La preeminencia del recinto sagrado en el orden de proclamación de los pendones se subraya en cronistas y documentos. Así, el cronista Gil González Dávila manifiesta que "la primera vez que se alçan pendones por príncipe recién heredado de los reynos, es dentro en la iglesia, y después en los lugares públicos de su ciudad"[1]. En la documentación abulense también se señala la preeminencia de la catedral en el orden de la proclamación. Así, en las actas capitulares del cabildo del año 1556 se declara: "se alçaron pendones por el rey don Phillipe nro señor en esta sancta iglia de Sant Salvador de Ávila el primero"[2]. Posteriormente, en un memorial del cabildo catedralicio enviado al rey Luis I se puede leer: "Parece (señor) que de tiempo inmemorial ay la costumbre en dicha ciudad de que la proclamación de los señores reyes se haga dentro de esta santa iglesia, precediendo la bendición de los pendones"[3]. De forma parecida se reflejó en la relación de la proclamación de Isabel II: "en la iglesia catedral (...) es donde por continuada posesión y derecho se levanta el primero de los dos pendones"[4]. Una vez llegados a la catedral, les esperaban los miembros del cabildo, aunque en este aspecto del protocolo surgieron disputas habituales. Así, en la proclamación del rey Carlos II la comitiva fue recibida por seis miembros del cabildo: dos arcedianos, dos canónigos y dos racioneros[5], mientras que en la proclamación del reina Isabel II el séquito fue recibido por la totalidad de los miembros del cabildo[6]. Una vez recibido el cortejo, todo el acompañamiento entraba en el recinto catedralicio por medio del cabildo, dividido en dos coros, y pasaban a ocupar, siguiendo un protocolo establecido, sus lugares respectivos, aunque el protocolo no fue el mismo en todas las proclamaciones. En el año 1666 el alférez mayor tuvo a su derecha al presidente del cabildo, mientras que a su izquierda se situó el corregidor. A la izquierda del corregidor se situó el presidente del segundo coro del cabildo y escoltando a los prebendados se situaron los dos regidores más antiguos.
Por el contrario, en el año 1833 el alférez mayor fue escoltado por los presidentes de los coros del cabildo y éstos por el corregidor y el regidor más antiguo.
Después se situaban el resto de regidores y prebendados de la catedral, así como la nobleza de la urbe abulense, todos "con la decencia y cortesía congruente".
El primer acto que se celebraba era la bendición de los estandartes. La ceremonia podía ser presidida por el obispo o por una dignidad del cabildo, junto a dos diáconos. En caso de ser oficiado por el obispo, como sucedió en el año 1666[7], el alférez mayor, el conductor del segundo estandarte, el corregidor y el regidor más antiguo subían hasta el altar mayor. Entonces, el alférez mayor se hincaba de rodillas y tomando los dos estandartes en sus manos, descansaba sus puntas en el altar. En ese momento, los presidentes de los dos coros se situaban junto al obispo. A continuación, el diácono entregaba los estandartes al obispo y éste, asiéndolos por la parte superior, los bendecía y rezaba unas oraciones. Tras este acto, el Alférez mayor soltaba los estandartes e inmediatamente los volvía a asir para que el obispo los aspergeara con agua bendita. La bendición de los estandartes reales simbolizaba la antigua unción real, formalizada por los reyes hispano-visigodos en el siglo VII. Mediante el rito de la unción, el monarca se asociaba simbólicamente con la divinidad, se transformaba en el protector del pueblo cristiano, mediante el pontificado laico adquirido, y en mediador entre Dios y los hombres. Acabada esta ceremonia el obispo se despojaba de las vestiduras de pontifical y se dirigía a la sacristía acompañado de los comisarios del Cabildo catedralicio, diversos prebendados y los subdiáconos.
Si el acto era presidido por otro oficiante, como ocurrió en el año 1833[8], los que subían al altar mayor eran el alférez mayor, el conductor del segundo pendón, el corregidor, el regidor más antiguo y los dos presidentes de los coros del cabildo. En esta ocasión, el alférez mayor y el conductor del segundo pendón se postraban para recibir la bendición y aspersión. Tras la bendición de los estandartes, el Alférez mayor, los presidentes de los coros, el corregidor, el regidor más antiguo, los regidores, diversos prebendados, los escribanos de la Ciudad, los maceros y los reyes de armas se subían a un tablado[9] situado entre los dos coros de la catedral, junto a la capilla mayor y que llegaba hasta los púlpitos. En el tablado, los reyes de armas proclamaban:[10]
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio! [11]
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; Por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Pronunciadas estas palabras, enarbolaba un estandarte en tres ocasiones, mientras el pueblo asistente vitoreaba a su nuevo rey:
- ¡Viva, viva, muchos años!
Por último, sonaban chirimías y el coro de la catedral cantaba, acompañados de música de órgano, el Te Deum[12]
Acabado el acto religioso, la Ciudad salía de la catedral por la puerta de poniente y, volviendo a montar a caballo, se situaban en el mismo orden en el que llegaron a la catedral. Siguiendo la relación del año 1833, La única diferencia con respecto a la formación seguida en la primera procesión fue la inclusión entre los regidores más antiguos de la Ciudad de los dos presidentes de los coros, el arcediano de Ávila entre el Alférez mayor y el regidor más antiguo, y el arcediano de Arévalo, entre el corregidor y el segundo regidor más antiguo del Concejo abulense. Además, entre la nobleza abulense se situaban prebendados, dignidades, canónigos y racioneros de la Iglesia abulense.
[1] GONZÁLEZ DÁVILA,G., pág. 62.
[2] A.C.A. Actas cap. Año 1556, fol. 86.
[3] A.C.A. Actas cap. Año 1724.
[4] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 319.
[5] "A la puerta q estava al ponientte estavan esperando seis capittulares de dha santta iglesia: dos arcedianos, dos canónigos, dos razioneros", fol. 5v.
[6] "Para recibir a este ostentoso acompañamiento estaba el cabildo pleno a la parte de adentro de la puerta de la catedral en dos coros", fol. 320.
[7] En el año 1666 el obispo fue asistido por don José González Dávila, chantre, y por don Francisco de Mena, tesorero.
[8] En este año la ceremonia fue presidida por don Félix Alonso Luis Lozano, arcediano de Olmedo, asistido por don Casiano Hernández y don Juan Cabañero.
[9] El tablado estaba adornado con alfombras y cubiertas. En la proclamación de Fernando VI se construyó un tablado cuadrado de 6 pies de alto y 24 pies de lado, con una escalera cuyo último paso llegaba a la capilla mayor, y otra escalera en el lado del coro. Por supuesto, esta construcción no tenía el aparato de los túmulos que se construían para las exequias fúnebres de las personas reales fallecidas.
[10] La relación de la proclamación de Carlos II informa que sólo fue un rey de armas el que ejecutó la proclamación: "uno de los reyes de armas, q fue Diego Herrera, en altta voz dixo al pueblo". En el caso de la proclamación de Isabel II dice la relación: "Los reyes de armas, puestos a las esquinas del tablado, dieron alternativamente altas voces diciendo".
[11] En la proclamación de la reina Isabel II los reyes de armas proclamaron: "¡Silencio, atended, oíd, escuchad!", en Ib., fol. 320v.
[12] En la proclamación de Isabel II antes de cantarse el Te Deum, el administrador del alférez mayor lanzó "sobre el pueblo las monedas de plata"
Por el contrario, en el año 1833 el alférez mayor fue escoltado por los presidentes de los coros del cabildo y éstos por el corregidor y el regidor más antiguo.
Después se situaban el resto de regidores y prebendados de la catedral, así como la nobleza de la urbe abulense, todos "con la decencia y cortesía congruente".
El primer acto que se celebraba era la bendición de los estandartes. La ceremonia podía ser presidida por el obispo o por una dignidad del cabildo, junto a dos diáconos. En caso de ser oficiado por el obispo, como sucedió en el año 1666[7], el alférez mayor, el conductor del segundo estandarte, el corregidor y el regidor más antiguo subían hasta el altar mayor. Entonces, el alférez mayor se hincaba de rodillas y tomando los dos estandartes en sus manos, descansaba sus puntas en el altar. En ese momento, los presidentes de los dos coros se situaban junto al obispo. A continuación, el diácono entregaba los estandartes al obispo y éste, asiéndolos por la parte superior, los bendecía y rezaba unas oraciones. Tras este acto, el Alférez mayor soltaba los estandartes e inmediatamente los volvía a asir para que el obispo los aspergeara con agua bendita. La bendición de los estandartes reales simbolizaba la antigua unción real, formalizada por los reyes hispano-visigodos en el siglo VII. Mediante el rito de la unción, el monarca se asociaba simbólicamente con la divinidad, se transformaba en el protector del pueblo cristiano, mediante el pontificado laico adquirido, y en mediador entre Dios y los hombres. Acabada esta ceremonia el obispo se despojaba de las vestiduras de pontifical y se dirigía a la sacristía acompañado de los comisarios del Cabildo catedralicio, diversos prebendados y los subdiáconos.
Si el acto era presidido por otro oficiante, como ocurrió en el año 1833[8], los que subían al altar mayor eran el alférez mayor, el conductor del segundo pendón, el corregidor, el regidor más antiguo y los dos presidentes de los coros del cabildo. En esta ocasión, el alférez mayor y el conductor del segundo pendón se postraban para recibir la bendición y aspersión. Tras la bendición de los estandartes, el Alférez mayor, los presidentes de los coros, el corregidor, el regidor más antiguo, los regidores, diversos prebendados, los escribanos de la Ciudad, los maceros y los reyes de armas se subían a un tablado[9] situado entre los dos coros de la catedral, junto a la capilla mayor y que llegaba hasta los púlpitos. En el tablado, los reyes de armas proclamaban:[10]
- ¡Oíd, oíd, oíd; silencio, silencio, silencio! [11]
El Alférez mayor respondía:
- ¡Castilla, Castilla, Castilla; Por el rey nuestro señor X, que Dios guarde muchos años!
Pronunciadas estas palabras, enarbolaba un estandarte en tres ocasiones, mientras el pueblo asistente vitoreaba a su nuevo rey:
- ¡Viva, viva, muchos años!
Por último, sonaban chirimías y el coro de la catedral cantaba, acompañados de música de órgano, el Te Deum[12]
Acabado el acto religioso, la Ciudad salía de la catedral por la puerta de poniente y, volviendo a montar a caballo, se situaban en el mismo orden en el que llegaron a la catedral. Siguiendo la relación del año 1833, La única diferencia con respecto a la formación seguida en la primera procesión fue la inclusión entre los regidores más antiguos de la Ciudad de los dos presidentes de los coros, el arcediano de Ávila entre el Alférez mayor y el regidor más antiguo, y el arcediano de Arévalo, entre el corregidor y el segundo regidor más antiguo del Concejo abulense. Además, entre la nobleza abulense se situaban prebendados, dignidades, canónigos y racioneros de la Iglesia abulense.
[1] GONZÁLEZ DÁVILA,G., pág. 62.
[2] A.C.A. Actas cap. Año 1556, fol. 86.
[3] A.C.A. Actas cap. Año 1724.
[4] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 319.
[5] "A la puerta q estava al ponientte estavan esperando seis capittulares de dha santta iglesia: dos arcedianos, dos canónigos, dos razioneros", fol. 5v.
[6] "Para recibir a este ostentoso acompañamiento estaba el cabildo pleno a la parte de adentro de la puerta de la catedral en dos coros", fol. 320.
[7] En el año 1666 el obispo fue asistido por don José González Dávila, chantre, y por don Francisco de Mena, tesorero.
[8] En este año la ceremonia fue presidida por don Félix Alonso Luis Lozano, arcediano de Olmedo, asistido por don Casiano Hernández y don Juan Cabañero.
[9] El tablado estaba adornado con alfombras y cubiertas. En la proclamación de Fernando VI se construyó un tablado cuadrado de 6 pies de alto y 24 pies de lado, con una escalera cuyo último paso llegaba a la capilla mayor, y otra escalera en el lado del coro. Por supuesto, esta construcción no tenía el aparato de los túmulos que se construían para las exequias fúnebres de las personas reales fallecidas.
[10] La relación de la proclamación de Carlos II informa que sólo fue un rey de armas el que ejecutó la proclamación: "uno de los reyes de armas, q fue Diego Herrera, en altta voz dixo al pueblo". En el caso de la proclamación de Isabel II dice la relación: "Los reyes de armas, puestos a las esquinas del tablado, dieron alternativamente altas voces diciendo".
[11] En la proclamación de la reina Isabel II los reyes de armas proclamaron: "¡Silencio, atended, oíd, escuchad!", en Ib., fol. 320v.
[12] En la proclamación de Isabel II antes de cantarse el Te Deum, el administrador del alférez mayor lanzó "sobre el pueblo las monedas de plata"
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