Llegados de nuevo al Mercado Chico el Alférez mayor, el corregidor, los regidores, los arcedianos de Ávila y Arévalo, los comisarios, los escribanos del ayuntamiento, los reyes de armas y los maceros bajaban de sus monturas y subían, acompañados de timbales y chirimías, al tablado[1] ya mencionado, en el que uno de los reyes de armas volvía a declamar[2]:
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio!
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Caballeros y prebendados a caballo, multitud de gentes a pie y repletas de damas las ventanas de la plaza, mientras el Alférez mayor enarbolaba el pendón tres veces, contestaban enardecidas:
- ¡Viva, viva, viva muchos años!
Terminado de enarbolar el estandarte en la plaza consistorial, con el lanzamiento de buen número de monedas de plata, el Alférez mayor entregaba el segundo estandarte real al corregidor, mientras montaba a caballo, y una vez a la grupa, el corregidor devolvía el estandarte al representante real, para con el mismo acompañamiento dirigirse hacia el alcázar de la ciudad, situado tras la puerta homónima que abría la ciudad amurallada al Mercado Grande. Una vez ante la puerta del Alcázar, desmontaban los mismos que lo habían hecho en el Mercado Chico. La puerta del Alcázar y la fortaleza real estaban cerradas y guardadas por alabarderos, y sobre el rastrillo de dicha puerta se encontraba situado el alcalde de la fortaleza acompañado de cuatro lacayos o, en su caso, el teniente alcalde del edificio. El Alférez mayor ordenaba en nombre de la ciudad que le fuera abierta la puerta del alcázar, para levantar el estandarte real en nombre del monarca y tomar posesión de la fortaleza. Tras este mandato, el defensor del alcázar respondía que mientras no le fuera mostrada la cédula real que permitía la realización de la proclamación real no franquearía la entrada. La ciudad apremiaba al adalid a bajar y comprobar la cédula, pero éste arrojaba una colonia y demandaba que aseguraran a ella la cédula. En ese momento, los escribanos del ayuntamiento daban testimonio escrito de la cédula, y ésta era atada a la colonia, que era izada hasta el puesto del valedor. Tras examinar la cédula, el adalid se aprestaba a abrir la puerta descendiendo personalmente hasta la entrada, e hincándose de hinojos ante los sitiadores entregaba las llaves del Alcázar, atadas a una colonia y sobre una fuente de plata, al Alférez mayor, a la vez que le decía que entregaba las llaves para que entrara en el Alcázar real y levantara el estandarte en nombre del nuevo rey, sin que hubiera perjuicio para los alcaldes de él, para lo que pedía testimonio escrito. Recibidas las llaves, el Alférez y el resto de la comitiva subían a los muros del Alcázar, y desde el muro situado a la derecha de la puerta los reyes de armas voceaban la fórmula conocida. El Alférez mayor decía la proclamación, y el pueblo prorrumpía en sonoros vivas, mientras el Alférez mayor enarbolaba el estandarte. Tras este acto, el Alférez mayor fijaba el estandarte para su exposición en un lugar dispuesto para ello. Una vez enarbolado el pendón, se disponía una escolta de soldados, se lanzaban al pueblo monedas de plata y se ofrecía a la comitiva una colación y, antes de irse, el Alférez mayor devolvía las llaves de la fortaleza al alcalde de ésta, para que guardara el Alcázar y el pendón real.
Acabada la función en el Alcázar, la comitiva volvía al Mercado Chico, para que el Alférez mayor fijara el primer estandarte en el balcón principal del ayuntamiento, que estaba adornado con colgaduras, de terciopelo carmesí con franjas de oro en el año 1666. El resto de los balcones del ayuntamiento se adornaban con colgaduras, de brocado matizado de diferentes colores. El estandarte era depositado sobre unas almohadas, de terciopelo carmesí en el año 1666, o sobre un reclinatorio con paño y almohada, del mismo tejido y color en el año 1833. El estandarte se situaba frente a un retrato del nuevo monarca, fijado bajo un dosel decorado con las armas reales y sobre unas almohadas. Tanto en la proclamación de 1666 como en la del año 1833 el dosel fue de terciopelo carmesí. Ambos objetos, estandarte y retrato, eran guardados por los reyes de armas y los porteros del ayuntamiento. Así, el ayuntamiento se convertía en un gran tapiz en el que dominaba en el centro el retrato real. El rey transformado en el centro de la celebración, una representación, una alegoría de lo celebrado en la Corte: "El rey siempre en el centro, se sienta sobre estrado y solio y bajo dosel y separado por cortina"[3]. Además, el monarca se hace presente, el marco, ciertamente ingenioso y teatral, consigue que se haga real, comunicando los significados previstos.
Finalizado el acto, el Alférez mayor y el corregidor eran acompañados a sus casas, aunque antes de entrar en ellas agradecían a todos los caballeros que formaban la comitiva: "la honrra y mrd q le avían hecho como tan zelosos del servizio de su magd, y la grande estimazón con q quedaba". Tras esto, los comisarios de la ciudad acompañaban a los presidentes de los dos coros del cabildo hasta la Iglesia mayor, en la que rezaba una oración. Por último, se ordenaba encender luminarias en toda la ciudad, destacando las emplazadas en las casas consistoriales y en el alcázar.
[1] En la proclamación de Carlos II el tablado fue "sumptuoso", de más de una vara de alto y de ancho "de balcón a balcón", con una escalera en el lado de la plaza y otra escalera en el lado del ayuntamiento. Todo el tablado estaba tapizado de alfombras y rodeado de baraústes azules y dorados. A las puertas del ayuntamiento, arrimados a las jambas, se dispusieron dos leones con las armas reales; en A.C.A. Actas cap. Año 1700, "Razón...", Ib., pág. 2. Posteriormente, en la proclamación de Fernando VI, el tablado fue un cuadrado de 5 pies de alto y 30 pies de lado, con una escalera orientada a la plaza y otra al ayuntamiento; en A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 135, fol. 50. Por fin, sabemos que el tablado en la proclamación de la reina Isabel II fue de <>; en A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 320v.
[2] En la proclamación de Isabel II subieron al tablado los portadores de los estandartes, el corregidor, los reyes de armas y los escribanos del ayuntamiento, situándose el resto de la comitiva alrededor del tablado. En ese instante se descubrió el retrato real. La proclamación fue igual que la realizada en la catedral.
[3] LISÓN TOLOSANA,C., La imagen..., Op. Cit., pág. 128.
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio!
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Caballeros y prebendados a caballo, multitud de gentes a pie y repletas de damas las ventanas de la plaza, mientras el Alférez mayor enarbolaba el pendón tres veces, contestaban enardecidas:
- ¡Viva, viva, viva muchos años!
Terminado de enarbolar el estandarte en la plaza consistorial, con el lanzamiento de buen número de monedas de plata, el Alférez mayor entregaba el segundo estandarte real al corregidor, mientras montaba a caballo, y una vez a la grupa, el corregidor devolvía el estandarte al representante real, para con el mismo acompañamiento dirigirse hacia el alcázar de la ciudad, situado tras la puerta homónima que abría la ciudad amurallada al Mercado Grande. Una vez ante la puerta del Alcázar, desmontaban los mismos que lo habían hecho en el Mercado Chico. La puerta del Alcázar y la fortaleza real estaban cerradas y guardadas por alabarderos, y sobre el rastrillo de dicha puerta se encontraba situado el alcalde de la fortaleza acompañado de cuatro lacayos o, en su caso, el teniente alcalde del edificio. El Alférez mayor ordenaba en nombre de la ciudad que le fuera abierta la puerta del alcázar, para levantar el estandarte real en nombre del monarca y tomar posesión de la fortaleza. Tras este mandato, el defensor del alcázar respondía que mientras no le fuera mostrada la cédula real que permitía la realización de la proclamación real no franquearía la entrada. La ciudad apremiaba al adalid a bajar y comprobar la cédula, pero éste arrojaba una colonia y demandaba que aseguraran a ella la cédula. En ese momento, los escribanos del ayuntamiento daban testimonio escrito de la cédula, y ésta era atada a la colonia, que era izada hasta el puesto del valedor. Tras examinar la cédula, el adalid se aprestaba a abrir la puerta descendiendo personalmente hasta la entrada, e hincándose de hinojos ante los sitiadores entregaba las llaves del Alcázar, atadas a una colonia y sobre una fuente de plata, al Alférez mayor, a la vez que le decía que entregaba las llaves para que entrara en el Alcázar real y levantara el estandarte en nombre del nuevo rey, sin que hubiera perjuicio para los alcaldes de él, para lo que pedía testimonio escrito. Recibidas las llaves, el Alférez y el resto de la comitiva subían a los muros del Alcázar, y desde el muro situado a la derecha de la puerta los reyes de armas voceaban la fórmula conocida. El Alférez mayor decía la proclamación, y el pueblo prorrumpía en sonoros vivas, mientras el Alférez mayor enarbolaba el estandarte. Tras este acto, el Alférez mayor fijaba el estandarte para su exposición en un lugar dispuesto para ello. Una vez enarbolado el pendón, se disponía una escolta de soldados, se lanzaban al pueblo monedas de plata y se ofrecía a la comitiva una colación y, antes de irse, el Alférez mayor devolvía las llaves de la fortaleza al alcalde de ésta, para que guardara el Alcázar y el pendón real.
Acabada la función en el Alcázar, la comitiva volvía al Mercado Chico, para que el Alférez mayor fijara el primer estandarte en el balcón principal del ayuntamiento, que estaba adornado con colgaduras, de terciopelo carmesí con franjas de oro en el año 1666. El resto de los balcones del ayuntamiento se adornaban con colgaduras, de brocado matizado de diferentes colores. El estandarte era depositado sobre unas almohadas, de terciopelo carmesí en el año 1666, o sobre un reclinatorio con paño y almohada, del mismo tejido y color en el año 1833. El estandarte se situaba frente a un retrato del nuevo monarca, fijado bajo un dosel decorado con las armas reales y sobre unas almohadas. Tanto en la proclamación de 1666 como en la del año 1833 el dosel fue de terciopelo carmesí. Ambos objetos, estandarte y retrato, eran guardados por los reyes de armas y los porteros del ayuntamiento. Así, el ayuntamiento se convertía en un gran tapiz en el que dominaba en el centro el retrato real. El rey transformado en el centro de la celebración, una representación, una alegoría de lo celebrado en la Corte: "El rey siempre en el centro, se sienta sobre estrado y solio y bajo dosel y separado por cortina"[3]. Además, el monarca se hace presente, el marco, ciertamente ingenioso y teatral, consigue que se haga real, comunicando los significados previstos.
Finalizado el acto, el Alférez mayor y el corregidor eran acompañados a sus casas, aunque antes de entrar en ellas agradecían a todos los caballeros que formaban la comitiva: "la honrra y mrd q le avían hecho como tan zelosos del servizio de su magd, y la grande estimazón con q quedaba". Tras esto, los comisarios de la ciudad acompañaban a los presidentes de los dos coros del cabildo hasta la Iglesia mayor, en la que rezaba una oración. Por último, se ordenaba encender luminarias en toda la ciudad, destacando las emplazadas en las casas consistoriales y en el alcázar.
[1] En la proclamación de Carlos II el tablado fue "sumptuoso", de más de una vara de alto y de ancho "de balcón a balcón", con una escalera en el lado de la plaza y otra escalera en el lado del ayuntamiento. Todo el tablado estaba tapizado de alfombras y rodeado de baraústes azules y dorados. A las puertas del ayuntamiento, arrimados a las jambas, se dispusieron dos leones con las armas reales; en A.C.A. Actas cap. Año 1700, "Razón...", Ib., pág. 2. Posteriormente, en la proclamación de Fernando VI, el tablado fue un cuadrado de 5 pies de alto y 30 pies de lado, con una escalera orientada a la plaza y otra al ayuntamiento; en A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 135, fol. 50. Por fin, sabemos que el tablado en la proclamación de la reina Isabel II fue de <
[3] LISÓN TOLOSANA,C., La imagen..., Op. Cit., pág. 128.
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