El tranvía, ajado y gastado por el tiempo, ascendía extenuado por las empinadas calles de Lisboa. Repleto de un tropel de mortales diversos, aislados por lenguas, jergas y dialectos, pero cosidos por el gozo y el deleite de la ocasión, transitaba por los sublimes sueños de vates, maestros y bohemios.
El sonido estridente y chirriador de su armazón, los maderos agrietados por la usanza cotidiana, bordeaban fachadas desconchadas y henchidas de memorias.
La hipocondría de los juicios fundidos en el éter tibio y dulce de la Alfama se deslizaba entre notas de lastimeros fados.
Un sueño, una hermosa y divina ilusión recorriendo una espesura de lajas y adoquines.
El sonido estridente y chirriador de su armazón, los maderos agrietados por la usanza cotidiana, bordeaban fachadas desconchadas y henchidas de memorias.
La hipocondría de los juicios fundidos en el éter tibio y dulce de la Alfama se deslizaba entre notas de lastimeros fados.
Un sueño, una hermosa y divina ilusión recorriendo una espesura de lajas y adoquines.
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