martes, 20 de septiembre de 2011

La Plaza Mayor II

La plaza es espacio indispensable en la función de darse a sí misma la población sus peculiares señas de identidad. En su recinto la ciudad se ve, se mira y se reconoce; recupera lo pasado y lo incorpora a la memoria, que no otra cosa vienen a ser la materia de lo histórico. Todo, como en un crisol, lo funde la plaza: recibimientos de personajes ilustres, tráfago de mercadeo y ferias, publicación de bandos reales o locales, ajusticiamientos, inauguraciones, canonizaciones o festividades del calendario litúrgico. Valga aquí sólo apuntar la importancia que tuvieron algunas fechas señaladísimas, como fue, por ejemplo, el Corpus Christi, cuando la ciudad se transformaba vistosamente, ataviada de todas sus galas. Las fachadas de las casas se revestían con vistosas colgaduras, tapices e incluso con pinturas, por las calles desfilaban espectaculares cortejos animados con profusión de figuras alegóricas, se sucedían carrozas y mojigangas, músicos y danzantes, se encendían luminarias y fuegos de artificio, se organizaban juegos de cañas y corridas de toros, y, según los casos, se construían arcos de triunfo o aparatosas arquitecturas efímeras y tramoyas compuestas por estructuras de madera ricamente adornadas con esculturas y lienzos de complicada iconografía, cargados de mensajes simbólicos procedentes de la literatura emblemática. Sin tratarse de una de estas emblemáticas festividades del año, las mismas galas festivas podían usarse en hechos eventuales de importancia nacional, como podían ser el nacimiento de un príncipe o una princesa, las bodas de categoría, victorias militares o el feliz final de alguna peste o amenaza pública.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Empire State Building



"Durante un periodo de diecisiete años el Woolworth Building ha estado mirando por encima del hombro a todos los otros rascacielos neoyorquinos. Era el coloso, el gigante, el matón. Cuando uno entraba por primera vez en el puerto de Nueva Cork los compañeros de viaje se lo enseñaban a uno, muy orgullosos de mostrar su familiaridad con él. Luego se hacía uno transportar a su observatorio, y desde allí, por la módica suma de cincuenta centavos, podía hacerse la ilusión de que dominaba por completo a la gran ciudad.


Woolworth Building


Nadie se atrevía con el Woolworth Building cuya dictadura duró, como digo, diecisiete años, y el formidable armatoste empezaba ya a adquirir en el tiempo una importancia que sólo le correspondía en el espacio, y a presumir, como si dijéramos, de pirámide de Egipto, esto es, de cosa definitiva y eterna; pero lo que no ocurrió ni una vez en diecisiete años ha ocurrido tres veces en poco más de uno. Primero fue el Manhattan Company Building, quien, con sus 71 pisos, se elevó 11 sobre el Woolworth Building.



Manhattan Company Building


Luego el Chrysler llegó a 77,



Chrysler Building


y ahora acaba de inaugurarse el Empire, con 85, sin contar los dos subterráneos ni los dieciséis de la torre. Y he aquí como, de la noche a la mañana, ha sido puesto en ridículo el matón. No ya cincuenta centavos. Ni diez, que es el precio máximo a que vende sus mercancías la Compañía Woolworth – los Woolworth Stores equivalen aquí a nuestras tiendas de todo a sesenta y cinco-, daría hoy nadie por visitarlo. En cambio, el Empire ha hecho cien mil dólares el domingo siguiente a su inauguración vendiendo a un dólar los billetes para subir a su observatorio.

El Empire State Building se inauguró oficialmente el día 1º de mayo. Desde su residencia de Washington, Mr. Hoover apretó un botoncito y toda la planta baja del rascacielos quedó profusamente iluminada. Una cinta de seda contenía en la calle a los invitados. Con unas tijeras de acero cromoníquel, que es el metal de que está revestido el edificio, una niña de doce años, muy regordeta por cierto, cortó la cinta, y allá fue JJimmy Walter, el alcalde de Nueva Cork, tan chulo como siempre, y Al Smith, el contrincante de Hoover en las últimas elecciones presidenciales, que es el jefe de la Compañía- en realidad, el Empire se ha construido para darle un sueldo y hacerle un anuncio a Al Smith-, y todos los notables de la ciudad. Naturalmente se habló de los grandes destinos a que está llamado Nueva Cork y de la torre Eiffel, ya sobrepasada, y por nada menos que 75 metros. La torre Eiffel era una espina que Nueva Cork tenía atravesada en la garganta, y si tarda un año más en arrancársela no sé lo que hubiera ocurrido.


Yo subí, claro está, al Empire State Building, y desde él pude ver un espectáculo que nno había podido ver desde el Chrysler: pude ver el Chrysler de arriba abajo, en su debida relación con los otros edificios de la ciudad. Lo que no se ve desde el Empire, naturalmente, es el propio Empire. No se ve desde el Empire ni desde ninguna otra parte. El Empire carece de perspectiva, y cuando se construya el próximo rascacielos de 100 pisos, allí me tendrán ustedes, no para ver ese rascacielos precisamente, sino para ver el rascacielos anterior".


Julio Camba. La ciudad automática. Buenos Aires, 1950, págs. 63-65.

Explica José Dalmáu Carles sobre la arquitectura metálica: "Todo parece indicar la próxima aparición de un nuevo arte. Las necesidades de la vida moderna conducen a sustituir los antiguos materiales de edificación por el empleo del hierro, obteniendo así edificios sólidos y de proporciones colosales que, si no se distinguen por la belleza artística, ofrecen innegable comodidad y responden a las exigencias de las grandes urbes.
En los Estados Unidos de la América del Norte, sobre todo, a nadie sorprenden ya las casas metálicas de veinte, treinta o más pisos, en las que viven centenares de familias."
Posteriormente se pregunta: "¿Dará el genio del hombre formas verdaderamente artísticas a estas fábricas colosales? ¿Alborea un arte más asombroso todavía que el que inmortalizó a la patria de Pericles?"


José Dalmáu Carles. El segundo manuscrito. Gerona, 1934, págs. 37-38.