domingo, 20 de diciembre de 2009

Abelardo Rivera y su retiro


Ávila "de los Leales"… De hombres vigorosos y mujeres altivas.

Ciudad de gestas y espíritu altanero.

Lope celebró sus divisas y sus adalides

Y tú, ciudad famosa,
gloria del timbre del blasón de España,
Ávila, por tus méritos dichosa
En cuanto Febo mira y Tetis Baña,
madre de tantos Héctores y Aquiles,
que ha hecho al mundo las hazañas viles
de griegos y romanos,
las plumas y las ramas en las manos,
con influencia igual, con igual parte
de Apolo que de Marte…

Unamuno entonó su nombre y elogió su condición

Ávila, Málaga, Cáceres…
¡Sois nombres de cuerpo entero,
y el tuétano intraductrible
de nuestra lengua española

Ávila de los Caballeros,
la de la recia monja andante;
castillo interior, torreones
contemplan verdor en el valle.
Tu sede se eriza de almenas
afuera, por dentro, en el ábside
la sangre cuajó en los sillares,
la luz en visiones de tarde


Jorge Ruiz de Santayana elogió sus almenas, sus templos y sus orgullosas almas

Sobre Ávila se yergue el castillo almenado;
nido actual de cigüeñas y antes de altivas almas;
aún desde la abadía que se abre sobre el valle
redoblan las campanas por cuantos nos dejaron


Díez Canedo gritó su nombre y sus nombres, mientras susurraba el silencio de sus calles

Música de plegarias y de aceros
-¡oh, fervor y arrogancia de Castilla!
tiene tu nombre resonante, villa
madre de santos y de caballeros.
¡Oh, silenciosas plazas! ¡Oh, severos
templos en que la vanidad se humilla
y, única luz, la penitencia brilla!

José María Pemán acaricia la tierra de dos delicados y resueltos niños

Todo el valle de Amblés, pardo y brumoso,
se muestra ante los niños. Por el suelo,
calcinado del sol de pleno estío,
las aguas del Adaja van corriendo,
con una pausado murmurar de vida
entre las piedras de los campos muertos:
y arropado en las brumas de la tarde
el valle mudo y quieto,
parece adormecido en la modorra
de un delirio febril, como un enfermo…
Mirando aquellos campos,
sin límites ni términos,
mirando aquellas brumas,
mirando aquellos cielos,
han sentido los niños en sus almas
la divina poesía de lo eterno…

De Vicente Toribio rezuma un recuerdo, entre aguerrido y místico, del tiempo

Fábrica medieval de canto y sueño
que emerge su perfil guerrero
sobre la niebla del fecundo Adaja.
Ara de fe cercada en piedra y defendida
que por estar próxima al cielo
en roca viva se elevó en altura

Y…

Pero… Hoy quiero recordar a Abelardo Rivera, del que un leal amigo glosó

¡Rivera!, el militar pundonoroso, el caballero integérrimo, de exquisito trato social y de luminoso entendimiento, a quien no le mueve más estímulo que el cumplimiento estricto de su deber y el amor a su Patria y a su Rey

En estos perversos, frívolos y mudables tiempos del pérfido, desleal y cobarde Socialista, resuena el discurso de Rivera

No es nada placentero lo que en Ávila se siente. La piedra berroqueña o granito gris del caserío y de las murallas, que parecen apretujarlo; lo frío y áspero del clima, lo descarnado y seco de sus alrededores, los montes que el horizonte cierran, todo da una impresión de dureza, de frialdad, de algo ceñudo y triste, de rudo y encapotado, que aleja los sentimientos plácidos y agradables de la mente y parece que aprieta y oprime el pecho. Pero en estos tiempos de molicie refinada, de olvido de todo lo serio y grave, viene muy a cuento un baño de seriedad y gravedad que robustezca y dé fuerte temple al alma.
Todo español debiera venir a esta ciudad a templar se espíritu, como se templa el acero sumergiéndolo en el agua fría.

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