sábado, 17 de julio de 2010

Himnos a la Noche (Himnos I, II y III)



Obra: Himnos a la Noche.
Autor: Georg Friedrich Philipp Freiherr von Hardenberg (Novalis).
Nacimiento: 2 de mayo de 1772
Defunción: 25 de marzo de 1801
Año de composición: 1800





Himno I

La primera parte del himno es un exaltación de la luz, un ensalzamiento de la soberanía de la luz, aquélla que alienta e impulsa a todos los seres del Universo. Incluso aviva la existencia del hombre que, a pesar de no pertenecer al señorío de la luz, vive en él.

La luz encarna el espacio y el tiempo tangible y profano, la acción, la agitación incesante, las divisiones y los cismas. La luz es la tutora y maestra de la infancia y la juventud del hombre, aquella época en la que el individuo está libre de "compromisos".

Pero la vida aviva los pasos, y para el hombre la luz se transforma en un mundo oscuro, solitario y desolado ("Lejos yace el mundo- sumido en una profunda gruta- desierta y solitaria estancia. Por las cuerdas del pecho sopla profunda melancolía"). Estos versos evocan los rimados por el poeta Prudencio en el siglo V de nuestra era, cuando describe la prisión sufrida por Jonás en el vientre de la ballena:

Ternis dierum ec noctium processibus
mansit ferino devoratus gutture,
errabat illic per latebras viscerum,
ventris meandros circumibat tortiles
anhelus extis intus aestuantibus
[1]

Por ello, el hombre cultivado y místico, el poeta, renuncia a la luz y se une a la Noche; abandona lo físico, corporal y meramente cognitivo, para unirse a lo espiritual, sentimental y místico. El poeta reniega de la luz, que sólo puede aportar recuerdos, deseos absurdos, sueños insensatos, alegrías efímeras y esperanzas vanas. Se trata de espejismos con los que la luz tienta al hombre.

El poeta se liga a la noche, que invita al espíritu a volar a su morada, al origen del hombre, a la vida junto a la amada, una unión mística con el poeta, en la que la amada se convierte en amor y conocimiento. La Noche resguarda al hombre de los espejismos y acechanzas de la luz.

[1] «A lo largo de tres días y tres noches permaneció devorado por la fiera, erraba de acá para allá a través de las oscuras vísceras, daba vueltas en los tortuosos meandros del vientre sofocado dentro de las calurosas entrañas». Himnos, VII, 121-125.

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