viernes, 10 de septiembre de 2010

Selva Negra

El bosque, tupido y cerrado, enclaustraba la mirada del viajero. Los árboles, gigantescos y formidables, aparecían como ciclópeos gigantes junto a resonantes y atronadores torrentes y cascadas.

El viajero se internó en la frondosidad de la espesura, mientras su corazón golpeaba sin descanso en sus crispadas sienes. El viajero aguzó la vista para escudriñar cada secreto de la maraña que taponaba y obstaculizaba sus desfallecidos pasos. Las leyendas de la comarca hablaban de seres extraordinarios en las entrañas del bosque.


Lentamente, casi a paso de tortuga, sus pies llegaron a profanar lo más sagrado de la fronda, el magno y colosal vestigio de añejas y vetustas fantasías y narraciones.

Nada a la vista, ningún ser fantástico, ni fabuloso, sólo la majestuosa, casi homérica agrura. Una sacudida de contrariedad y disgusto recorrió su cuerpo. Aquel viaje, proyectado y preparado durante semanas, había llegado a su fin, a un desenlace infausto y enojoso. Apenado y abatido, el viajero se preparó para volver a su universo, a un mundo lóbrego y sombrío, casi como boca de lobo, que cada vez se volvía más incomprensible y desconocido para él.

Pero sus súplicas y plegarias silenciosas…


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