La pátina del tiempo desecha miradas y delirios pasados y vencidos. Entrar en la residencia Inés Luna Terrero era acariciar un tropel de posibilidades. Charlas insustanciales se mezclaban con las primeras discusiones y porfías trascendentales. Pequeñas escaramuzas de jóvenes impertinentes e insolentes se desplegaban por la casa. Amistades de tardes de naipes se confundían con miles de garabatos excitados a lo largo de unas cuartillas…
Pero siempre permanecerá la remembranza de los buenos amigos, siempre recordaré a Jaime, el sacerdote chileno de la habitación 305.
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