lunes, 1 de febrero de 2010

Añoranza

La tormenta rompiendo en la vega, el viento batiendo las ramas de los manzanos, el heno recién segado.

La plaza del pueblo engalanada para el baile, los limarones olvidados en el pilón, los eternos paseos por la carretera… Aquellas andanzas nocturnas que inauguraban un universo de caricias… Los coches repletos de sueños nublados por el alcohol.

La era saciada de armoniosos canturreos, la Mirinda aprisionada en el gaznate de un niño en pantalón corto, la placa del teleclub brillando con el sol de la tarde.

Las golondrinas anidando en el balcón de casa, las viejas jugando a la brisca en la calle Real, el cubo colmado de agua abrasado por el sol.

La procesión alrededor de la iglesia, el zumbo aplacado por el brío de la soga, los banzos rehenes del fervor. La casa de la Pasión prostituida por el comercio, el pequeño beaterio rendido por el tiempo.

Las agallas en los robles, la delicada sensación de las moras maduras, la cena recién tomada del fogón. La fatiga de la cocina bilbaína.

La siega en el prado de la abuela, el dulce vino del tío Juan, la música estridente del radiocassette.

En los últimos meses los recuerdos se agolpan desenfrenadamente. No sé si será cuestión de años o desesperación.

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