La tarde del domingo era la del paseo. Fueron agradables caminatas por las interminables calles de Buenos Aires. El sol- dorado y centelleante - de la primavera bonaerense, acariciaba los hermosos y sublimes pétalos de las miles de flores que inundaban los jardines sureños. Los cafés repletos de bombillas de mate y tazas de oloroso café, abrigaban inagotables charlas y sesudas tertulias. Los tangos- sombríos y taciturnos- desgarraban con sus notas la descarnada voz de los poetas del lamento.
Aquellos largos paseos traían a mi memoria el olor del pan recién hecho y del heno recién segado. Los pasos sobre el moderno enlosado me empujaban a las estrechas veredas invadidas por las zarzas y la breña. El chapoteo monótono, cadencioso y sempiterno en las grandes, flamantes y novísimas fuentes, refrescaban la nostalgia del rumor del agua fluyendo por el regato.
Ahora, en mi pequeño y adorado pueblo, evoco los paseos porteños…
EL AÑO DEL DILUVIO
Hace 2 semanas
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