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Las proclamaciones reales (Fiestas populares)
A parte de la proclamación propiamente dicha, celebración que podemos denominar "oficial", los ciudadanos disfrutaban de otra serie de festejos organizados por el consistorio, en los que la participación ciudadana era más evidente. Incluso algunos festejos eran organizados por corporaciones diferentes al Concejo, como gremios, estudiantes, etc, aunque siempre bajo control municipal.
Sin duda, la diversión preferida por el pueblo era la fiesta de toros, regocijo que contaba con innumerables variantes. La inclinación que el pueblo español guardaba por esta fiesta era extraordinaria, así lo señalan los viajeros extranjeros que pasearon sus cuerpos cansados por cualquier rincón de la Península. El viajero francés Antonio de Brunel – viajó por España en el año 1665 – señala que era el espectáculo "más célebre de España", añadiendo que no podía faltar en ninguna festividad o acontecimiento publico: "no creerían tener dicha ninguna si dejasen de solemnizarla de ese modo"[1]En un relato anónimo publicado en el año 1700 se apunta, sin ocultar sorpresa, que el afán que "demuestra esa nación de matar esos animales es increíble (...) y es constante el que parecen en ese día más furiosos y más arrebatados que en todo otro tiempo"[2]. Esteban de Silhouette – viajó durante los años1729-1730 – relata que la fiesta de los toros "es la más grande y la más magnífica de las diversiones que se ven en España"[3]. Años después – en un viaje realizado en el año 1765 – un viajero anónimo cuenta que la fiesta de los toros es el "espectáculo más absurdo y más querido de los españoles"[4]. El viajero Jacobo Casanova de Seingalt – en un viaje realizado entre 1767 y 1768 – señala que es "preciso ser español para saborear el encanto" de la fiesta, añadiendo que "no veo el interés que se puede tomar en ese espectáculo"[5]. El viajero inglés Whiteford Dalrymple – su viaje se desarrolló durante el año 1774 – refiere que la "pasión de este pueblo por las corridas de toros es singular", maravillándose al comprobar que el público sería capaz de vender sus vestidos para pagar una localidad[6]. Juan Francisco Peyron – en un viaje realizado entre los años 1772 y 1773 –narra que "el entusiasmo de los españoles por estas fiestas es llevado a un punto que parece increíble", confirmando la opinión de Dalrymple al indicar que las gentes del pueblo "empeñan sus alhajas, sus muebles y sus trajes para poder asistir a ellas"[7]. El barón de Bourgoing – estuvo en España entre 1777 y 1795 – suscribe que la fiesta de los toros ocupa el primer lugar entre "los placeres casi exclusivos de la nación española", llegando a sentir por la fiesta "un profundo apego"[8]. Finalizando el siglo – el viaje se desarrolló en el año 1784 – el viajero José María Jerónimo Fleuriot considera que los toros son una "horrible lucha", completándose la "atrocidad de esa lucha desigual con las aclamaciones, los transportes, los gritos de un gentío inmenso"[9]. Por fin, el inglés Joseph Townsend – viajó entre 1786 y 1787 – expone que "difícilmente se puede hacer una idea de la afición de los españoles por esa diversión", añadiendo que todo el pueblo, sin importar sexo, edad o condición social disfrutan con el festejo: "los hombres, las mujeres y los niños, el rico y el pobre, todos la prefieren a cualquier otro espectáculo público"[10].
Otro de los grandes regocijos del pueblo fueron las festejos relacionados con el fuego: fuegos de artificio e ingenios pirotécnicos, hogueras, luminarias, etc. El fuego fue uno "de los elementos que aparece con absoluta constancia en la descripción de las fiestas"[11]. El propósito de este regocijo era alterar simbólicamente el ciclo temporal de los días. Bonet Correa subraya que era un artificio "capaz de rivalizar con la naturaleza"[12]. Se trataba de disfrazar, de modo simbólico, la noche en día, interpretando la derrota de la oscuridad y la victoria de la luz. Si uno de los aspectos de la fiesta era la primacía de la ilusión, el fuego saciaba el deseo de ensueño y asombro del espectador, constituyendo el "no va más del lujo y el derroche"[13]. Como ejemplo de aparatosidad y esplendor lumínico es necesario aludir a lo que detalla la descripción que se publicó sobre los ornatos públicos que se obraron en la ciudad de Madrid por la exaltación al trono de Carlos IV. En un primer apunte general se destaca la "copiosísima iluminación que en las tres noches continuó la claridad del día"[14], para después ir describiendo algunas composiciones concretas. Así, en la casa del marqués de Montealegre toda la arquitectura efímera que se elevó delante de la fachada del palacio "estuvo sembrada de mecheros dorados y arañas para las iluminaciones que fueron muy copiosas"[15]. En la construcción que se levantó en el frontis de la Real casa de la Aduana hubo "cada noche una iluminación de ciento sesenta y dos hachas, y treinta y ocho arañas"[16]. En casa de la condesa de Benavente se dispusieron "tres copiosas y bien dispuestas iluminaciones"[17]. Por último, en la fábrica que se alzó en el palacio del duque de Alba sobresalió la variada y fastuosa iluminación que se dispuso, debido a la colocación de luces de variados colores, a la claridad que se consiguió, al verse la luz y no la llama de los artificios, y a la cantidad de vasos, once mil, que se distribuyeron por toda la invención arquitectónica.
Fuera de los festejos organizados por el ayuntamiento se encontraban los actos que organizaban los gremios de la ciudad y otras asociaciones, aunque siempre bajo supervisión del Concejo[18]. Incluso a la hora de sufragar los gastos el consistorio ayudaba con alguna cantidad, como ocurrió en la proclamación del rey Carlos IV, en la que el Concejo dispuso que los gremios "acuerden la disposizn de sus funciones" con los diputados de abastos y el síndico general del Común. Una vez examinadas las funciones, acordarían otorgar una ayuda de costa para su celebración, como había pedido el gremio de alfareros "pa soportar los gastos qe se originen en la funzon qe quieren o intentan hacer en obsequio de la proclamación"[19]. La relación de 1833 informa detalladamente del contenido de dichos festejos. Así, el gremio de obra prima corrió gallos, los alfareros y tejeros llevaron un cuadro "que causa risa", los de la tierra bailaron al son de dulzainas y los inscritos en la Milicia Urbana procesionaron dos retratos reales, uno de la reina Isabel y otro de la Reina Regente. Por ser los "días más cortos del año otras diversiones" no pudieron celebrarse, caso de la carrera de sortijas y de tres comedias que habían dispuesto los sastres[20].
[1] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes de extranjeros por España y Portugal. Salamanca, 1999.
[2] Ib.,
[3] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T. IV, pág. 613.
[4] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T. V, pág. 93.
[5] Ib., pág. 145.
[6] Ib., págs. 169 y 172. Esta observación ya la hizo Antonio de Brunel: "No hay burgués que no quiera verlas todas las veces que se hacen, y que no empeñe sus muebles antes de faltar a ellas por falta de dinero", en GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., pág. 287.
[7] Ib., pág. 321.
[8] Ib., pág. 511.
[9] Ib., pág. 809.
[10] GARCÍA MERCADAL, J., Viajes..., Op. Cit., T.VI, pág.82.
[11] DÍEZ BORQUE, J.M., "Relaciones de...", Op. Cit., pág. 21.
[12] BONET CORREA, A., Los ornatos..., Op. Cit., pág. 23.
[13] Ibidem.
[14] Descripción..., pág. 1.
[15] Ib., pág. 5.
[16] Ib., pág. 6.
[17] Ib., pág. 16.
[18] En la proclamación de Fernando VII el corregidor quedó encargado de citar a los veedores de los gremios para que "traten"; en A.H.P.AV. Actas cons. Libro núm. 196, fol. 96. En la proclamación de Isabel II se acordó invitar a los gremios para la celebración de actos; en A.H.P.AV. Actas cons. Libro núm. 220, fol. 226v.
[19] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 177, fol. 21.
[20] A.H.P.Av. Actas cons. Libro núm. 220, fols. 322v-323.
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