lunes, 15 de noviembre de 2010

Entrada de Felipe III en la ciudad de Ávila




La primera noticia que se recibió en la ciudad sobre la llegada a ella del rey Felipe III se produjo el día 25 de mayo de 1600. En sesión consistorial se leyó una carta remitida por Gaspar de Bullón, regidor de la ciudad, en la que comunicaba que “su magd entrará en esta ciudad a los onze del mes que viene”. De inmediato, se acordó escribir cartas a los regidores que se encontraban fuera de la ciudad para informarles que debían encontrarse en la ciudad en la fecha citada, se iniciaron los preparativos del recibimiento, entrada y estancia real, y se nombraron comisarios (1) para tratar con el procurador general de la Tierra de Ávila sobre los gastos que debían producirse (2) . Además, se resolvió que los regidores Francisco Dávila y Diego Gabriel del Águila fueran a “besar las manos a su magd” (3). Al día siguiente, se leyó una carta remitida por el presidente de Castilla, fecha 24 de mayo, en la que comunicaba que el recibimiento y la “entrada esté aparejada para los doze de junio”, un día después de lo anunciado por Bullón y tres antes de la acontecido, y que los “gastos sean moderados” (4). El día 15 de junio el monarca fue recibido por el corregidor, alférez mayor y regimiento de la ciudad, así como por los “caballeros e ijosdalgo” de Ávila. Todas las autoridades debían ir ataviadas con vestidos de terciopelo forrados de tafetán, como ordenó el presidente de Castilla en la carta del día 24 de mayo (5) . Además, iban acompañados por los procuradores generales de la Ciudad y Tierra, vestidos de raso “paxiço”; maceros, a los que se dio vestidos con el escudo de la ciudad, medias de lana y zapatos de cuero blanco; doce trompeteros y doce timbaleros, con las armas de la ciudad; dos órdenes de chirimías y las danzas de los sesmos. La bienvenida al monarca fue dada por el corregidor y el juramento de guardar los privilegios que el monarca “a de azer al entrar en esta ciudad” le fue tomado por Diego de Ribera, alférez mayor de Ávila. Tras el juramento, el monarca se situó bajo un palio de terciopelo carmesí forrado en tafetán carmesí, con gotas y flecos dorados. El palio fue conducido por el corregidor y regidores de la ciudad según un protocolo definido (6). Así fue conducido hasta el monasterio de Santo Tomás, lugar en el que pasó la noche. Al día siguiente, después de comer, el monarca hizo su entrada en la ciudad. Ascendió por la calle Alférez Provisional, toda “enramada de un lado y de otro (...) quedando calle en medio”, hasta la plaza del Mercado Grande, momento en que sonaron salvas de artillería en su honor, y de ahí a la puerta de Gil González, donde el regidor Diego de Ribera hizo entrega al monarca de las llaves de la ciudad. Las llaves, ofrecidas en una bandeja de plata, eran del alcázar de la ciudad y de la fortaleza de la catedral. Todas las calles por las que discurrió la comitiva fueron picadas y allanadas y engalanadas de vistosas colgaduras, de las que un buen número de ellas se trajeron de las villas de Alba, Escalona y Oropesa al no haber suficientes en la ciudad. Además, las ventanas de las casas por las que pasó el cortejo estuvieron repletas de damas, “para que onrren a la ciudad”. Esa noche hubo luminarias en toda la ciudad.
El día 17 se celebró fiesta de toros en el Mercado Chico, para lo que se dispusieron doce astados y se trajeron “onbres que vengan a torear en estas fiestas” (7). Hubo problemas en la programación del festejo con los precios del alquiler de las ventanas de la plaza, por lo que el día 14 se dispusieron los precios oficiales, que estuvieron entre los 4 reales del alquiler más bajo, las ventanas del cuarto piso al sol, y los 3 ducados del alquiler más caro, las ventanas del primer piso a la sombra (8).
Ese día hubo fiesta de máscara, en la que los participantes fueron vestidos con libreas y monteras de gorgotán de dos colores. La plaza de la catedral y la calle del juego de pelota, lugares en los que se celebró el festejo, se arreglaron con arena.
Por fin, el día 19 se celebró un juego de cañas, acompañado de una colación, en el que participaron ocho cuadrillas de cuatro componentes cada una, vestidos de tafetán de colores. Las plazas del Mercado Chico y del Mercado Grande fueron allanadas y rellenas de arcilla para la buena ejecución del espectáculo, para lo que se gastaron 400 reales.
Los gastos fueron cuantiosos, 456.000 maravedís, y el desembolso de algunos pagos urgente, al deberse a personas necesitadas gran cantidad de maravedís. Ante esta situación, el Concejo suplicó al monarca poder echar en sisa de los mantenimientos 3000 ducados. La licencia y facultad real para la sisa se aprobó, concediéndose que el vino se vendiera “al pulgar” a 4 maravedís por azumbre, el aceite a 2 maravedís en cada cuartillo, el celemín de sal a 4 maravedís y cada libra de oveja a 2 maravedís (9).

[1] Los comisarios fueron: Francisco Dávila, Francisco Núñez Vela y Diego Gabriel del Águila. A.H.P.Av. Actas Cons. Libro núm. 25, fols. 117v-118.
[2] El procurador general de la Tierra, Agustín de Triviño, dio un primer crédito de 2000 ducados para el palio y los vestidos que debían comprarse, en Ib., fol. 125.
[3] Se les entregaron 400 reales para su comisión. El día 30 de mayo informaron al Concejo sobre la comisión.
[4] Ib., fol. 119.
[5] El Concejo acordó ir arreglados con vestidos de terciopelo carmesí forrados de tafetán amarillo y zapatos y gorros, adornados con plumas amarillas, de terciopelo, espada, daga, pretina y talabarte dorado.
[6] En sesión consistorial celebrada el día 29 de mayo se acordó que el palio lo tuvieran enarbolado los diputados de la Ciudad, acompañados de las cuadrillas de la ciudad, hasta que el corregidor y los regidores le tomaran, pero el corregidor lo reconvino “porque algunos diputados y acompañados son difuntos, otros ausentes y otros menesterosos” y, por tanto, “no conviene tengan el palio”, en A.H.P.Av. Actas Cons. Libro núm. 25, fols. 128 y 132v.
[7] Ib., fol. 125v. En el festejo de toros celebrado por la estancia de Carlos I hubo “muy buenas suertes de toros, y lançadas de caballeros, que lo sabían hazer, y no lo han olvidado sus descendientes”
[8] La pena por incumplir este acuerdo se fijó en 600 maravedís para juez, denunciador y obras públicas, el precio de las ventanas perdido y diez días de cárcel.
[9] La sisa del vino era sobre el vino de las tabernas, pulgar, plazas y mesones, debiéndose sacar 2000 ducados de la sisa. De la sisa del aceite se debían sacar 400 ducados, de la de la sal 500 ducados y de la sisa de la oveja 100 ducados; en Ib., fol. 265v.

1 comentario:

  1. Un interesantísimo documento. Felipe III es un rey poco conocido pero bajo cuyo reinado la Monarquía Hispánica alcanzó su cénit territorial.

    Saludos desde el blog Reinado de Carlos II.

    ResponderEliminar