viernes, 8 de junio de 2012

Instrucción de 8 de agosto de 1619

La pobreza fue un mal generalizado durante los primeros años del siglo XVII. De hecho, las leyes del Reino proveían lo que convenía hacer para evitar que hubiera tantos vagabundos pululando por las calles y plazas de las villas y ciudades de Castilla.

Además, el engaño se extendió entre los vecinos de las ciudades castellanas y numerosos lugareños se hicieron pasar por vagabundos. Las disposiciones gubernativas disponían que se castigara “con rigor” a los vagabundos y pobres fingidos. Se mandaba castigar a aquellos vecinos que teniendo salud y fuerzas para trabajar y sustentarse por sí mismos, no lo quisieran hacer.
Los vagabundos fingidos usurpaban la limosna a los pobres verdaderos, por lo que éstos padecían incontables necesidades y recibían otros enormes daños e inconvenientes.
Pero la situación se fue agravando cada año, por lo que el Consejo Real trató dicha materia con la “atención y cuidado que conviene”. La decisión del Consejo fue enviar una instrucción (8 de agosto de 1619), firmada por don Hernando de Vallejo, escribano de la Cámara de Su Majestad, a la ciudad abulense, en la que se ordenaba, entre otras cosas, elaborar un registro de pobres, distinguiendo los pobres verdaderos de los pobres fingidos; entregar una señal y licencia a los pobres verdaderos, para que pudieran pedir limosna; prohibir la mendicidad de niños y muchachos de poca edad, y recoger a dichos niños y muchachos donde mejor pareciera a las autoridades municipales, para enseñarles doctrina cristiana y un oficio con el que de mayores se pudieran valer.
Manuel de Montoliú señalaba: “La plaga de los vagabundos llegó a adquirir proporciones catastróficas. Un autor contemporáneo los calcula en 150.000, cifra considerable si se atiende a la escasa población de España. Los vagabundos se reclutaban entre los mendigos profesionales o fingidos…”.
De hecho, la picaresca relativa a este asunto no era un tema reciente ni original, ya en las Cortes de Toledo de 1559 leemos: “Otrosí decimos que una de las cosas que causa haber tantos ladrones en España, es igualmente disimular con tantos vagabundos… y son gente sin servir a nadie y sin tener hacienda, oficio ni beneficio, y, sacado en limpio, unos se sustentan de ser fulleros y traer muchas maneras de engaños, y otros de jugar mal con naipes y dados y otros de hurtar… y lo que se hurta en unos pueblos se lleva a vender a otros y muchos se sustentan de ser rufianes”.
Lo que se confirma es la miseria que reinaba en Castilla: “Se ha visto los padres haber traído sus pobres y pequeños hijos de ambos sexos y dejándolos en las puertas de Sevilla o en las de algunas casas particulares. Lo mismo hacen algunos padres vecinos de esta ciudad que, olvidando el nativo y paternal cariño, abandonan los suyos, dejándolos en la contingencia de no volverlos a ver más, desnudos en la injuria y rigor del tiempo, hambrientos y pidiendo limosna y obligados a recogerse de noche en las huertas, los solares o el zaguán de las casas, si se lo permiten”.
MONTOLIÚ, Manuel de. El alma de España y sus reflejos en la literatura del Siglo de Oro. Barcelona, 1942, p. 291-295.

No hay comentarios:

Publicar un comentario