéndose "un reparo que tiene necesidad, y se ponga de modo que esté seguro"[23]; el pozo de la nieve[24]; la casa del pescado "se la haga reparar de lo necesario”[25], y que varios años después "se han empezado a hundir un pedazo de ello y que convendría deshacerlo para con ello reparar lo demás de las casa"[26]; la alhóndiga, que llevaba varios años en mal estado y que en el año 1638 se aprobó "se haga reparar por el daño que se sigue de su dilación"[27]; el alcázar y fortaleza real, que en el año 1639 se ordenó "se repare..., por estar muy mal parada"[28]; y el matadero[29].

Aparte de los edificios públicos, también son numerosas las noticias de reparaciones de otro tipo de construcciones comunes que se encontraban en ruinas. Es el caso de las fuentes de la ciudad, que en el año 1635 estaban "muy mal paradas y necesitan un gran reparo", reparaciones que eran costosas, además de que la renta de fuentes era escasa y difícil de cobrar, por lo que el Consistorio tuvo la necesidad de tomar prestados trescientos reales
[30].

Los puentes de la ciudad también fueron reparados, pues además de encontrarse en malas condiciones, sufrieron considerables desperfectos a causa de las crecidas de los ríos originadas por las abundantes precipitacio­nes que hubo en el año 1639. El Consistorio abulense, reunido el día veintitrés de julio, trató sobre una Provisión Real que exhortaba al dicho Consistorio a reparar, lo antes posible, los puentes, pues si no se prevenía el "remedio y reparo de ellos, sobreviniendo las aguas del invierno sería imposible conseguirse el reparo de ellos"[31]. Además, se informaba que se habían empezado a detectar daños en "la puente mayor que estaba en los arrabales" y si no se reparaba "se hundiría todo el arco"[32].

Por último, destacar que debieron ser reparados inmuebles que pertenecían al Ayuntamiento[33]: cruces como la de la Cuesta Real del Rastro[34]; calles y caminos, como el que conducía al monasterio de Nuestra Señora de Sonsoles, que "está muy mal tratado"[35]; corrales; casas particulares, sobre las que en el año 1650, el regidor don Juan Vela del Águila comunica que "algunas casas de particulares necesitan de precisos reparos"[36]; y reparaciones y obras en diversos conventos de la ciudad, como sucedió en el monasterio de Santa Teresa[37], en el de Gracia[38], en el de la Encarnación[39], o en el de los Jesuitas[40]. Por tanto, Ávila, desde el punto de vista demográfico y urbanístico, era una ciudad en continua decadencia. Otra cosa muy distinta fue su vitalidad ideológica, de la que se saborean notables y valiosos lances y suertes en los pliegos de la Historia.


[1] DE TAPIA, S. “Las fuentes demográficas y el potencial humano de Ávila en el siglo XVI”, Cuadernos Abulenses, 2 (Julio-Diciembre 1984), p. 31-87.
[2] Ib., pág. 73.
[3] VV.AA. Historia de Segovia. Segovia, 1987.
[4] A.H.P.Av. AA.CC. L. 28, fol. 108; L. 29, fol. 213; L. 31, fols. 106 y 334; L. 32, fols. 49 y 230v.
[5] BERMEJO DE LA CRUZ, J.C. “Moriscos abulenses que lograron evitar la expulsión”, Cuadernos Abulenses, 23 (enero-Junio 1995), p. 159-197.
[6] Ib., p. 170,
[7] GONZÁLEZ DÁVILA, G. Teatro eclesiástico de la S. Iglesia apostólica de Ávila y vidas de sus hombres ilustres. Ávila, 1981.
[8] Ibídem.
[9] Ibídem.
[10] DE TAPIA, S. “Estructura ocupacional de Ávila en el siglo XVI”, en El pasado histórico de Castilla y León: actas del I Congreso de Historia de Castilla y León. Burgos, 1983, p.201-223.
[11] BERMEJO, J. C. “Moriscos abulenses...”, p. 170-171.
[12] Ib., p. 171 (5 de mayo de 1615).
[13] Ibidem.
[14] A.H.P.Av. Actas Consistoriales, Libro 34, folio 331.
[15] Ibidem.
[16] Ib., L. 35, fol. 285v.
[17] Ib., L. 34, fol. 44v.
[18] Ib., fol. 331v.
[19] Ib., fols. 197v y 199.
[20] Ib., L. 34, fol. 121v.
[21] Ib., L. 34, fol. 245. 11 de noviembre de 1634.
[22] Ib., fol. 353v. 22 de septiembre de 1635.
[23] Ib., fol. 102v. 10 de septiembre de 1633.
[24] Ib., fol. 2545v. 5 de diciembre de 1634.
[25] Ib., fol. 281. 7 de febrero de 1635.
[26] Ib., L. 48, fol. 10v. 1 de febrero de 1650.
[27] Ib., L. 37, fol. 164. 19 de enero de 1638.
[28] Ib., L. 38, fol. 22. 22 de febrero de 1639
[29] Ib., L. 47, fol. 99 30 de noviembre de 1649.
[30] Ib., L. 35, fol. 228. 27 de marzo de 1635.
[31] Ib., L. 38, fol. 85.
[32] La reparación de este puente contó con un presupuesto de veinte mil ducados, en Ibidem.
[33] Ib., L. 35, fol. 306v y fols. 20 y 31v.
[34] Ib., L. 34, fol. 387v.
[35] Ib., fol. 320v.
[36] Ib., L. 48, fol. 83.
[37] Ib., L. 35, fol. 316.
[38] Ib., fol. 330v.
[39] Ib., fol. 332.
[40] Ib., fol. 355.