La tarde del domingo era la del paseo. Fueron agradables caminatas por las interminables calles de Buenos Aires. El sol- dorado y centelleante - de la primavera bonaerense, acariciaba los hermosos y sublimes pétalos de las miles de flores que inundaban los jardines sureños. Los cafés repletos de bombillas de mate y tazas de oloroso café, abrigaban inagotables charlas y sesudas tertulias. Los tangos- sombríos y taciturnos- desgarraban con sus notas la descarnada voz de los poetas del lamento.
Aquellos largos paseos traían a mi memoria el olor del pan recién hecho y del heno recién segado. Los pasos sobre el moderno enlosado me empujaban a las estrechas veredas invadidas por las zarzas y la breña. El chapoteo monótono, cadencioso y sempiterno en las grandes, flamantes y novísimas fuentes, refrescaban la nostalgia del rumor del agua fluyendo por el regato.
Ahora, en mi pequeño y adorado pueblo, evoco los paseos porteños…
Don Sancho Dávila y Daza (Ávila, 21-IX-1523 / Lisboa, 8-VI-1583)
El estro, a veces, se siente turbado
Extraños seres emplazados en la Plaza del Ayuntamiento de Lisboa
Detalles
Aldaba (París)
Cachivaches
Derviche (Turquía)
Patrimonio abandonado
Convento de Paredes Albas en Berlanga de Duero (Soria)
Textos
Maestros: es necesario conocer al niño, si habéis de educarlo. Educar es encauzar la vida y para esto no basta el empirismo; es imprescinbible conocer al sujeto sobre el cual se trata de influir: estudiar sus funciones psíquicas.
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