martes, 30 de marzo de 2010

Las proclamaciones reales (II)

Llegado el día, el inicio de la función de proclamación se producía cuando llegaban a la plaza del Mercado Chico los comisarios municipales encargados de la organización de dicho acto. Los comisarios iban montados en caballos ricamente enjaezados para la ocasión[1], precedidos por timbaleros, trompetas, cuatro reyes de armas y lacayos. Iban vestidos con atuendos suntuosos, de costosas telas, ostentosos adornos y valiosas joyas[2]. El lujo en el vestido tenía una doble función: por un lado, lucía como elemento de ostentación colectiva y vanidad personal; por otro, interesaba como elemento de clasificación social.
Una vez en la plaza, descabalgaban y accedían a las casas consistoriales por un estrado construido para la ocasión.
Tras los comisarios llegaba, también a caballo y solemnemente vestido, el corregidor de la ciudad, precedido de atabales y clarines, ocho alguaciles con sus varas y los dos escribanos del ayuntamiento
[3]. Tras desmontar, entraba en el ayuntamiento atravesando el estrado mencionado, donde era recibido por los comisarios y el resto de regidores de la ciudad. Reunido el Concejo de la ciudad, junto al Procurador General del Común y ante los escribanos, celebraba junta para acordar el protocolo que debía seguirse en la función y para ordenar a los ministros de justicia que fueran a avisar al Alférez mayor, encargado de tremolar los pendones, que la Ciudad estaba reunida y podía comenzar el acto de proclamación.
Los alguaciles, escoltados de timbales y clarines, se dirigían a casa del Alférez Mayor y le daban recaudo de lo acordado por el Concejo de la ciudad. Recibida la noticia, el Alférez Mayor, vestido con igual solemnidad
[4] se dirigía a la plaza del Mercado Chico. Acompañaba al Alférez Mayor la nobleza abulense[5]. En la plaza eran recibidos, al pie de la escalera del estrado, por los comisarios.
Una vez en el interior de las Casas consistoriales, el Alférez Mayor se sentaba al lado derecho del corregidor, lugar que normalmente ocupaba el regidor más antiguo de la ciudad, mientras que éste último se acomodaba a la derecha del Alférez Mayor.
Tras los actos protocolarios, el regidor más antiguo era el encargado de entregar al Alférez Mayor los dos estandartes que debían ser tremolados en la función de proclamación. El Alférez Mayor los recibía en nombre del rey y prometía cumplir con su obligación
[6].
Recibidos los estandartes
[7] por el Alférez mayor, uno de ellos era entregado al asistente del Alférez mayor, para todos juntos salir del ayuntamiento. Ya en la plaza, el Alférez mayor entregaba el estandarte al corregidor para poder montar en su caballo y, una vez montado, volvía a recogerlo. Montados todos en los caballos, comenzaba una vistosa procesión con destino a la catedral de la ciudad.
La disposición de la comitiva estaba rigurosamente organizada, definiendo la relación legal entre las diferentes secciones que configuraban la situación política y burocrática local. Para Díez Borque, la comitiva daba "unidad significativa a los “fragmentos decorativos” del entorno real"
[8]. La comitiva era abierta por dos alguaciles con la función de ir franqueando la misma y apartando a los curiosos que atestaban el trayecto de la carrera[9]. Tras ellos iban los timbaleros[10] y después, los clarineros[11]. Después seis alguaciles con sus varas[12], y detrás chirimías y ministriles de la catedral[13]. Seguían dos maceros municipales, con mazas de plata, vestidos de damasco carmesí y gorras de terciopelo del mismo color. Acto seguido, los reyes de armas con un vestido de damasco carmesí, "con sus ropas y gorras de lo mismo y delantte, en el pecho y por dettrás, por una y ottra pte las armas Rs de su magd y devaxo las de la ciudad"[14]. Tras los reyes de armas, se situaban los escribanos de la Ciudad y a continuación, los comisarios encargados de la organización de la proclamación. Más tarde, el tesorero de las alcabalas y rentas reales de la ciudad y el procurador general del Común. Por fin, se situaban los representantes municipales, el representante del monarca y el Alférez mayor, escoltados por los dos regidores más antiguos de la Ciudad. Por último, cerrando el cortejo, se situaba el segundo estandarte. De esta forma, y tras un corto recorrido por la calle Andrín, llegaba el séquito a la plaza de la catedral, donde el grupo se apeaba en la puerta de Poniente.
[1] La relación escrita para relatar la proclamación del monarca Carlos II dice sobre el adorno de los caballos: "vinieron en dos caballos tordillos muy iguales de movimiento con sillas de terziopelo negro bordadas de platta y enzinttadas de blanco y negro", en "Razón De lo...", fol. 3.
[2] Los comisarios iban vestidos de "felpa corta negra, guarnezidos de puntas, ferreruelo de paño aforrado en dha felpa com botonadura de feligrana de platta, plumas blancas moteadas de negro, joyas de diamantes, mangas de punttas de platta de marttillo, bottas blancas con cañones de Cambray, con espuelas de plata, espadas de lo mismo", en Ibidem.
[3] La relación de la proclamación de Carlos II nos dice: "en un caballo castaño obscuro con el jaez negro y enzinttado de negro, vestido de felpa cortta con su cadena de oro, joyas de diamanttes y el sombrero con plumas negras, bota negra y espuelas doradas y aderezo de lo mismo", en Ib., fol. 3v. La relación de 1833 dice: "viniendo su potro ricamente enjaezado y vistosamente compuesto", en Ib., fol. 319v.
[4] La relación de 1700 nos informa del vestido del Alférez Mayor diciendo: "vestido de felpa cortta negra, guarnezido de puntas de platta de marttillo, mangas y taalí de lo mismo, espadín y espuelas de platta, bottas blancas, plumas blancas con motas negras, joyas de diamanttes, una banda roja bordada de platta". Además, iba acompañado de cuatro lacayos vestidos de "paño con mangas de terziopelo azul", fol. 4.
[5] En la proclamación de Carlos II el Alférez Mayor, don Juan Vela Maldonado del Águila, fue acompañado por don Alonso Pizarro, hidalgo de la casa del marqués de las Navas, vestido de "tterciopelo lisso, guarnezido de puntas de oro, mangas de platta de marttillo; banda de lo mismo, botas blancas y espuelas y espadín plateado, y el sombrero con plumas blancas y una joya de diamanttes, cadena de oro y el cavallo muy ricamte aderezado con colonias blancas y encarnadas", acompañado, además, de dos lacayos, en Ib., fol. 4.
[6] La relación de 1833 reproduce las palabras pronunciadas por el corregidor, el regidor más antiguo fue el representante del Alférez mayor en esta ocasión, en la función de entrega de estandartes: "En nombre de esta Ciudad entrego a V.S. estos dos Reales Pendones, para que como Representante del Alférez mayor los conduzca, levante y tremole en esta Ciudad, proclamando Reina de Castilla a la Señora Doña ISABEL II". El representante del Alférez mayor respondió: "Los recibía en nombre de dicha Ciudad y cumpliría con su encargo", en Ib., fol. 320.
[7] "Preciosamente bordados en una cara las Armas Reales y en otra las Armas de esta Ciudad", Ib., fol.
[8] DÍEZ BORQUE, J.M., "Relaciones de teatro y fiesta en el Barroco español", en J.M. Díez Borque (Comp.). Teatro y fiesta en el Barroco. España e Iberoamérica. Barcelona, 1986, págs. 11-40.
[9] En la proclamación de Isabel II el séquito fue abierto por un "piquete de cuatro Lanceros de caballería, y antes dos soldados mondados con carabina en mano, abriendo paso por medio de la multitud", en Ibidem.
[10] En el año 1700 iban vestidos con unos "baqueros verdes con franjones de platta", en Ib, fol. 5.
[11] Vestidos con otros "baqueros encarnados que hazían agua con franjones de platta guarnezidos", en Ibidem. La relación de 1833 dice: "engalanados con ropas nuevas", en Ibidem.
[12] En la proclamación de 1833 los alguaciles precedieron a los músicos: "vestidos con ropas nuevas de ceremonia", en Ibidem.
[13] Las participación de las chirimías de la catedral era una invitación que el ayuntamiento de la ciudad hacía al cabildo catedralicio abulense. En el año 1700 el Cabildo catedralicio acordó, para realzar la función, hacer vestidos nuevos a los músicos para que "fuesen decentes", pues dichos músicos se hallaban <>. Para los tres ministriles que debían participar en la comitiva acordaron entregarles cien reales de ayuda de costa a cada uno, en A.D.A, Actas del Cabildo de la Catedral, año 1700, fol. 99.
[14] A.D.A., Actas..., fol. 5. En la proclamación de Isabel II fueron vestidos de tafetán, en Ibidem

domingo, 28 de marzo de 2010

Tuyo (II)


La calma de mi espíritu te la debo a ti.
La suavidad de mis sentidos es tuya.
Adoro tu delicadeza y tu ternura.

Tus manos en las mías, entrelazadas,
mientras tu sonrisa se prende en mis labios.
Tus ojos, velando por mis miradas,
cuando los míos se pierden en tu boca.

Para Marie (II)

La ansiedad de los años ha pasado, el no saber de ti.
Has llegado como la brisa del verano, suave y cálida. Mi espíritu, sereno y plácido, desea conocerte, saber todo lo que te hace feliz.
Mi vida no será igual, pero eso me torna dichoso.

Título de familiar del Santo Oficio

Los familiares de la Inquisición suponen uno de los empleos más fascinantes de toda la organización inquisitorial española.

Sobre el origen de esta institución, la extracción social de los familiares, la forma de designación de los mismos y cuáles fueron sus comportamientos, es indispensable consultar. BENNASSAR, Bartolomé. Inquisición española: poder político y control social. Barcelona, 1981.

Presento- con la grafía original- el título de familiar del Santo Oficio de Agustín Gutiérrez, vecino de la ciudad de Ávila.

"Nos, los ynquisidores apostólicos contra la Erética Pravedad y apostasía en la ciudad de Valladolid, Reynos de castilla y León con el principado de Asturias, por autoridad apostólica.

Por quanto para las cossas que se ofrecen en el sancto oficio de la inquisición en esta ciudad de Valladolid y su distrito conviene que tengamos perssonas a quien las encomendar y cometer, confiando en vos Augustín Gutiérrez, vecino de la ciudad de Ávila, y de vra diligencia y cuydado, y avida información de que en vuestra persona y en la de Doña Ana María de belayos, vra legítima muger, concurren las calidades de limpieza, y las demás que para ello se rrequieren, y que con todo secreto y legalidad avéis lo que por nos, vos fuere cometido y encomendado en las cossas tocantes al dicho sancto oficio, por la presente vos constituymos, diputamos e nombramos familiar de este sancto oficio.

Y es nra voluntad que vos, el susodicho, seáis uno de los familiares del numro que a de aver en la ciud de ávila, y podáis gozar y gocéis de todas las esenziones e livertades de que según derecho, leyes y pragmáticas de estos reynos, Estilo e instituciones de este sancto oficio, y concessiones apostólicas los que son soler familiares suelen y deven gozar. Y vos damos liza y facultad para que podáis traer y traygáis armas, así ofensivas como defensivas, de día y de noche, ppca y secretamente, por qualesqer parte y lugares de todo el dicho nro distrito, sin que a ello os sea puesto ympedimto alguno. Y exhortamos y rrequerimos y amonestamos, y sienos necess en virtd de sancta obedienzia y sopena de excomunión mayor y de cincuenta mill mrs para gastos de este dicho sancto ofico. Mandamos atodos y cualesquier jueces, justicias y oficiales o ministros de la ciud de avia, y a las otras todas las ciudades, villas y lugres de este dicho nro distrito, que vos agan y tengan por tal familiar, y vos guarden y hagan guardar todas las esenziones y livertades que a los semejantes familiares, como dicho es, se acostumbran guardar. Y que vos no tomen ni quiten las dichas armas, ni se entrometan a conocer ni conozcan de las causas criminales tocantes a vra perssona, y nos las rremitan como a jueces competentes que somos, para conocer de ellas, y sobre ello no vos molesten en manera alguna. Y en todo guarden y cumplan lo que su magd cerca de ello tiene mando… dada en la ciud de Valld a quinze días del mes de jullio de mill y seisos y cinqta y un años"

miércoles, 24 de marzo de 2010

Para Marie

Estás aquí y... no me dices nada.
¿Te veré?

martes, 23 de marzo de 2010

Tuyo

El tiempo pasaba con más lentitud de lo que puedo recordar. La vida era sencilla, sin sobresaltos. Las tardes de los domingos eran largas, serenas y plácidas. El Renault 12 TS recorría con calma y descuido la carretera de San Rafael. Las curvas- cortas y cerradas- aparecían como sinuosas olas de asfalto. Los badenes- prolongados y violentos- trasladaban mi ánimo al día en el que mis padres me llevaron al parque de atracciones. La carretera serpenteaba entre viejas encinas y lozanos estolones verdes. La radio sonaba con un alegre soniquete, mientras mi madre- con aquella dulce voz que tenía- me entregaba tiernas palabras. El camino era largo y el tiempo generoso.

Añoro aquel tiempo, aquellas tardes de coche y conversación. Repito en mi imaginación el camino sinuoso, los hojas movidas por la brisa, los cielos azules y claros, el agua resbalando por los regueros de los prados…

Los años del ayer,
devueltos en estas torpes manos
se quiebran como añejas ramas.

Pero hoy…

Con la melodía de tus ojos abrasas mis entrañas,
con el ritmo de tu piel empapas mis ensueños.
Tu canto me susurra palabras de infinita calidez,
mientras mi letargo se desvanece
y el incendio se extiende.


Anhelando el momento de volverte a ver...

Tuyo.

lunes, 22 de marzo de 2010

Las proclamaciones reales (I)

De todas las proclamaciones reales celebradas en la ciudad de Ávila solamente conservamos relación escrita de dos de ellas, en concreto de la realizada por el rey Carlos II en el año 1666 y por la reina Isabel II en el año 1833. Se seguirán ambas relaciones para desarrollar en que consistía la función de proclamación, teniendo en cuenta que los actos realizados variaron en algunos aspectos de una a otra. Del resto de proclamaciones reales celebradas en la ciudad se conserva diversa información en las actas consistoriales del ayuntamiento abulense y en las actas capitulares del cabildo de la catedral de Ávila.
En el caso de la proclamación del último de los Austrias es necesario señalar que la relación se empleó para que la proclamación por Felipe V se celebrara de idéntica formar. De hecho, en las actas del cabildo de la catedral del año 1700 se conserva esta relación, redactada por los escribanos del ayuntamiento, en la que se relaciona todo lo practicado por Carlos II con la intención de que se hiciera lo mismo en la de Felipe V[1].
La relación efectuada por la proclamación de Isabel II fue editada por la imprenta de Aguado, conservándose un ejemplar dentro de las Actas Consistoriales de dicho año, ejemplar que ha sido utilizado en este trabajo[2].

La proclamación de los nuevos monarcas se desarrolló en tres lugares diferentes de la ciudad, aunque en realidad la ciudad intramuros se convertía en un escenario majestuoso y formidable, en el que eran protagonistas centrales tres hitos distintivos: la catedral, la plaza del Mercado Chico, en la que estaban situadas las casas consistoriales, y el alcázar. Cada uno de estos lugares guardaba un significado privativo en la ceremonia de proclamación real, desde cada uno de estos espacio se transmitía un mensaje, en una función polisémica y ritualizada. Por tanto, no era una celebración anclada en la simple costumbre, práctica que asocia los semas de inalterabilidad y atemporalidad al ritual, sino que se convirtió en una práctica ideológica, emisora de significaciones múltiples, conceptos que se asocian a centros de poder.
La proclamación que se consumaba en la catedral evocaba que la potestad del monarca provenía de Dios, por lo que el rey se convertía en depositario del poder de Dios y, por analogía, en persona sagrada. A través de un ritual arcaizante, que evocaba la unción y coronación de los reyes, el soberano se convertía simbólicamente, por la ordinatio regis, en un sacerdote laico.
La segunda proclamación se formalizaba en la plaza del Mercado Chico, frente al ayuntamiento, expresando que el poder real debía ser consagrado a la obtención de la utilitas publica, a la conquista del bien común. Además, se trataba de un acto de rehabilitación teórica del poder local, así como de propaganda de la élite urbana local.
Por último, la aclamación en el alcázar de la ciudad, simbolizando la toma de la ciudad por parte del monarca, renovaba figuradamente el reconocimiento de la autoridad real y la defensa militar que en la ciudad se hizo de los reyes castellanos.

[1] "Razón De lo Que Subzedió en la Ciudad de Ábila en la función de lebanttar el Pendón por el rey nuestro sor Dn Carlos segundo que Dios guarde, año de 1666", en A.D.A. Actas cap., Año 1700.
[2] A.H.P.Av. Actas Consistoriales, libro número 220, fols. 318-323.

Para no perderlo, porque...


Esta bitácora es el almacén de las Ninfas, las que nos dan oxígeno, la muda imaginal.

Cuando suena el chilout, las libélulas planean hacia el delito de opinión... Mientras el Estado pretende hacerse Dios.

El verso libre y la melodía improvisada.

viernes, 12 de marzo de 2010

Pleno del Ayuntamiento de Ávila de 11 de marzo de 1809

Se informó en el pleno sobre el contenido del Real Decreto de 4 de marzo del mismo año. En dicha Orden se legislaba sobre la construcción de cementerios y se ordenaba "no se permita la práctica de enterrar los cadáveres en las iglesias" (Archivo Histórico Provincial de Ávila. Actas Consistoriales, año 1809)

lunes, 8 de marzo de 2010

Sacudimiento de mentecatos habidos y por haber (I)


En Cuba mueren los valientes obreros del andamio y de la libertad. En Cuba lloran las madres de la lucha por la dignidad.

En esta desdichada España- rota por el Falaz Socialista- vociferan los delincuentes de la subvención. Rebosan de estiercol moral e intelectual los que pueblan escenarios y pantallas, vomitan la mierda que les corroe las entrañas.

¡¡Qué lección de dignidad la del albañil cubano!! ¡¡Qué cobardes los estómagos agradecidos al Tirano Lenguaraz!!

¡¡Boicot a los mentecatos de la espúrea escena socialista!!

Hoy "sólo me queda la insignificante esperanza de que se conserve en el pueblo el nombre y ardiente deseo de unas instituciones libres y de que dicho deseo sea tan eterno como la tormenta electromagnética que centellea en el sol" (Alexander von Humbolt)

En memoria y recuerdo de Orlando Zapata Tamayo, asesinado por la dictadura cubana

lunes, 1 de marzo de 2010

Las proclamaciones reales (Introducción)

La celebración de acontecimientos públicos, en los que generalmente se unía lo profano y lo sacro, se ha dado a lo largo de los tiempos. Entre esos acontecimientos públicos destacan las fiestas reales, aquellas celebraciones que se realizaban en honor de la monarquía.
Estas celebraciones adquirieron, sobre todo a partir del siglo XVI, en la monarquía hispana una significación especial. Las celebraciones públicas reales: proclamaciones, entradas a las ciudades, natalicios, matrimonios y exequias reales, se convirtieron en escenificaciones, en algunos casos muy cercanas a lo teatral, del poder de los reyes, de la supremacía de la monarquía. Por supuesto, la monarquía castellana y aragonesa utilizaron la celebración de acontecimientos públicos reales durante la Edad Media para mostrar la unión entre el rey y el reino, y para mostrar el poder real, pero, en ningún caso, con el lujo fastuoso y la riqueza escenográfica y ceremonial de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Las celebraciones públicas de eventos reales tuvieron una evidente función política. Se utilizó la fiesta, y sobre todo el ritual, como un instrumento de propaganda política. Ya no se trataba de legitimar el sistema monárquico, aún menos la monarquía absoluta, pues a lo largo de los siglos anteriores se había consumado a nivel político, jurídico y religioso. El objetivo era mostrar su legitimidad, perpetuar, a través de conductas expresivas, la soberanía del monarca. La monarquía hispánica de los Austrias se convirtió en un gran Estado, una monarquía autoritaria y centralizada. La base ideológica se sustentaba en la teoría teocrática del poder real. Recogida de la monarquía hispano-goda y refundida en la Edad Media, el teocratismo sostenía que el poder emanaba de Dios, único y sin igual, y éste lo depositaba en el rey. Por tanto, el monarca ejercía por encargo divino la summa potestas. Así, se conseguía formar la asociación de la realeza con la divinidad. La divinización de la monarquía hacía que el rey superara las murallas de lo humano, situándose en un plano superior a la realidad: convierte al rey en principio abstracto.
Por supuesto, era necesario expresarlo, recordarlo, ritualizarlo, para eliminar el pensamiento crítico, a través de la presentación de una verdad absoluta. Siguiendo el concepto del "estado teatral" de Clifford Geertz, la repetición de estos rituales creaba "la idea del Estado como algo que trascendía a los individuales particulares".
Pero este origen divino de la soberanía real no significaba que el rey pudiera actuar de forma arbitraria. Por el contrario, el ejercicio del poder por parte del monarca estaba condicionado por el logro del ideal de justicia. El monarca debía actuar conforme a Derecho, entendiendo que las leyes humanas deben acomodarse a las leyes divinas de las que son fiel reflejo. Además, en mayor medida en la monarquía hispana, totalmente comprometida con la religión católica. El monarca se convirtió en el paladín de la fe, en el máximo defensor y representante, a veces incluso por encima del papado, de la utópica Respublica Christiana.
La monarquía hispana fue una monarquía autoritaria y centralizada, pero, a la vez, plurinacional y, sobre todo, pluriconstitucional. Por ello, la meta de la Corona fue fijar normas y valores ecuménicos, válidos en todos los lugares del Estado. Esas normas y esos valores pasaron a convertirse en permanentes y atemporales y, por ende, la monarquía se convirtió en trascendente, en cimiento de principios supremos. Por esto, la Corona fue la personificación de la unidad de todo el conjunto. Lisón Tolosana afirma que la monarquía de los Austrias fue "eminentemente personal, puesto que sólo la persona del rey producía, fundamentaba y conformaba la única, efectiva y real unidad de los reinos y tierras peninsulares". Para Tolosana, la monarquía aglutinaba las aspiraciones, deseos y esperanzas de la sociedad, y protegía "los valores máximos de la vida". Por tanto, unía territorios diferenciados que le convertían en rey único (Para ello necesitó la ayuda de un gran número de ministros y funcionarios que transmitieran esta idea: la burocracia.).
Además, el rey simbolizaba el pasado y el futuro, la atemporalidad mencionada, por lo que la realeza se convirtió en mito.
El establecimiento y difusión de la monarquía absoluta cambió definitivamente este pensamiento, por lo que el significado de los acontecimientos públicos reales sufrió alteraciones significativas. No se trataba de legitimar la monarquía, como ya he mencionado, es que ni siquiera era necesario mostrar su legitimidad. Ahora, se busca mostrar el poder absoluto del monarca. Bodin, origen del absolutismo, considera que el poder político reside en el Estado, y será éste y el rey, personificación política del Estado, quien lo detente. Bodin defiende el vicariato divino del monarca y, por ello, el que atente contra el rey, atenta contra Dios. La soberanía será compartida por Dios y por el rey, por lo que no habrá nadie superior en lo temporal, y por lo que sólo estará limitado por la ley divina. Bodin no abandonó totalmente la voluntad de Dios de su teoría política, pero las bases del absolutismo estaban puestas. Por último, destacar que Bodin consideraba el derecho del rey a crear las leyes y desligarse de su cumplimiento, mientras que los súbditos estaban obligados a su cumplimiento. A partir de aquí, el absolutismo se irá estableciendo gracias a pensadores como Guillaume Barclay, Condin Le Bret o Robert Filmer.
Los acontecimientos públicos reales y su celebración tuvieron una segunda finalidad: reproducir las relaciones de poder. La celebración de estos acontecimientos se realizó, sobre todo, a través del ritual. El ritual funcionó como un modelo simplificado de la sociedad de la época. Bonet Correa dice que las fiestas y el ritual cívico fueron "un espejo que devolvía a cada participante su papel e imagen en el mundo". Las celebraciones públicas reales, sobre todo proclamaciones y entradas reales, tuvieron una doble programación festiva, por un lado, se celebró la fiesta "oficial", ritualizada y perfectamente codificada; por otro, la fiesta "popular", desritualizada y dirigida. Las clases sociales privilegiadas fueron las encargadas de organizar y protagonizar estos festejos, mientras que el pueblo llano se limitó a asistir como espectador, sorprendido y alborozado, de los festejos. Las celebraciones públicas reales fueron organizadas por el poder local y, en menor medida, por el poder religioso municipal. Son las autoridades de los Concejos y las autoridades catedralicias las que organizan tanto el festejo "oficial" como el festejo "popular". El protagonismo del poder concejil y nobiliario de las ciudades, así como el religioso en algunos festejos concretos, buscaba expresar la existencia de una estructura social férreamente jerarquizada y establecida. Sin duda, las fiestas cívicas, y en general las fiestas de la época estudiada, eran ocasiones ideales para mostrar poder. La nobleza utilizó la fiesta para "reafirmar su poder ante el pueblo". Nieto Soria afirma que las fiestas, especialmente las fiestas de status, se utilizaron como un resorte propagandístico del noble como modelo de virtud y de protección paternal. Semejante actuación mantenía el equilibrio social, recordando, incluso, al ciudadano "la posibilidad de coacción si no se sometían a aquellos que ostentaban el poder". Algunos autores añaden que a partir del siglo XVII, con el asentamiento del absolutismo y el protagonismo de las ciudades, se crearon las ideas necesarias para reprimir la cultura popular. Se impuso y extendió "un modelo cultural único para todos" que produjo la aculturación de las masas y la conmemoración de una serie de celebraciones públicas ritualizadas que reforzaron la imagen del rey y la jerarquía, así como valores de obediencia, sumisión, etc.
El protagonismo del pueblo era, como ya he apuntado, muy escaso. Maravall dice que el pueblo "no distinguido acude en actitud de estricta pasividad", aunque su participación era muy elevada. Pero, a pesar de su pasividad, la fiesta servía como medio para "sacudir el tedio acumulado por monotonía de las labores cotidianas". El pueblo necesitaba una válvula de escape: la fiesta. Las celebraciones públicas se convirtieron en un instrumento liberador que daba "rienda suelta a las tensiones". Era necesario alterar el ritmo vivencial del pueblo, aunque obligado a desenvolverse en una sociedad jerarquizada y constrictiva, en la que la falta de libertad y opinión podía exaltar el ánimo, los responsables del orden público "para evitar el tener que reprimir de vez en cuando preferían eventualmente utilizar el escape colectivo de la fiesta". La necesidad de controlar el desfogue general- la fiesta es un acto que tiene una "radical y libérrima concepción de trasgresión de lo estatuido"- produjo un estricto control por parte de las autoridades, anulando la espontaneidad. Así, las celebraciones públicas buscaron sorprender al espectador, alimentar el "estupor, la pasión y el vértigo de los sentidos". Se trataba de distraer al pueblo de sus miserias a través del asombro. Eran festejos cargados de un impresionante atractivo emocional, capaces de mantener la atención y, lo que es más importante, el recuerdo. En resumen, el poder divertía al pueblo a través de espectáculos con la intención de encauzar el alivio que sobre el pueblo producía la fiesta. Este control por parte del poder fue claramente criticado por Jovellanos. El ilustrado pensador espeta a los jueces su "celo indiscreto" por someter al pueblo. Jovellanos defiende la alegría del pueblo: "no basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y sólo en corazones insensibles o en cabezas vacías de todo principio de humanidad y aun de política, puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo". Añade que el pueblo "cuanto más goce tanto más amará el gobierno en que vive", pues "cuanto más goce tanto más tendrá que perder". Con ello, no olvida la necesidad de vigilar la exigencia del orden público, pues si no se daría el libertinaje, pero la vigilancia no debía confundirse con la opresión.