Es uno de los recuerdos más entrañables de mi niñez, de una
niñez feliz y dichosa. Cada sobremesa del sábado se convertía en una
maravillosa aventura. Esperaba, con verdadera ansiedad, que Koji se subiera al
robot para iniciar las extraordinarias batallas que disputaba frente a los
engendros mecánicos del doctor Infierno.
La ilusión se apoderaba de mis juegos, la fantasía sobrevolaba el
teatral cosmos en el que se convertía el cuarto de estar de la casa. Mazinger Z
y el barón Ashler se convirtieron, durante algún tiempo, en los mejores compañeros
de un niño feliz.
CASAS DE CONVERSACIÓN
Hace 2 horas
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