Los trabajos históricos de mentalidades colectivas han aumentado de forma considerable desde el último tercio del siglo XX. La Historia de las mentalidades nos ayuda a percibir, conocer, interpretar y comprender de forma más próxima e intensa nuestra historia, a profundizar en ella con mayor capacidad de análisis y crítica, con más confianza y menos vergüenza. Máximo García Fernández asegura que se distingue una forma de historiar confrontada y enfrentada al dogmatismo exigido y empleado por la historia económica, obligada a basarse en fríos números. El referido autor señala sobre la historia de las mentalidades: “recuenta y bucea en las realidades cotidianas y trata de describir los fenómenos vivenciales desde presupuestos, aunque no únicos ni de historiar excluyentes, básicamente ideológicos y de conformación mental” (GARCÍA FERNÁNDEZ, M. “Actitudes ante la muerte, religiosidad y mentalidad en la España moderna. Revisión historiográfica”, Hispania, 176 (1990), p.1073).
Sin duda alguna, este método de investigación se justifica y se fundamenta en conductas y actuaciones básicamente prácticas, en respuestas que se producen día a día, genuinas del sujeto y de sus entidades sociales, y que nos muestran, tal como eran, su esencia y su existencia. Además, a través de este planteamiento científico, indagamos, profundizamos y ahondamos, en el sentir colectivo de una época y un lugar. Se trata de ver al ser humano en sociedad, sus respuestas generales, aunque sin olvidarnos de las particularidades. Es la historia del hacer, del construir en colectividad, del “zomm politikon” de Aristóteles (“El Estado es algo producido por la naturaleza, y el hombre es por naturaleza un animal político. En Política, 1 I, c.2.).
El progreso o la decadencia de una sociedad, su estimulante o moribunda realidad social e intelectual, se origina no a través de individuos aislados, sino gracias al esfuerzo o desidia de hombres y mujeres entretejidos en la colectividad. La comunidad avanza o retrocede cuando maniobra bien o mal en su propia estructura. Por tanto, la historia de las mentalidades destierra la “historia reducida a la gesta de unos cuantos héroes” (LUC, J.N. La enseñanza de la Historia a través del medio. Madrid, 1986). La historia de las mentalidades agota el vehemente y sólido discurso de Thomas Carlyle: “la Historia universal, lo realizado por el hombre aquí abajo, es en el fondo, la historia de los grandes hombres que entre nosotros laboraron… Su historia, para decirlo claro, es el alma de la historia del mundo entero… Considérese como quiera, consuela pensar que la compañía de los grandes hombres siempre es provechosa… el grande hombre es foco de vívida luz, manantial en cuya margen nos extasiamos, claridad que disipó las sombras del mundo, no a modo de lámpara, refulgente, sino como luminaria natural, resplandeciendo como don celeste; es una cascada fúlgida abundante en íntima y nativa originalidad, nobleza, virilidad, egoísmo, a cuyo contacto no hay alma que deje de sentirse en su elemento” (CARLYLE, T. los héroes. Madrid, 1985).
Es concluyente y positivamente pedagógico el razonamiento de Michelle Vovelle, en el que argumenta que el historiador no puede, ni debe, conformarse con el discurso construido por unos pocos, pues en ese caso el propio historiador ofrecería unas conclusiones parciales, incompletas, arbitrarias e, incluso, injustas (VOVELLE, M. “Les attitudes devant la mort: problémes de methode, aproches et lectures diferentes”, Annales, 1, p.121.).
Por otro lado, la historia de las mentalidades ha sido criticada por su indefinición, por ser demasiado abierto y extenso su ámbito de acción. Pero lo cierto es que el ensanchar, el penetrar en los diversos entornos y contextos vitales de una sociedad permite al interesado en esa misma comunidad, enriquecer sus conocimientos, advertir las diferentes causas por las que se producen los acontecimientos, reparar en las múltiples consecuencias de éstos y poseer un conocimiento más general para poder interpretar, valorar y criticar ese modelo social.
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