Uno de los hechos y momentos más controvertidos de la historia abulense fue la proclamación que en la ciudad se celebró en honor de José Bonaparte, hermano del emperador Napoleón Bonaparte y rey de España por imposición imperial. El día 26 de enero de 1809 el intendente interino de la Ciudad, don Antonio Sáez de la Hoz, comunicó a los representantes municipales que el gobernador francés de la ciudad y provincia de Ávila, don Leopoldo José Sigisberto Hugo, tenía dispuesta la proclamación de José Bonaparte para el día 29 de enero. El Concejo acordó disponer el obsequio “que se considere más decente”, pues, según el Concejo, la situación y el estado en el que se haya el pueblo y la falta de medios económicos hacía que no hubiera cantidad alguna en dinero ni en depósitos. De hecho, la cantidad máxima de la que se podía disponer era de 8000 reales, sacados, en calidad de reintegro, del dinero de la alhóndiga. También se nombró como comisarios para la función de proclamación a: don Eusebio Antonio de Arrabal, encargado de la “leche elada y sorbetes”; don Juan Sánchez Mayoral, comisario del “aguardiente y licores”; don Pedro López, delegado de la “música”; los diputados de abastos, encargados de las “frutas y ramo”, y don Estaban Gómez y don Dionisio Jiménez de Salvadión, comisionados para la “iluminación, vizcochos de canela y comunes”[1]. El día 27 de enero volvió a reunirse el Concejo para tratar sobre un oficio, con fecha 26 de enero, del intendente interino, en el que se incluía la orden de proclamación de José Bonaparte. En la orden se disponían de forma concisa y estricta las ceremonias que debían celebrarse para dicha proclamación. En primer lugar, se efectuaba una breve introducción de alabanza hacia la persona de José, ensalzando su piedad, justicia e ilustración[2]. Después, se concretaba la fecha de proclamación, el día 29, y se establecían los actos de la función.
El día anterior a la proclamación repicaron las campanas de todas las iglesias de la provincia y se expuso el Santísimo Sacramento. El día de la proclamación se inició con nuevos repiques, que duraron una hora, y a las nueve y media de la mañana se reunieron todas las autoridades y regidores para ir a casa del gobernador francés y desde allí a la catedral, donde se celebró la misa mayor. Celebrada la Eucaristía, se realizó el acto de proclamación propiamente dicho. Así, el “gefe de la yglesia” pronunció desde el púlpito la siguiente fórmula:
- ¡Españoles! ¡Yo proclamo rey de las Españas y de las Indias a Napoleón José primero, el más justo, el más ilustrado y el más piadoso de todos los príncipes. Su Reino hará nuestra felicidad y amor!
El pueblo respondió:
- ¡Sí juramos! ¡Viva el rey José primero y su augusta familia!
Al finalizar la proclamación se cantó un Te Deum con acompañamiento de órgano y se impartió la bendición, mientras las campanas repicaban.
Durante el resto del día se celebraron juegos y bailes “usados en el país”, y por la noche se iluminó la ciudad.
La proclamación de José Bonaparte se celebró sin conflicto alguno, incluso, según dice la sumaria redactada por don José Rubio y Duero, con “general tranquilidad entre los habitantes y tropa, sin q se oyese la menor palabra de incomodidad, manifestando la mayor satisfacción”[3].
Además de la proclamación se celebró la jura al monarca. La orden que ordenaba dicha jura vino inserta en el mismo oficio del día 27. La orden disponía que toda ciudad ocupada por el ejército francés que tuviera más de 2000 habitantes, debía enviar tres representantes a la Corte, mientras que las ciudades de más de 10000 habitantes debían enviar seis representantes. Además, debían concurrir todos los obispos y una cuarta parte de los canónigos de todos los cabildos. En el caso de Ávila la delegación nombrada fue la compuesta por: el corregidor, el conde de Ibangrande y el conde de Villapaterna, regidores perpetuos de la ciudad y moradores en Madrid[4]. Según los propios comisarios fueron “admitidos con mucho agrado, manifestándoles S.M. sus buenos deseos, en qto pueda contribuir al veneficio de esta monarquía, encargándoles procurasen contribuir con las demás personas honrradas de esta capital y provincia a la quietud y tranquilidad y bien estar de los pueblos”[5]. De la misma opinión fue la información que el deán proporcionó al cabildo: “admitió con afabilidad, manifestando sus deseos por el vien de la nación, y que en conformidad de sus insinuaciones los sres ministros les convidaron un día a su mesa”[6].
El día anterior a la proclamación repicaron las campanas de todas las iglesias de la provincia y se expuso el Santísimo Sacramento. El día de la proclamación se inició con nuevos repiques, que duraron una hora, y a las nueve y media de la mañana se reunieron todas las autoridades y regidores para ir a casa del gobernador francés y desde allí a la catedral, donde se celebró la misa mayor. Celebrada la Eucaristía, se realizó el acto de proclamación propiamente dicho. Así, el “gefe de la yglesia” pronunció desde el púlpito la siguiente fórmula:
- ¡Españoles! ¡Yo proclamo rey de las Españas y de las Indias a Napoleón José primero, el más justo, el más ilustrado y el más piadoso de todos los príncipes. Su Reino hará nuestra felicidad y amor!
El pueblo respondió:
- ¡Sí juramos! ¡Viva el rey José primero y su augusta familia!
Al finalizar la proclamación se cantó un Te Deum con acompañamiento de órgano y se impartió la bendición, mientras las campanas repicaban.
Durante el resto del día se celebraron juegos y bailes “usados en el país”, y por la noche se iluminó la ciudad.
La proclamación de José Bonaparte se celebró sin conflicto alguno, incluso, según dice la sumaria redactada por don José Rubio y Duero, con “general tranquilidad entre los habitantes y tropa, sin q se oyese la menor palabra de incomodidad, manifestando la mayor satisfacción”[3].
Además de la proclamación se celebró la jura al monarca. La orden que ordenaba dicha jura vino inserta en el mismo oficio del día 27. La orden disponía que toda ciudad ocupada por el ejército francés que tuviera más de 2000 habitantes, debía enviar tres representantes a la Corte, mientras que las ciudades de más de 10000 habitantes debían enviar seis representantes. Además, debían concurrir todos los obispos y una cuarta parte de los canónigos de todos los cabildos. En el caso de Ávila la delegación nombrada fue la compuesta por: el corregidor, el conde de Ibangrande y el conde de Villapaterna, regidores perpetuos de la ciudad y moradores en Madrid[4]. Según los propios comisarios fueron “admitidos con mucho agrado, manifestándoles S.M. sus buenos deseos, en qto pueda contribuir al veneficio de esta monarquía, encargándoles procurasen contribuir con las demás personas honrradas de esta capital y provincia a la quietud y tranquilidad y bien estar de los pueblos”[5]. De la misma opinión fue la información que el deán proporcionó al cabildo: “admitió con afabilidad, manifestando sus deseos por el vien de la nación, y que en conformidad de sus insinuaciones los sres ministros les convidaron un día a su mesa”[6].
Gastos del viaje a la Corte a jurar a José Bonaparte
- Gastos de manutención, tropa, carruajes y demás - 9496 reales
- Gratificación para la tropa de escolta - 600 reales
[2] “El más piadoso, el más ilustrado y el más justo de los soberanos”.
[3] Ib., fol. 26.
[4] En caso de no encontrarse en la Corte, se nombró como sustitutos a Don Pedro López y a Don Miguel Hernández, regidores trienales más antiguos. Ib., fol. 23.
[5] Ib., fol. 32.
[6] A.C.A. Actas cap. Año 1809, fol. 23.
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