jueves, 14 de octubre de 2010

El libro de las maravillas. Grandes inventos de la humanidad


ONIEVA SANTAMARÍA, Antonio Juan. El libro de las maravillas. Grandes inventos de la humanidad. Madrid, Editorial Magisterio Español, 1957.


"Era el año 1748.
Un labrador de la Catania empuñaba la esteva del arado sobre una planicie a orillas del Sarno.
Los bueyes apretaban la mandíbula y la reja avanzaba despacio, en pura labor de desfonde.
En una de estas marchas, ¡plaf! la reja tropieza con un cuerpo duro, la yunta se detiene, el labrador alborota y chasca el látigo.
- ¿Qué ocurre? - grita otro labrador desde una tierra próxima.
- No sé; ven - responde el primero.
Remueven unos terrenos y observan que la reja del arado se ha clavado en una gran piedra redonda como una esfera.
Llenos de curiosidad, continúan desalojando tierra.
¡Curiosísimo! La piedra redonda descansa sobre una especie de cúpula maravillosa. Los aldeanos no aciertan a dar crédito a sus ojos. Dijérase que estuvieran descubriendo los palacios de Aladino, ocultos bajo la tierra.
Asustados y admirados a la vez, dan cuenta a las autoridades del sorprendente hallazgo; éstas lo ponen en conocimiento de Carlos III, rey de España y de Nápoles.
Carlos III pide un mapa de Italia. Le rodean el conde de Aranda, el marqués de la Ensenada y Floridablanca. Hablan unas palabras, y el rey responde:
- Que sigan excavando a mis expensas.
Continúan las excavaciones, y a medida que se van desalojando tierras, aparecen cúpulas, columnas, frisos, muros, estatuas, calles, plazas, anfiteatros... y cadáveres calcinados.
La vecindad estaba anonadada. ¿De modo que debajo de aquel viñedo, a varios metros de profundidad, yacía una población muerta?
¿Quién la había enterrado?
Los geólogos y arqueólogos comenzaron a estudiar, y al cabo desentrañaron el enigma.
¿Qué es aquello? Aquello es Pompeya, la ciudad del placer, que había creado el lujo romano.
Un día reventaron las entrañas del Vesubio; un río de lava hirviendo inundó sus calles, casas y palacios; una lluvia de cenizas incandescentes cubrió como un inmenso manto el soberbio poblado, y así, oculto bajo las cenizas térreas, permaneció cerca de diecisiete siglos. Los hombres perdieron la memoria de Pompeya. Sobre las tierras que tenían encima nacieron robustas cepas de ricos pámpanos. Hasta que un día Carlos III, rey de España, dijo:
- Que sigan excavando a mis expensas.
Y a partir de entonces surgió el milagro de Pompeya."


El director de las excavaciones fue Roque Joaquín de Alcubierre. Es interesante consultar http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12048408668193753087846/021612.pdf?incr=1

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