lunes, 26 de abril de 2010

Carta real


"El único y pricipal motivo que ha movido a su magestad a prevenir y ordenar la expedición que sus armas van a hacer contra el África, el dilatar y ensalzar la ley de Jesucristo, más que el conquistar nuevos reinos, y restituirlos a la dominación de España, debajo de la cual estuvieron mucho tiempo algunos, y con especialidad el hacer levantar el sitio de Ceuta, libertando aquella plaza del porfiado asedio que ha tantos años padece, y, al mismo tiempo, las costas de España de los continuos robos y piraterías que hacen los moros. Y considerando que en el más feliz logro de esta expedición se interesa singularmente la religión católica y exaltación de nuestra santa fe; ha resuelto su magestad que para implorar los divinos auxilios se hagan rogativas públicas en todo el reino, con la mayor solemnidad y devoción que sea posible"
Carta de Felipe V. Valsaín, 27 de octubre de 1720

martes, 20 de abril de 2010

Norte-Sur

"El marco político mundial, en el futuro, se verá determinado mucho menos por las tensiones entre el Este y el Oeste (que se adaptarán cada vez más, dejando aparte el caso de China), que entre el Norte y el Sur. El Norte es hoy referido especialmente a los países muy industrializados, como Estados Unidos y Europa, Rusia y Japón. En cambio, el Sur viene representado por los muchos otros países cuya industrialización y organización todavía no facilita ningún papel competitivo en el intercambio internacional. Aquí destacan muy claramente tres hechos:
- La distancia económica entre Norte y Sur no decrece en nuestros tiempos, sino que crece.
- China no encaja en el esquema Este-Oeste, ni tampoco en el esquema Norte-Sur. A la vista de su gran población, representa un considerable factor de inseguridad en la política mundial.
- La capacidad competitiva depende sólo en muy escaso grado de los recursos materiales, resultando más bien de la adaptación a métodos modernos. La educación demuestra ser la actividad humana que consigue, durante largo tiempo, los mayores resultados. En el marco político mundial no puede esperarse, en los próximos tiempos, ninguna supresión de energías disponibles. La importancia política de la mayoría de las materias primas procedentes de la tierra disminuye a causa de la creciente intercambiabilidad."
STEINBUCH, R. "La sociedad y la técnica en el año 2000". Folia Humanistica, 17 (1968), p.485-486.

sábado, 17 de abril de 2010

Las proclamaciones reales (IV)

Llegados de nuevo al Mercado Chico el Alférez mayor, el corregidor, los regidores, los arcedianos de Ávila y Arévalo, los comisarios, los escribanos del ayuntamiento, los reyes de armas y los maceros bajaban de sus monturas y subían, acompañados de timbales y chirimías, al tablado[1] ya mencionado, en el que uno de los reyes de armas volvía a declamar[2]:
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio!
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Caballeros y prebendados a caballo, multitud de gentes a pie y repletas de damas las ventanas de la plaza, mientras el Alférez mayor enarbolaba el pendón tres veces, contestaban enardecidas:
- ¡Viva, viva, viva muchos años!
Terminado de enarbolar el estandarte en la plaza consistorial, con el lanzamiento de buen número de monedas de plata, el Alférez mayor entregaba el segundo estandarte real al corregidor, mientras montaba a caballo, y una vez a la grupa, el corregidor devolvía el estandarte al representante real, para con el mismo acompañamiento dirigirse hacia el alcázar de la ciudad, situado tras la puerta homónima que abría la ciudad amurallada al Mercado Grande. Una vez ante la puerta del Alcázar, desmontaban los mismos que lo habían hecho en el Mercado Chico. La puerta del Alcázar y la fortaleza real estaban cerradas y guardadas por alabarderos, y sobre el rastrillo de dicha puerta se encontraba situado el alcalde de la fortaleza acompañado de cuatro lacayos o, en su caso, el teniente alcalde del edificio. El Alférez mayor ordenaba en nombre de la ciudad que le fuera abierta la puerta del alcázar, para levantar el estandarte real en nombre del monarca y tomar posesión de la fortaleza. Tras este mandato, el defensor del alcázar respondía que mientras no le fuera mostrada la cédula real que permitía la realización de la proclamación real no franquearía la entrada. La ciudad apremiaba al adalid a bajar y comprobar la cédula, pero éste arrojaba una colonia y demandaba que aseguraran a ella la cédula. En ese momento, los escribanos del ayuntamiento daban testimonio escrito de la cédula, y ésta era atada a la colonia, que era izada hasta el puesto del valedor. Tras examinar la cédula, el adalid se aprestaba a abrir la puerta descendiendo personalmente hasta la entrada, e hincándose de hinojos ante los sitiadores entregaba las llaves del Alcázar, atadas a una colonia y sobre una fuente de plata, al Alférez mayor, a la vez que le decía que entregaba las llaves para que entrara en el Alcázar real y levantara el estandarte en nombre del nuevo rey, sin que hubiera perjuicio para los alcaldes de él, para lo que pedía testimonio escrito. Recibidas las llaves, el Alférez y el resto de la comitiva subían a los muros del Alcázar, y desde el muro situado a la derecha de la puerta los reyes de armas voceaban la fórmula conocida. El Alférez mayor decía la proclamación, y el pueblo prorrumpía en sonoros vivas, mientras el Alférez mayor enarbolaba el estandarte. Tras este acto, el Alférez mayor fijaba el estandarte para su exposición en un lugar dispuesto para ello. Una vez enarbolado el pendón, se disponía una escolta de soldados, se lanzaban al pueblo monedas de plata y se ofrecía a la comitiva una colación y, antes de irse, el Alférez mayor devolvía las llaves de la fortaleza al alcalde de ésta, para que guardara el Alcázar y el pendón real.
Acabada la función en el Alcázar, la comitiva volvía al Mercado Chico, para que el Alférez mayor fijara el primer estandarte en el balcón principal del ayuntamiento, que estaba adornado con colgaduras, de terciopelo carmesí con franjas de oro en el año 1666. El resto de los balcones del ayuntamiento se adornaban con colgaduras, de brocado matizado de diferentes colores. El estandarte era depositado sobre unas almohadas, de terciopelo carmesí en el año 1666, o sobre un reclinatorio con paño y almohada, del mismo tejido y color en el año 1833. El estandarte se situaba frente a un retrato del nuevo monarca, fijado bajo un dosel decorado con las armas reales y sobre unas almohadas. Tanto en la proclamación de 1666 como en la del año 1833 el dosel fue de terciopelo carmesí. Ambos objetos, estandarte y retrato, eran guardados por los reyes de armas y los porteros del ayuntamiento. Así, el ayuntamiento se convertía en un gran tapiz en el que dominaba en el centro el retrato real. El rey transformado en el centro de la celebración, una representación, una alegoría de lo celebrado en la Corte: "El rey siempre en el centro, se sienta sobre estrado y solio y bajo dosel y separado por cortina"
[3]. Además, el monarca se hace presente, el marco, ciertamente ingenioso y teatral, consigue que se haga real, comunicando los significados previstos.
Finalizado el acto, el Alférez mayor y el corregidor eran acompañados a sus casas, aunque antes de entrar en ellas agradecían a todos los caballeros que formaban la comitiva: "la honrra y mrd q le avían hecho como tan zelosos del servizio de su magd, y la grande estimazón con q quedaba". Tras esto, los comisarios de la ciudad acompañaban a los presidentes de los dos coros del cabildo hasta la Iglesia mayor, en la que rezaba una oración. Por último, se ordenaba encender luminarias en toda la ciudad, destacando las emplazadas en las casas consistoriales y en el alcázar.
[1] En la proclamación de Carlos II el tablado fue "sumptuoso", de más de una vara de alto y de ancho "de balcón a balcón", con una escalera en el lado de la plaza y otra escalera en el lado del ayuntamiento. Todo el tablado estaba tapizado de alfombras y rodeado de baraústes azules y dorados. A las puertas del ayuntamiento, arrimados a las jambas, se dispusieron dos leones con las armas reales; en A.C.A. Actas cap. Año 1700, "Razón...", Ib., pág. 2. Posteriormente, en la proclamación de Fernando VI, el tablado fue un cuadrado de 5 pies de alto y 30 pies de lado, con una escalera orientada a la plaza y otra al ayuntamiento; en A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 135, fol. 50. Por fin, sabemos que el tablado en la proclamación de la reina Isabel II fue de <>; en A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 320v.
[2] En la proclamación de Isabel II subieron al tablado los portadores de los estandartes, el corregidor, los reyes de armas y los escribanos del ayuntamiento, situándose el resto de la comitiva alrededor del tablado. En ese instante se descubrió el retrato real. La proclamación fue igual que la realizada en la catedral.
[3] LISÓN TOLOSANA,C., La imagen..., Op. Cit., pág. 128.

domingo, 11 de abril de 2010

Asturias

Don Víctor Gómez de la Serna escribe:

"Asturias es, a pesar de su proximidad a una provincia castellana como Santander y a una provincia leonesa y a Galicia, una de las regiones más personales de España. Se nota la entrada en Asturias en muchas cosas; unas, peores que las de las provincias contiguas; otras, mejores. Distintas, siempre. Hablaré de lo que de Asturias me gusta, que es muchísimo. Estoy por decir que todo"

Y continúa...

"El delta del Nalón es, con el valle de Oviedo, con la cuenca de Cangas, uno de los tres cabuchones de la Corona de la española Monarquía. Y es, además, una tierra dulce, amable y bella coronada de laureles y de flores de saúco".

DE LA SERNA, Víctor. Nuevo viaje de España. La ruta de los foramontanos. Madrid, 1959. (Prólogo de Gregorio Marañón. Epílogo de Alfonso de la Serna. Ilustraciones de Brufau).

Lucrecio (Mi vida renace)

Postremo pereunt imbres, ubi eos pater aether
in gremium matris terrai praecipitavit;
at nitidae surgunt fruges ramique virescunt
arboribus, crescunt ipsae fetuque gravantur;
hinc alitur porro nostrum genus atque ferarum,
hinc laetas urbis pueris florere videmus
frondiferasque novis avibus canere undique silvas...


lunes, 5 de abril de 2010

Control informativo

Es la guerra moderna "una estrategia de vencimiento por el convencimiento, esto es, una guerra informativa, una guerra mediática y de propaganda que, desde el conflicto del Golfo Pérsico, viene legitimando la actuación de un discurso y una política regida, como se puede observar en los documentos oficiales estadounidenses, por el principio absoluto de la seguridad pública" (SIERRA, Francisco. "La guerra en la era de la información: propaganda, violencia simbólica y desarrollo panóptico del sistema global de comunicación", Sphera Pública, 3 (2003), p. 253-268).

El control, regulación y censura de la información durante el desarrollo de un conflicto bélico se ha practicado a lo largo de la historia en diversas ocasiones. No es todo tan moderno, no somos los hacedores de todo.

El 11 de febrero de 1711 se recibió en la ciudad de Ávila una carta de don Miguel Rubín de Noriega, secretario de Cámara del Real consejo de Castilla, con fecha de 7 de febrero, en la que se formula rotundamente la necesidad del control informativo para reforzar la seguridad pública:

"Habiendo entendido dicho Real Consejo los graves inconvenientes que se originan de la impresión de papeles con el motivo de las guerras presentes, ha mandado se prohíba, dentro y fuera de la Corte, así los escritos, como los que se escribieren en prosa y verso, sobre asuntos públicos del estado de las cosas, entrada de enemigos, progresos de las armas, ni invectivas algunas contra ningunas personas, exceptuando los demás papeles que no se dirijan a los asuntos referidos; imponiendo diferentes penas". Archivo de la Catedral de Ávila. Actas Capitulares. 11 de febrero de 1711.

domingo, 4 de abril de 2010

Tuyo (Por siempre)

Enómao, rey de Pisa, tenía una hija, Hipodamía, a la que amaba y no quería perder. Cada vez que aparecía un pretendiente a su mano, Enómao le desafiaba a una carrera en carro desde Olimpia hasta el istmo de Corinto. Si el pretendiente, que llevaba a Hipodamía en su carro, y al que se concedía una ventaja, ganaba la carrera, ganaría también lanovia, pero si Enómao se le adelantaba, era muerto. Puesto que Enómao poseía armas y caballos especiales que le había dado el dios Ares, cierto número de pretendientes había hallado su fin de esta manera. Cuando Pélope llego a Pisa, Hipodamía se enamoró de él, y persuadió al auriga Mírtilo, que también estaba enamorado de ella, de que saboteara el carro de su padre sustituyendo sus pernos de metal por clavos de cera. En la subsiguiente carrera, el carro de Enómao se derrumbó y él resultó muerto. Más tarde, Mírtilo, urgido por sus inclinaciones, hizo proposiciones amorosas a Hipodamía, después de lo cual fue arrojado al mar por Pélope y se ahogó. Pélope e Hipodamía juntos para siempre.

viernes, 2 de abril de 2010

Las proclamaciones reales (III)

La preeminencia del recinto sagrado en el orden de proclamación de los pendones se subraya en cronistas y documentos. Así, el cronista Gil González Dávila manifiesta que "la primera vez que se alçan pendones por príncipe recién heredado de los reynos, es dentro en la iglesia, y después en los lugares públicos de su ciudad"[1]. En la documentación abulense también se señala la preeminencia de la catedral en el orden de la proclamación. Así, en las actas capitulares del cabildo del año 1556 se declara: "se alçaron pendones por el rey don Phillipe nro señor en esta sancta iglia de Sant Salvador de Ávila el primero"[2]. Posteriormente, en un memorial del cabildo catedralicio enviado al rey Luis I se puede leer: "Parece (señor) que de tiempo inmemorial ay la costumbre en dicha ciudad de que la proclamación de los señores reyes se haga dentro de esta santa iglesia, precediendo la bendición de los pendones"[3]. De forma parecida se reflejó en la relación de la proclamación de Isabel II: "en la iglesia catedral (...) es donde por continuada posesión y derecho se levanta el primero de los dos pendones"[4]. Una vez llegados a la catedral, les esperaban los miembros del cabildo, aunque en este aspecto del protocolo surgieron disputas habituales. Así, en la proclamación del rey Carlos II la comitiva fue recibida por seis miembros del cabildo: dos arcedianos, dos canónigos y dos racioneros[5], mientras que en la proclamación del reina Isabel II el séquito fue recibido por la totalidad de los miembros del cabildo[6]. Una vez recibido el cortejo, todo el acompañamiento entraba en el recinto catedralicio por medio del cabildo, dividido en dos coros, y pasaban a ocupar, siguiendo un protocolo establecido, sus lugares respectivos, aunque el protocolo no fue el mismo en todas las proclamaciones. En el año 1666 el alférez mayor tuvo a su derecha al presidente del cabildo, mientras que a su izquierda se situó el corregidor. A la izquierda del corregidor se situó el presidente del segundo coro del cabildo y escoltando a los prebendados se situaron los dos regidores más antiguos.

Por el contrario, en el año 1833 el alférez mayor fue escoltado por los presidentes de los coros del cabildo y éstos por el corregidor y el regidor más antiguo.

Después se situaban el resto de regidores y prebendados de la catedral, así como la nobleza de la urbe abulense, todos "con la decencia y cortesía congruente".
El primer acto que se celebraba era la bendición de los estandartes. La ceremonia podía ser presidida por el obispo o por una dignidad del cabildo, junto a dos diáconos. En caso de ser oficiado por el obispo, como sucedió en el año 1666
[7], el alférez mayor, el conductor del segundo estandarte, el corregidor y el regidor más antiguo subían hasta el altar mayor. Entonces, el alférez mayor se hincaba de rodillas y tomando los dos estandartes en sus manos, descansaba sus puntas en el altar. En ese momento, los presidentes de los dos coros se situaban junto al obispo. A continuación, el diácono entregaba los estandartes al obispo y éste, asiéndolos por la parte superior, los bendecía y rezaba unas oraciones. Tras este acto, el Alférez mayor soltaba los estandartes e inmediatamente los volvía a asir para que el obispo los aspergeara con agua bendita. La bendición de los estandartes reales simbolizaba la antigua unción real, formalizada por los reyes hispano-visigodos en el siglo VII. Mediante el rito de la unción, el monarca se asociaba simbólicamente con la divinidad, se transformaba en el protector del pueblo cristiano, mediante el pontificado laico adquirido, y en mediador entre Dios y los hombres. Acabada esta ceremonia el obispo se despojaba de las vestiduras de pontifical y se dirigía a la sacristía acompañado de los comisarios del Cabildo catedralicio, diversos prebendados y los subdiáconos.
Si el acto era presidido por otro oficiante, como ocurrió en el año 1833
[8], los que subían al altar mayor eran el alférez mayor, el conductor del segundo pendón, el corregidor, el regidor más antiguo y los dos presidentes de los coros del cabildo. En esta ocasión, el alférez mayor y el conductor del segundo pendón se postraban para recibir la bendición y aspersión. Tras la bendición de los estandartes, el Alférez mayor, los presidentes de los coros, el corregidor, el regidor más antiguo, los regidores, diversos prebendados, los escribanos de la Ciudad, los maceros y los reyes de armas se subían a un tablado[9] situado entre los dos coros de la catedral, junto a la capilla mayor y que llegaba hasta los púlpitos. En el tablado, los reyes de armas proclamaban:[10]
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio! [11]
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; Por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Pronunciadas estas palabras, enarbolaba un estandarte en tres ocasiones, mientras el pueblo asistente vitoreaba a su nuevo rey:
- ¡Viva, viva, muchos años!
Por último, sonaban chirimías y el coro de la catedral cantaba, acompañados de música de órgano, el Te Deum
[12]
Acabado el acto religioso, la Ciudad salía de la catedral por la puerta de poniente y, volviendo a montar a caballo, se situaban en el mismo orden en el que llegaron a la catedral. Siguiendo la relación del año 1833, La única diferencia con respecto a la formación seguida en la primera procesión fue la inclusión entre los regidores más antiguos de la Ciudad de los dos presidentes de los coros, el arcediano de Ávila entre el Alférez mayor y el regidor más antiguo, y el arcediano de Arévalo, entre el corregidor y el segundo regidor más antiguo del Concejo abulense. Además, entre la nobleza abulense se situaban prebendados, dignidades, canónigos y racioneros de la Iglesia abulense.
[1] GONZÁLEZ DÁVILA,G., pág. 62.
[2] A.C.A. Actas cap. Año 1556, fol. 86.
[3] A.C.A. Actas cap. Año 1724.
[4] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 319.
[5] "A la puerta q estava al ponientte estavan esperando seis capittulares de dha santta iglesia: dos arcedianos, dos canónigos, dos razioneros", fol. 5v.
[6] "Para recibir a este ostentoso acompañamiento estaba el cabildo pleno a la parte de adentro de la puerta de la catedral en dos coros", fol. 320.
[7] En el año 1666 el obispo fue asistido por don José González Dávila, chantre, y por don Francisco de Mena, tesorero.
[8] En este año la ceremonia fue presidida por don Félix Alonso Luis Lozano, arcediano de Olmedo, asistido por don Casiano Hernández y don Juan Cabañero.
[9] El tablado estaba adornado con alfombras y cubiertas. En la proclamación de Fernando VI se construyó un tablado cuadrado de 6 pies de alto y 24 pies de lado, con una escalera cuyo último paso llegaba a la capilla mayor, y otra escalera en el lado del coro. Por supuesto, esta construcción no tenía el aparato de los túmulos que se construían para las exequias fúnebres de las personas reales fallecidas.
[10] La relación de la proclamación de Carlos II informa que sólo fue un rey de armas el que ejecutó la proclamación: "uno de los reyes de armas, q fue Diego Herrera, en altta voz dixo al pueblo". En el caso de la proclamación de Isabel II dice la relación: "Los reyes de armas, puestos a las esquinas del tablado, dieron alternativamente altas voces diciendo".
[11] En la proclamación de la reina Isabel II los reyes de armas proclamaron: "¡Silencio, atended, oíd, escuchad!", en Ib., fol. 320v.
[12] En la proclamación de Isabel II antes de cantarse el Te Deum, el administrador del alférez mayor lanzó "sobre el pueblo las monedas de plata"

Tuyo (III)


Por ti, toda mi vida estará orientada a ti. A contemplar la luz de tus ojos, a explorar la calidez de tus manos, a saborear la dulzura de tus labios…

Tailandia


Procede de una pequeña tienda de regalos situada junto al Chatuchak, un enorme mercado en la ciudad de Bangkok.
Para conocer más de Tailandia