Gonzalo García, cura de Naharros del Puerto, vendió a don Diego Fernández de Carnacedo, arcediano de Oropesa, un esclavo- Juan de veinticuatro años- de color membrillo cocho y dos señales en las dos mejillas del rostro: “el cual yo le hube de quien le tuvo de buena guerra y por tal le vendo”, y por “hombre sano, sin mal contagioso, no fugitivo, ni ladrón”.
La venta se concertó en mil reales.
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