jueves, 27 de mayo de 2010

Reina Juana


Princesa enamorada sin ser correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.

Eras una paloma con alma gigantesca
cuyo nido fue sangre del suelo castellano,
derramaste tu fuego sobre un cáliz de nieve
y al querer alentarlo tus alas se troncharon.

Soñabas que tu amor fuera como el infante
que te sigue sumiso recogiendo tu manto.
Y en vez de flores, versos y collares de perlas,
te dio la Muerte rosas marchitas en un ramo.

Tenías en el pecho la formidable aurora
de Isabel de Segura. Melibea. Tu canto,
como alondra que mira quebrarse el horizonte,
se torna de repente monótono y amargo.

Y tu grito estremece los cimientos de Burgos.
Y oprime la salmodia del coro cartujano.
Y choca con los ecos de las lentas campanas
perdiéndose en la sombra tembloroso y rasgado.

Tenías la pasión que da el cielo de España.
La pasión del puñal, de la ojera y el llanto.
¡Oh princesa divina de crepúsculo rojo,
con la rueca de hierro y de acero lo hilado!

Nunca tuviste el nido, ni el madrigal doliente,
ni el laúd juglaresco que solloza lejano.
Tu juglar fue un mancebo con escamas de plata
y un eco de trompeta su acento enamorado.

Y, sin embargo, estabas para el amor formada,
hecha para el suspiro, el mimo y el desmayo,
para llorar tristeza sobre el pecho querido
deshojando una rosa de olor entre los labios.

Para mirar la luna bordada sobre el río
y sentir la nostalgia que en sí lleva el rebaño
y mirar los eternos jardines de la sombra,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!

¿Tienes los ojos negros abiertos a la luz?
O se enredan serpientes a tus senos exhaustos...
¿Dónde fueron tus besos lanzados a los vientos?
¿Dónde fue la tristeza de tu amor desgraciado?

En el cofre de plomo, dentro de tu esqueleto,
tendrás el corazón partido en mil pedazos.
Y Granada te guarda como santa reliquia,
¡oh princesa morena que duermes bajo el mármol!

Eloísa y Julieta fueron dos margaritas,
pero tú fuiste un rojo clavel ensangrentado
que vino de la tierra dorada de Castilla
a dormir entre nieve y ciprerales castos.

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
los cipreses, tus cirios; la sierra, tu retablo.
Un retablo de nieve que mitigue tus ansias,
¡con el agua que pasa junto a ti! ¡La del Dauro!

Granada era tu lecho de muerte, Doña Juana,
la de las torres viejas y del jardín callado,
la de la yedra muerta sobre los muros rojos,
la de la niebla azul y el arrayán romántico.

Princesa enamorada y mal correspondida.
Clavel rojo en un valle profundo y desolado.
La tumba que te guarda rezuma tu tristeza
a través de los ojos que ha abierto sobre el mármol.

Elegía a doña Juana la Loca de Federico García Lorca

sábado, 22 de mayo de 2010

Caballo de Troya (Madera)


"Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de Helios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas." La Odisea. Canto I, versos 1-10.
"Caballo de Troya" del grupo Tierra Santa. Se trata del último corte del álbum Tierras de Leyenda (2000)

Las proclamaciones reales (Los precedentes)

La primera noticia sobre proclamaciones reales en la ciudad de Ávila es la que nos ofrece el padre Luis Ariz, sobre la proclamación, con la propia presencia real, del rey Sancho IV. Ariz afirma: "la ciudad alçó pendones en presencia de su rey y vesándole la mano"[1]. El cronista Gil González Dávila lo confirma: "los avileses levantaron pendones por el recién heredado, con aclamaciones públicas. ¡Viva el rey don Sancho! ¡Viva el rey!"[2].
La siguiente noticia de proclamaciones reales se produce una vez fallecido Juan II. Ariz, informa que fue proclamado como nuevo rey Enrique IV, y comenta que "para alçar pendones en la ciudad de Ávila, fueron convocados en su ayuntamiento el corregidor y regimiento, y nombraron por alférez a Sancho Cimbrón"
[3].
Poco tiempo después, se produjo la famosa "Farsa de Ávila", acontecimiento en el que se destronó a Enrique IV y se coronó como nuevo rey al infante Don Alfonso. Los alzados proclamaron al joven infante con la proclama tradicional, "¡Castilla, Castilla, Castilla por el rey don Alonso", y "levantaron el pendón real"
[4]. González Dávila lo reseña de modo similar: "¡Viva el rey don Alonso! Levantaron el pendón real"[5]. Curiosamente, Martín Carramolino no relata que en la ciudad se proclamara al joven Alfonso, mientras que sí informa sobre la proclamación y flameo de pendones en otras villas castellanas: "el almirante don Fadrique había levantado pendones por el joven d. Alonso en Valladolid, y otras muchas ciudades y villas de Castilla habían seguido su ejemplo"[6].
Aparcando las crónicas, la primera proclamación que aparece asegurada en la documentación abulense, es la que se celebró por Isabel de Castilla. Se trata de una notificación de la propia Isabel en la que informa a la Ciudad de la muerte de su hermano Enrique IV, y en la que ordena se tremole el pendón real en su nombre: "vos mando que (...) luego que esta mi carta vierdes, alçedes pendones por mi, reconociéndome por vuestra reyna"
[7].
Posteriormente, y aunque no se trate de una proclamación como tal, es interesante significar la Carta Real enviada al Concejo de la ciudad anunciando la concordia firmada entre Fernando II, Felipe y Juana, en la que además se dispone "fagáys todas las demostraciones de fiestas y plazer y alegría"
[8].
La siguiente proclamación real documentada es la celebrada por el rey Felipe II en el año 1556
[9]. El día 8 de abril los comisarios del Concejo, don Diego del Águila y Muñoyerro "el Mozo", informaron al cabildo catedralicio que el día 12 se iba a celebrar la proclamación por el nuevo rey. el propio cabildo confirma su celebración: "se alçaron pendones por el rey don Phillipe nro señor"[10].
La información sobre la proclamación de Felipe III es escasa, las actas consistoriales de 1598 no se conservan, por lo que solamente se han utilizado las actas capitulares del cabildo de la catedral. La proclamación se celebró el día 11 de octubre de 1598, siendo comisarios del Concejo los regidores don Francisco Dávila y don Francisco Vela. Si sabemos que dichos comisarios pidieron al cabildo que "para la solenydad con que se devía hazer el acto que en semejantes ocasiones se deve y suele hazer la ciudad, pedía a los dichos deán y cabo acudiesen a rescebir a la Ciudad"
[11].
La siguiente proclamación celebrada fue la del rey Felipe IV en el año 1621. Como en el caso anterior no conservamos las actas consistoriales de este año, por lo que sólo se han podido utilizar las del cabildo catedralicio. La proclamación se verificó el día 28 de abril, y en ella podemos encontrar uno de los primeros conflictos que existieron entre el Concejo de Ávila y el cabildo catedralicio en las celebraciones de las proclamaciones reales. El problema suscitado, según el canónigo don Juan de Montemayor, fue que el acto de proclamación se "ha hecho diferente de lo que se suele y contra lo que los sses diputados asiguraron al cabildo de que cumplirían lo que estava asentado en el acto pasado del rey don Phelipe tercero"
[12]. El hecho fue que, una vez tremolado el pendón en el interior de la catedral, al abandonar el estandarte el recinto sagrado se rompió el protocolo hasta entonces estilado. Así, se respetó que el presidente del cabildo fuera al lado derecho del alférez mayor, mientras que el corregidor iba al lado izquierdo del propio alférez. El problema apareció cuando a los lados del presidente del cabildo y del corregidor se situaron dos regidores que, según lo ejecutado en anteriores proclamaciones, debían ir escoltando al presidente del segundo coro del cabildo. Además, ningún regidor, ni caballero invitado a la función, se situó junto al resto de miembros del cabildo, algo que siempre se había realizado.
Ante esta situación, y para evitar futuras disputas, el cabildo acordó ajustar un nuevo protocolo. Se sancionó, en primer lugar, que una vez llegado el pendón a la catedral, el séquito que le había acompañado hasta allí, debía retirarse para que los presidentes de los dos coros del cabildo escoltaran al alférez mayor hasta el altar. De igual forma debía hacerse al salir del templo. En segundo lugar, se estableció que si el Concejo o el alférez mayor no invitaba al cabildo al acompañamiento del pendón, el cabildo no debía salir en dicho acompañamiento. En cambio, en caso de ser invitado, se dispuso que el presidente del cabildo debía incorporarse al lado derecho del alférez, mientras que el corregidor debía ir al lado izquierdo, "sin colateral alguno". En caso de no concurrir el corregidor a la comitiva, el lado izquierdo debía ser ocupado por el presidente del segundo coro. Por último, el resto de capitulares, "por sus antigüedades", debían disponerse detrás del presidente del cabildo, mientras que los regidores debían asistir detrás del corregidor. La última proclamación de un rey Austria fue la de Carlos II en 1666. esta proclamación es de sobra conocida, ya que conservamos, como se ha visto, la relación de lo verificado en ella. El marqués de las Navas, alférez mayor de Ávila, no pudo concurrir a la función, por lo que procedió como alférez mayor el regidor don Juan Vela Maldonado del Águila. En esta proclamación volvió a suscitarse un problema de protocolo. En esta ocasión, el inconveniente surgió al no haber suficiente número de regidores en el Concejo de la ciudad. El Concejo informó al cabildo que no le iba a ser posible "cumplir lo que se propone de que cada señor prebendado baya entre dos regidores". El Concejo ofreció al cabildo la posibilidad de que los prebendados fueran mezclados con los títulos y caballeros de la ciudad, posibilidad "decente y decorosa". Estudiada la situación por el cabildo, decidió admitir la alternativa del Concejo, por lo que los prebendados fueron "interpolados con los señores de título y caballeros de ávito y gente noble"
[13]. Días antes de la proclamación los comisarios del Concejo pasaron por el cabildo para salvaguardar el oropel de la función, recordando al deán que para el acompañamiento "se prebenga los señores que an de asistir a él, para que sea con todo lucimto y gravedad". Por fin, para evitar en el futuro contratiempos entre ambas comunidades, los comisarios de ambas corporaciones redactaron y firmaron una concordia sobre la forma de celebrar la función de proclamación en la catedral.
[1] Pág. 267.
[2] Pág. 79.
[3] Pág. 287.
[4] Ariz, pág. 292.
[5] Pág. 99.
[6] Pág. 17.
[7] Poner libro y pág.
[8] A.H.P.Av. C3. L1. 192. 26-XII-1505.
[9] Sobre la proclamación de Carlos I no tenemos noticias al no conservarse ni las actas consistoriales ni las actas capitulares del cabildo catedralicio. Sí conservamos las órdenes recibidas por el Concejo abulense en las que se previene la ejecución del juramento de lealtad a Felipe y Carlos (12-VII-1506), en Ib., C3. L1. 197 ; y Carlos, en Ib., C3. L1. 208 (26-XI-1506) y 216 (2-VII-1510).
[10] A.C.A. Actas cap. Año 1556, fols. 85v-86.
[11] Ib., Año 1598, sesión del 2 de octubre.
[12] Ib., Año 1621, fol. 191v. En esta acta capitular existe un error de numeración, y en realidad debería ser el folio número 200v.
[13] A.C.A. Actas cap. Año 1665, fols. 174-175.

domingo, 9 de mayo de 2010

4 de octubre de 1497


4 de octubre de 1497

"Fortuna nos traxo tal pena penosa
que agenos nos hizo de toda holgança.
Secóse la flor de nuestra esperança
gran fruto esperando de planta graciosa:
nacieron espinas; secóse la rosa;
secóse la flor; nacieron abrojos;
nacieron fatigas, nacieron enojos.
Murió nuestro Príncipe, joya

Las proclamaciones reales (Fiestas populares)


A parte de la proclamación propiamente dicha, celebración que podemos denominar "oficial", los ciudadanos disfrutaban de otra serie de festejos organizados por el consistorio, en los que la participación ciudadana era más evidente. Incluso algunos festejos eran organizados por corporaciones diferentes al Concejo, como gremios, estudiantes, etc, aunque siempre bajo control municipal.
Sin duda, la diversión preferida por el pueblo era la fiesta de toros, regocijo que contaba con innumerables variantes. La inclinación que el pueblo español guardaba por esta fiesta era extraordinaria, así lo señalan los viajeros extranjeros que pasearon sus cuerpos cansados por cualquier rincón de la Península. El viajero francés Antonio de Brunel – viajó por España en el año 1665 – señala que era el espectáculo "más célebre de España", añadiendo que no podía faltar en ninguna festividad o acontecimiento publico: "no creerían tener dicha ninguna si dejasen de solemnizarla de ese modo"
[1]En un relato anónimo publicado en el año 1700 se apunta, sin ocultar sorpresa, que el afán que "demuestra esa nación de matar esos animales es increíble (...) y es constante el que parecen en ese día más furiosos y más arrebatados que en todo otro tiempo"[2]. Esteban de Silhouette – viajó durante los años1729-1730 – relata que la fiesta de los toros "es la más grande y la más magnífica de las diversiones que se ven en España"[3]. Años después – en un viaje realizado en el año 1765 – un viajero anónimo cuenta que la fiesta de los toros es el "espectáculo más absurdo y más querido de los españoles"[4]. El viajero Jacobo Casanova de Seingalt – en un viaje realizado entre 1767 y 1768 – señala que es "preciso ser español para saborear el encanto" de la fiesta, añadiendo que "no veo el interés que se puede tomar en ese espectáculo"[5]. El viajero inglés Whiteford Dalrymple – su viaje se desarrolló durante el año 1774 – refiere que la "pasión de este pueblo por las corridas de toros es singular", maravillándose al comprobar que el público sería capaz de vender sus vestidos para pagar una localidad[6]. Juan Francisco Peyron – en un viaje realizado entre los años 1772 y 1773 –narra que "el entusiasmo de los españoles por estas fiestas es llevado a un punto que parece increíble", confirmando la opinión de Dalrymple al indicar que las gentes del pueblo "empeñan sus alhajas, sus muebles y sus trajes para poder asistir a ellas"[7]. El barón de Bourgoing – estuvo en España entre 1777 y 1795 – suscribe que la fiesta de los toros ocupa el primer lugar entre "los placeres casi exclusivos de la nación española", llegando a sentir por la fiesta "un profundo apego"[8]. Finalizando el siglo – el viaje se desarrolló en el año 1784 – el viajero José María Jerónimo Fleuriot considera que los toros son una "horrible lucha", completándose la "atrocidad de esa lucha desigual con las aclamaciones, los transportes, los gritos de un gentío inmenso"[9]. Por fin, el inglés Joseph Townsend – viajó entre 1786 y 1787 – expone que "difícilmente se puede hacer una idea de la afición de los españoles por esa diversión", añadiendo que todo el pueblo, sin importar sexo, edad o condición social disfrutan con el festejo: "los hombres, las mujeres y los niños, el rico y el pobre, todos la prefieren a cualquier otro espectáculo público"[10].

Otro de los grandes regocijos del pueblo fueron las festejos relacionados con el fuego: fuegos de artificio e ingenios pirotécnicos, hogueras, luminarias, etc. El fuego fue uno "de los elementos que aparece con absoluta constancia en la descripción de las fiestas"
[11]. El propósito de este regocijo era alterar simbólicamente el ciclo temporal de los días. Bonet Correa subraya que era un artificio "capaz de rivalizar con la naturaleza"[12]. Se trataba de disfrazar, de modo simbólico, la noche en día, interpretando la derrota de la oscuridad y la victoria de la luz. Si uno de los aspectos de la fiesta era la primacía de la ilusión, el fuego saciaba el deseo de ensueño y asombro del espectador, constituyendo el "no va más del lujo y el derroche"[13]. Como ejemplo de aparatosidad y esplendor lumínico es necesario aludir a lo que detalla la descripción que se publicó sobre los ornatos públicos que se obraron en la ciudad de Madrid por la exaltación al trono de Carlos IV. En un primer apunte general se destaca la "copiosísima iluminación que en las tres noches continuó la claridad del día"[14], para después ir describiendo algunas composiciones concretas. Así, en la casa del marqués de Montealegre toda la arquitectura efímera que se elevó delante de la fachada del palacio "estuvo sembrada de mecheros dorados y arañas para las iluminaciones que fueron muy copiosas"[15]. En la construcción que se levantó en el frontis de la Real casa de la Aduana hubo "cada noche una iluminación de ciento sesenta y dos hachas, y treinta y ocho arañas"[16]. En casa de la condesa de Benavente se dispusieron "tres copiosas y bien dispuestas iluminaciones"[17]. Por último, en la fábrica que se alzó en el palacio del duque de Alba sobresalió la variada y fastuosa iluminación que se dispuso, debido a la colocación de luces de variados colores, a la claridad que se consiguió, al verse la luz y no la llama de los artificios, y a la cantidad de vasos, once mil, que se distribuyeron por toda la invención arquitectónica.

Fuera de los festejos organizados por el ayuntamiento se encontraban los actos que organizaban los gremios de la ciudad y otras asociaciones, aunque siempre bajo supervisión del Concejo
[18]. Incluso a la hora de sufragar los gastos el consistorio ayudaba con alguna cantidad, como ocurrió en la proclamación del rey Carlos IV, en la que el Concejo dispuso que los gremios "acuerden la disposizn de sus funciones" con los diputados de abastos y el síndico general del Común. Una vez examinadas las funciones, acordarían otorgar una ayuda de costa para su celebración, como había pedido el gremio de alfareros "pa soportar los gastos qe se originen en la funzon qe quieren o intentan hacer en obsequio de la proclamación"[19]. La relación de 1833 informa detalladamente del contenido de dichos festejos. Así, el gremio de obra prima corrió gallos, los alfareros y tejeros llevaron un cuadro "que causa risa", los de la tierra bailaron al son de dulzainas y los inscritos en la Milicia Urbana procesionaron dos retratos reales, uno de la reina Isabel y otro de la Reina Regente. Por ser los "días más cortos del año otras diversiones" no pudieron celebrarse, caso de la carrera de sortijas y de tres comedias que habían dispuesto los sastres[20].

[1] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes de extranjeros por España y Portugal. Salamanca, 1999.
[2] Ib.,
[3] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T. IV, pág. 613.
[4] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T. V, pág. 93.
[5] Ib., pág. 145.
[6] Ib., págs. 169 y 172. Esta observación ya la hizo Antonio de Brunel: "No hay burgués que no quiera verlas todas las veces que se hacen, y que no empeñe sus muebles antes de faltar a ellas por falta de dinero", en GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., pág. 287.
[7] Ib., pág. 321.
[8] Ib., pág. 511.
[9] Ib., pág. 809.
[10] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T.VI, pág.82.
[11] DÍEZ BORQUE, J.M., "Relaciones de...", Op. Cit., pág. 21.
[12] BONET CORREA, A., Los ornatos..., Op. Cit., pág. 23.
[13] Ibidem.
[14] Descripción..., pág. 1.
[15] Ib., pág. 5.
[16] Ib., pág. 6.
[17] Ib., pág. 16.
[18] En la proclamación de Fernando VII el corregidor quedó encargado de citar a los veedores de los gremios para que "traten"; en A.H.P.AV. Actas cons. Libro núm. 196, fol. 96. En la proclamación de Isabel II se acordó invitar a los gremios para la celebración de actos; en A.H.P.AV. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 226v.
[19] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 177, fol. 21.
[20] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fols. 322v-323.