martes, 28 de septiembre de 2010

Las proclamaciones reales (La proclamación de Isabel II)

El día 11 de diciembre de 1829 el rey Fernando VII contraía matrimonio con María Cristina. Hasta entonces, de ninguno de los tres matrimonios anteriores había tenido descendencia. A las pocas semanas María Cristina quedó embarazada. Se iniciaba el problema a la corona.
Felipe V había promulgado la Ley Sálica, privación de heredar la corona a las mujeres, en el año 1713, pero Carlos IV la derogó en 1789, aunque nunca fue publicada. El 24 de marzo de 1830 Fernando VII promulgó la Pragmática sanción, ley que permitía reinar a las mujeres. La situación se complicó cuando el hermano de Fernando VII, Don Carlos María Isidro, resolvió salvaguardar sus derechos a la corona en caso de que naciera una niña. Así fue, el día 10 de octubre nacía la princesa Isabel. Fue el inicio de los enfrentamientos entre los partidarios de Isabel y los carlistas. El día 2 de junio de 1833 las Cortes reconocían a Isabel como Princesa de Asturias. Poco después, el día 29 de septiembre, moría Fernando VII, quedando como reina regente María Cristina, hasta que Isabel alcanzara la mayoría de edad.
Así las cosas, la celebración de la proclamación real por Isabel II se convirtió, en una ocasión más, en un expresivo instrumento político. La proclamación se tradujo en un acto de legitimación política.
Por tanto, poco después de morir Fernando VII, la Reina Gobernadora promulgó un Real Decreto, fecha 15 de octubre, para la celebración de la proclamación real de su hija Isabel. Tres días más tarde, remitía una carta en la que ordenaba a las ciudades “se levanten pendones y haga la real proclamación” . El Concejo abulense inició de forma inmediata las diligencias ya conocidas: envió una carta al marqués de las Navas invitándole a la función y nombró comisarios encargados de su disposición.
La proclamación se celebró, el día 21 de diciembre, con la solemnidad de anteriores eventos, para lo que se tomaron numerosas prevenciones que garantizaran el boato.
La función se inició a las once de la mañana, aunque a las diez y media se ofició una misa en el oratorio del ayuntamiento a la que asistieron todos los miembros del consistorio.
La función se desarrolló según el ceremonial establecido. El recorrido estuvo limpio y remozado, empedrándose las calles, además de engalanadas con colgaduras las viviendas de los vecinos. Se hicieron los reparos necesarios en la subida a las torres del alcázar, garantizando la “seguridad de los que tienen que subir a ellas”.
Tras la función de proclamación propiamente dicha, el Concejo ofreció un modesto agasajo de bizcochos de diferentes variedades y vinos, que fue disfrutado “con la mayor franqueza y cordialidad”. Además, ofreció la posibilidad de mostrar la lealtad a la reina y al regente, pues se ofrecieron “varios brindis por la reina nuestra señora, por su excelsa madre la Reina Gobernadora, por su acierto en el gobierno y por sus entrañas misericordiosas” .
La ciudad se iluminó durante las tres noches de celebraciones, publicándose un bando el día 13 para que se ejecutase.
Los componentes de la Academia de Aficionados de Música concurrieron a tocar al ayuntamiento, mientras que dos gaitillas amenizaron, hasta las diez de la noche, las calles y plazas para recreo del pueblo.
Hubo función de gigantones, acompañados por danzas de los labradores, y diversiones de cohetes, para las que se dispusieron treinta docenas de voladores de diferentes colores. Un árbol de fuego sugerido por los comisarios del Concejo fue denegado “por ser una cosa de mucho coste” .
Por fin, destacar que se produjo un nuevo y breve conflicto entre el Concejo y el cabildo. La disputa no fue importante y se solucionó con facilidad y rapidez. El problema se originó cuando el Concejo envió un oficio, de fecha 17 de diciembre, al cabildo, en el que indicaba que las campanas de la catedral y demás iglesias de la ciudad debían empezar a repicar, anunciando el inicio de la proclamación, cuando tañera el zumbo de la ciudad. El cabildo no consideró oportuno tener en cuenta dicha disposición, además de informar de la extrañeza que produjo dicha novedad, pues “siempre la yga matriz de ésta (de la ciudad) y a la qe deven estar sujetas todas las ygas según sinodal, y como es y ha sido costumbre inmemorial”. Al final, el ceremonial se desarrolló de acuerdo a la tradición.
El día 22 se ofició en la catedral una misa, manifiesto y Te Deum para dar gracias a Dios por la proclamación y para que la Reina Gobernadora tuviera “muy larga vida y el más feliz acierto para el gobierno de esta monarquía”. En un principio el cabildo no tuvo por conveniente la celebración de estos oficios, no estaba acordado en la concordia, aunque aclaró que no tendría inconveniente en solemnizarlos en una fecha posterior. Al final, el cabildo decidió llevar a cabo los oficios el día 22, aunque sin fundar precedente y pagando el Concejo los “gastos qe se originen” .
Las ceremonias se iniciaron a las diez de la mañana en el ayuntamiento, donde se reunieron los representantes municipales, la oficialidad de la ciudad y el resto de autoridades de la urbe abulense. La comitiva se dirigió a la catedral, lugar en el que se celebraron los oficios. De vuelta al ayuntamiento se ofreció un ágape en el que se hicieron diversos brindis por la reina y su madre. Al anochecer, el representante del alférez mayor, acompañado del corregidor y escribanos del ayuntamiento, se dirigió, por la calle Andrín, Barruecos y don Jerónimo y precedido por el alguacil mayor, seis alguaciles ordinarios y los clarineros municipales, al alcázar, lugar en el que recogió el pendón real allí fijado. Una vez recogido, la comitiva se dirigió a las casas consistoriales, recorriendo la calle de don Jerónimo, plazuela de Santo Tomé, plazuela de las Navas y calle Caballeros. El pendón fue instalado en la sala de juntas frente al pendón que ya estaba situado allí.

Pero esta proclamación no fue la única que se celebró por la reina Isabel II, pues en el año 1843 se celebró la mayoría de edad de la reina, la jura de la Constitución vigente y una nueva proclamación real.
El día 10 de septiembre de 1843 se leyó una notificación oficial del Jefe Político de Ávila, expedida el día 9, en el ayuntamiento, en la que informaba de una comunicación del ministro de Gobernación anunciando que la reina Isabel II había sido declarada mayor de edad. Se ordenó la publicación inmediata de la noticia y la celebración de un solemne Te Deum en la catedral el día 12 del mismo mes. Además, se ordenaba que el Concejo asistiera en cuerpo a solemnizar el acto, y que el retrato de la reina fuera expuesto en el ayuntamiento y escoltado por la guardia.
Días más tarde, se leyó otro oficio del Jefe Político en el que informaba de una nueva comunicación del ministro de Gobernación, firmada el día 15, en la que señalaba que la Reina promulgó un Real Decreto ordenando que “habiendo entrado en el ejercicio de la autoridad real conforme a la Constitución, en virtud de la declaración de mayoría hecha por las Cortes, he venido en señalar el día primero del próximo mes de diciembre para que en todos los pueblos de la Monarquía se verifique según es uso y costumbre el acto solemne de mí proclamación y jura como reyna Constitucional de España” . Leída la comunicación entró el Jefe Político en la sala capitular del ayuntamiento y dijo a la Ciudad que “esperaba que pr parte de la corporación se solemnizase el acto de la proclamón y jura con toda suntuosidad, no omitiendo pa el efecto gasto alguno que desvirtuase en lo más mínimo el público regocijo que debía manifestar en esta ocasión la corporación, pa lo cual esperaba se ocupase sin levantar mano en disponer las funciones conforme a sus facultades” .
La proclamación se desarrolló de la forma acostumbrada. Los estandartes fueron conducidos y enarbolados por los dos alcaldes. La corporación asistió con frac, chaleco de terciopelo y pantalón negro, sombrero de tres picos y guantes blancos. Los reyes de armas, Nicolás Serrano, Antonio Resina, Roque García y Miguel Alcalde, asistieron vestidos de tafetán encarnado y sombreros forrados de lo mismo. Los alguaciles vistieron de paño negro y sombrero de teja. Como alguaciles supernumerarios se nombraron a: Manuel Prieto, Juan Prieto, Antonio Muñoz y Ángel Santero. Como alcaide del alcázar ejerció don Juan de Becerril. Se encargó en Madrid un cuadro de la reina, aunque al final se trajo un retrato pintado al óleo de Valladolid, propiedad de don Ceferino Araujo, que lo vendió por 1600 reales, a pesar “de que su coste es de tres mil rs”.
En cada lugar de la proclamación fueron lanzados 200 reales en monedas de plata.
En los tres días de festejos hubo repique general, gigantones y gaitillas, fuegos artificiales, en concreto doce docenas de cohetes de luz y dieciocho docenas de cohetes comunes, así como seis ruedas de fuego, iluminaciones generales, destacando las 18 hachas de cera que se dispusieron en el ayuntamiento.
Hubo música en el ayuntamiento a cargo de las bandas de música de los liceos, y el día 3 de diciembre se celebró baile y ambigú oficial en el Liceo de la Santa, costeado por la corporación.

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